Drama en el subterráneo

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Hay una regla tácita entre la gente que escribe. Se escribe, siempre, sin excepción de las cosas que se conocen. Incluso los relatos más mágicos están siempre inspirados en el conocimiento previo que tenga el cuentista.

 

Pero a pesar de mi edad, de la que espero conserven eternamente la duda, no siento que conozca mucho de mucho, más bien soy una colcha de retazos que tiene pedacitos de cuentos que me han contado y experiencias limitadas a pocas aventuras emprendidas y sobre todo leídas.

Hoy me limito a transmitirles esta historia, de la que me entere entre las estaciones de Lacrosse y Callao de la Línea B del subterráneo.

Este hombre entrado en años, canoso y de paso apurado le contaba a su amigo su desventura. Cansado de un matrimonio triste, y casi sin darse cuenta, empezó un romance con una mujer mucho menor que él, que para mayores complicaciones, era compañera de trabajo de su hijo.

La jovencita de piel lozana y firme ganó su cariño con mimos, y rápidamente se hizo una necesidad moldeando sus egos de macho. Pronto y para mejorarle la situación a su amante, este hombre le compró un departamentito, que él, en lo que pensó entonces fue un ataque de lucidez, puso a nombre de la madre de la chica, de modo que su muy astuta mujer no pudiera rastrear la compra. Se hizo así a una deuda infranqueable, pero que indemnizaba con el afecto de la señorita.

Nuestra historia se complica cuando la madre de la damisela en cuestión, sin muchos previos fallece, y  deja sus bienes para ser divididos entre sus deudos, de modo que la mitad le corresponda al que era el padrastro de la muchacha, y la otra mitad a los hijos.

Rápidamente y consciente de su ventaja, el padre putativo se hizo al departamento, dejando al hombre del cuento por fuera de un final feliz, y a su desolada hijastra sin casa y en duelo.

De esta difícil situación deriva que la parejita se fragmente y que la joven mujer busque consuelo en brazos más fuertes y vigorosos: Los del hijo de nuestro protagonista, que además era, recordemos, su compañero de trabajo…

Cundida de un nuevo y renovado amor, y en una embestida de arrepentimiento y vana moralidad, la joven le confiesa a su nuevo amante la pecaminosa situación que vivió con el padre de este; y este, hijo que es de su madre, le informa todo a la señora.

Seguido a esto la esposa emprende un vengativo divorcio, que con el apoyo de un feroz abogado, deja casi en la ruina al ahora desolado y canoso hombre maduro de paso apresurado.

Mientras el tipo del relato, trata de justificar su acciones con su amigo, buscando -donde no hay- destellos de inteligencia, el camarada asiente con la cabeza y le pregunta que va a hacer ahora. A lo que él contesta: “¡tratar de volver con mi mujer, claro!”

El final de este maltratado cuento tiene a un hombre en la ruina, a una novia sin novio, y a una mucha más rica y divorciada mujer… Probablemente ustedes saquen sus moralejas y conclusiones. Para mí, por lo menos, conocerlo y escribirlo ha significado una cadena de cínicas e interminables carcajadas.

Última actualización ( Sábado, 11 de Septiembre de 2010 10:36 )