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Ceguera por decisión unánime

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EDNA.RUEDEAHabía una vez una isla en el Caribe donde todos habían decidido vivir con los ojos cerrados, no eran ciegos, o tal vez sí; no eran tontos… o tal vez sí; pero la convención a la que habían llegado de vivir con los ojos cerrados los mantenía 'felices'.

La historia de cómo se llegó a eso de vivir con los ojos cerrados no era muy divertida, y aunque ya habían pasado un par de huracanes desde eso, la gente la recordaba fulgurosamente: una vez en día de elecciones, de la montañita en la mitad de la isla bajó una señora muy bien vestida y acomodada, con sombrero de pluma y chal de encaje, heredado seguramente de una tía, con un bastón en la mano derecha que le indicaba el camino. Bajó con los ojos cerrados y tomó la primera papeleta que le ofrecieron, como pudo llegó a la mesa de votación, metió su dedito frágil en la tinta roja…  y sin musitar palabra se fue.

Y desde ahí, nunca volvió a abrir los ojos. Cuando al fin le preguntaron el porque de su extraña conducta, ella confesó con desparpajo: “Ya no veo por quien voto y me ha dado lo mismo: ni el azul, ni el rojo, ni el amarillo, ni el verde, ni la vocal, ni la consonante, ni la flor, ninguno hace nada… Cerré los ojos y ya no vi cuando mi nieto se fue en la noche y volvió a la semana mojado y asustado; luego no vi cuando compró moto y se vistió con la ropa del tommy ese; tampoco vi a mi hija cuando lo lloraba porque se accidentó; no lo vi en el hospital cuando no había como operarlo, no lo vi cuando se lo llevaron en el avión, ni cuando lo trajeron en el cajón, no veo a mi hija menor con sus tres hijos, todos de padres distintos, cuando viene el último marido y le pega; no veo cuando se gradúan mis nietos y no los puedo poner a estudiar…  cerré los ojos para no ver al ladrón que se pasa a mi patio; no veo como me hago más vieja… no lo veo, y no me importa”.

Cuando terminó de hablar todos sus vecinos eran ciegos por decisión unánime.

Con el tiempo, cada uno de los habitantes encontró sus propios motivos para no abrir los ojos, lo hicieron las autoridades, la mamás, las novias, los policías, los ladrones, los médicos, los enfermos, un día hasta se hicieron ciegas las estadísticas, que omitieron lo malo y sumando inconsistencias dieron como veredicto que todo estaba bien, en este maravilloso Edén la felicidad del ignorante se paraba en cada poste.

Como nadie abría los ojos nadie se había dado cuenta que las calles estaban rotas, que los edificios se estaban cayendo, que el parque tenia la piscina con el agua verde, que la playa se había consumido, pero aun así, parecían ser felices. Nadie se daba cuenta en esa isla que se hacían más viejos, y que los jóvenes se dejaban a pedacitos en las calles o en las cárceles… ¿y cómo? si no se veían, se escuchaban las mismas voces, y se oían los mismos discursos, pero para envejecer hacía falta un espejo y mirar al espejo.

Un día comenzaron a matar a los de una lista, y entonces para no oír los disparos, decidieron hacerse también los sordos.

Última actualización ( Sábado, 22 de Enero de 2011 09:25 )  

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