La ola criminal que azotó a San Andrés esta semana que acaba de pasar preocupa mucho, de verás. Nunca antes en la historia de la isla se había visto tanta violencia. Ya no es la misma que antes. La ascensión del sicariato importado del continente ha acabado con su legendaria tranquilidad. La muerte ronda en el Edén.
De esta amarga experiencia debe germinar la más grande indignación pública. No hay de otra. Se debe concretar el mayor movimiento popular en contra de su expansión. Este incremento de los asesinatos nos debe hacer reaccionar; no debemos permitir que esta guerra fratricida de otros continúe degradando el tejido social de la ínsula y poniendo en riesgo la vida de inocentes, la convivencia, el atractivo turístico y la idea general de paraíso que posee el archipiélago de San Andrés, Providencia, y Santa Catalina.
Es hora de que todo el mundo le paré bolas al asunto. No sea que cuando esto ocurra ya no haya remedio. La descomposición que sufre en la actualidad la seguridad en San Andrés no es para quedarse quieto o callado. Es el momento de sacar a relucir el valor y la determinación de la que seamos capaces a fin de unir esfuerzos en contra de esta violencia urbana que quiere socavar la tradicional paz que ha distinguido siempre a las islas del resto de país. Y es, como todos sabemos, la principal fortaleza de sus gentes nativas.
No hay que ahorrar ningún recurso en la campaña que reclama la lucha contra este flagelo, ni desfallecer hasta cuando haya sido expulsado por completo del territorio insular. Da pesar encontrarse con titulares de prensa como los de esta semana, pero da más pesadumbre entrever que la autoridad pareciera perder terreno y eficacia frente al delito. En las mentes interioranas, acostumbradas a cosas peores, no cabe la idea de que sea posible que alguien se pueda esconder en una isla como San Andrés y especialmente si se trata de un criminal al que se le debe buscar por cielo y tierra.
Creo que a los cuerpos de inteligencia de la Policía y el DAS de San Andrés les corresponde mejorar sus estrategias y mecanismos de investigación, ya que esta ola de asesinatos demuestra que los criminales van a la vanguardia y han aprendido a evadir sus acciones. La entrada de este tipo de violencia a la isla amerita decisiones y actuaciones de peso que la contrarresten debidamente, de lo contrario nos veremos abocados a padecer la injusticia del recrudecimiento del terror indiscriminado que produce la desdicha de la violencia inmisericorde.
Esto tiene que parar. Está en peligro el futuro del turismo, entre otras cosas. Especialmente el que proviene del extranjero. Sólo es que esto se sepa en los países de donde provienen los visitantes internacionales para que se interrumpa el flujo creciente que se ha venido dando en los últimos años (recordemos, no más, lo difícil que sigue siendo acabar con la paranoia de los norteamericanos que se niegan a venir a Colombia a pesar de la seguridad democrática). La economía insular se vería entonces arrastrada hacia el abismo pues una suspensión del flujo de turistas quebrantaría su actual dinámica.
Nadim Marmolejo Sevilla
COLETILLA: “El control del control es el verdadero control”
Ramón Illán Bacca.