Uno de los destinos receptivos más concurridos últimamente en San Andrés es la denominada “Visita a las mantarayas” que en algunos casos se promociona con nombres más ambiciosos -u osados- como “Tour a la Bahía Mantarayas”, suplantando la toponimia original de las islas.

Este receptivo no tendría una connotación negativa si fuera manejado de manera sostenible y estrictamente regulada por los organismos competentes: Corporación Ambiental Coralina; Dimar, Secretaría de Turismo y demás.

Sin embargo, a juzgar por las denuncias formuladas local y nacionalmente por turistas y periodistas especializados que nos visitan, allí sucede todo lo contrario. Según los testimonios, las mantarayas son sometidas a todo tipo de excesos convirtiéndolas en desmedido objeto de bufonerías, exponiendo, de paso, a los turistas a padecer impredecibles accidentes.

Sin ir más lejos, recientemente, un menor de edad oriundo de Bogotá fue víctima de un aguijonazo en el brazo propinado por la corto punzante extremidad de una de estas criaturas ‘sobre estresadas’ por la exposición desmedida a la que están sometidas.

La denuncia llegó a Caracol Radio a donde el padre del menor se despachó mediáticamente contra el famoso tour, evidenciando además la ausencia de un protocolo en el Hospital Departamental para atender con propiedad esta diferenciada emergencia.

Obviamente la mayor carga negativa se la llevó el destino que quedó bastante mal parado ante la desagradable experiencia narrada por el visitante con el periodista Darío Arizmendi y compañía a bordo.

Las preguntas entonces -sin ánimo de promover afectaciones a nuestras fuentes de generación de empleo y oportunidades de negocios, pero sí la prevención de accidentes y la sobreexplotación de la especie- son: ¿No será hora de revisar a fondo el manejo de estas criaturas? ¿Existe un protocolo certificado para su explotación? ¿Están realmente capacitadas e investidas de suficientes conocimientos las personas que se benefician de este ecosistema?