Hace pocos años no era problema reunirnos en cualquier sitio de San Andrés a divagar acerca del acontecer diario y el futuro. En los bares y cafés nos sentábamos juntos periodistas, comerciantes, hoteleros, amigos y conocidos, a debatir sobre lo divino y lo humano y a mencionar nuestras añoranzas de un mundo mejor.
Hoy, triste y lastimosamente, ya no es así porque el miedo se ha interpuesto entre el deseo y la costumbre de encontrarnos con nosotros mismos, inclusive.
Sin embargo, frente al temor y el desasosiego la respuesta de los isleños ha sido el amor por la vida. La marcha del pasado 4 de marzo así lo demostró y dejó claro que los sueños por salir adelante no los detiene nadie. Esta crisis que nos sucede en la actualidad es señal de que presto ha de tornar la calma y se restaurará la paz y la tranquilidad de antaño, porque no es posible que esto dure tanto ya que no hay nadie que lo resista. Nos corresponde, entonces, la tarea histórica de componer las cargas y volver por el camino que veníamos.
Hay que crear conciencia de la necesidad de asumir la responsabilidad de cambiar el rumbo. Somos un pequeño territorio en ultramar que podría ser una tacita de plata, empero ciertos desaciertos oficiales y la ausencia de un buen sentido de pertenencia nos han llevado al caos en que estamos. Pero no son cuestiones insuperables. Esta generación necesita ser animada a no caer frente al impulso de obtener dinero fácil, hay que ofrecerle a cambio verdaderas oportunidades de trabajo sano y limpio ya que de lo contrario acabará siendo víctima de su propio invento.
Nuestros jóvenes gozan de desbordado talento en diversas áreas que si tuvieran ocasión de demostrarlo alcanzarían la razón exacta para vivir de manera correcta. Es seguro que si el presente se maneja así el futuro será otro. Es hora de rescatar la visión y la pujanza de la gente buena de las islas cuyos ancestros raizales tuvieron a bien dejarnos como legado. Hoy sólo nos queda la opción de sospechar que es posible recobrar el terreno perdido en materia de valores y respeto por la vida humana. La mayor virtud de los habitantes del archipiélago es la creatividad y, sin embargo, no hemos hecho mayor cosa por aprovecharla para encauzar por el sendero adecuado el desarrollo social y económico que anhelamos.
Soñadores de las islas, a ustedes les asiste el derecho de seguir soñando sin parar hasta que la realidad sea otra. Este siglo que apenas comienza está listo para ser forjado al gusto que deseen, y se que será tan pacifico y productivo como sean capaces de imaginarlo.
Por Nadim Marmolejo Sevilla
