Buenos Aires está lleno de leyendas. Hay unas vivas, muchas muertas, unas con canciones y otras con poemas. Una de mis favoritas, del siglo XVII, es la de Camila y Ladislao: Camila O ‘gorman, una niña porteña bien, educada en la rigidez de la religión y los buenos modales de la época, de blanca tez, familia pudiente y con una abuela medio puta.
Nació con el destino premeditado, se casaría, bordaría, daría a luz a una docena de patriotas leales y se callaría la boca. Nada estaba escrito acerca de seducir al cura del pueblo, volarse con el, poner una escuela, falsificar un pasaporte e inventar una identidad falsa. ¿Que le paso a esta niña?
Le pasó Ladislao Gutiérrez, un joven veinteañero, curita jesuita, flaco, de tez morena, de origen mundano, según muchos, bastardo venido a mejor con el ordenamiento.
Los muchachos comenzaron con las charladitas de la tarde, pero a los veinte años las charladitas de la tarde duran poco, rápido llegaron a las manos sudorosas y los besos que no describía el catequismo; se fugaron en dos caballos con la plata que puede juntar un párroco en un mes, con la idea de ir al norte hasta Brasil.
Pararon en Goya (capital de la provincia de Corrientes, Argentina), donde montaron una escuela como si fueran esposos, con identidades falsas y esperanzas verdaderas, pero con la suerte de un palestino en Hanuka, los encontró otro sacerdote que había conocido a Ladislao en sus tiempos de homilía.
Fueron acusados por José Manuel de Rosas, el restaurador de la moral, un hombre de un ego legendario, que no permitiría que su autoridad se cuestionara, con la venia del padre de Camila y el Obispo de Buenos Aires. Los encarceló para demostrar que el amor no estaba por encima de la ley.
La historia se complicó cuando la joven comenzó a vomitar y como en las novelas se desmayó y se descubrió que está embarazada: sin embargo, el secreto se quedó en la oscuridad para evitar hacer de los “delincuentes” unos mártires.
A pesar de la intervención de Manuela Rosas, amiga de la doncella e hija del gobernador, quien amobló con dedicación el calabozo de Camila , a ambos los fusilaron, terminando en cuatro balazos para cada uno esta historia de amor, pero empezando una leyenda que describe sitios y ritos para los amantes en la ciudad del buen aire.
(Por: Edna Rueda Abrahams.)