Lola no duerme

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Ella es toda blanquita, medía 32 cm la última vez que fue medida, es la quinta generación en el negocio de hacer ciencia: es una rata, su madre fue diabética a la fuerza, y su abuela fue drogada con anti-psicóticos, algunos de sus hermanos permanecen cerca, otros en frascos sobre la mesa.

Pablo. Es quien mira todas las mañanas a Lola, el anota lo que ella hace, la sigue y escribe, y luego teoriza lo que ve, formula hipótesis, las comprueba o las desecha, él le dio el nombre y espera de ella lo mejor.


Pablo ha puesto a Lola en una caja de Skinner, es una caja de plástico blanco, con una palanca que ella aprendió a bajar para obtener el alimento que tanto le gusta. Pablo escribe, anota cuanto come la rata, si lo hace de día, si lo hace contenta, si se tarda, si se cansa.


Pablo estudia las adicciones, cuando el placer se hace indispensable, cuando le obnubila la razón, y se antepone entre la vida y lo que vale la pena. Pablo se ha decidido hoy, hará de Lola una adicta.


Encontrando el punto del cerebro entre el límbico y la corteza, Pablo expone a la electricidad a Lola, le enseña que cuando baja la palanca, encontrará un gozo cercano al éxtasis, alegrías instantáneas, que harán de Lola una rata muy feliz.


Pablo como todos los días pesa a Lola, al tercer día pesa menos, y es que no come; pero tampoco lo hace Pablo, feliz con el hallazgo de nuevos resultados, se ha quedado en el laboratorio varias noches y el hambre se desplaza a intervalos cada vez más amplios.

Lola no duerme, extasiada con la electricidad no pierde el tiempo durmiendo y no lo hace Pablo, que anota y escribe casi cada paso que da Lola. Y descuida la rata a sus crías, y también lo hace el científico que anota este dato, mientras su hija de cinco años se consagra como bailarina en la escuela.

Al sexto día, la jaula de Lola cunde en los pequeños trozos de alimento que obtiene cuando baja la palanca, pero ella no come, no está ahora guiada por la recompensa, agoniza en hambre, nadando en la abundancia.

Pablo se muere con ella también, ya no ve el objetivo de su estudio, ya no está el hombre y su comportamiento como propósito ha pasado a nadar entre resultados inconclusos.

En cada verbo guarda la posibilidad de una adicción: amar, beber, correr, fumar, mirar, trabajar, comer, estudiar.

Y es que cada verbo guarda un placer que supera su intensión… Te enreda en la obtención de un gozo efímero y dúctil. Entonces estudias para graduarte y se pierde el placer de leer;  trabajas para obtener y se pierde la ganancia de hacer y se te pasan los días, buscando un futuro que empezó ayer.

Edna Rueda Abrahams