Caminamos en la tierra hace miles de años. Hemos construido puentes en donde solo había abismos, pirámides como montañas, jardines en los desiertos, rompimos el silencio cuando se nos ordeno callar, hicimos de la luz energía y lo logramos cuando dijeron que nuestra ciencia era ficción.

Caminamos en revoluciones silenciosas que liberaron a pueblos de imperios opresores. Uno de nosotros se quedó tras las rejas veintiocho años por un ideal de igualdad, un par de hermanos volaron de la tierra en una bicicleta con alas, una mujer logró ver el interior del cuerpo sin herirlo, uno más plantó una bandera en la luna, muchos han estudiado al hombre por dentro desafiando las plagas y la muerte, desarrollando esperanza en una botella.

Trajimos luz a la noche, la voz en la distancia, la imagen en una caja, la ciencia en un cuaderno.
Cruzamos mares y encontramos continentes, bajamos en los océanos y descubrimos animales más increíbles que los que habíamos fantaseado.

Inventamos filosofía, democracia, música, libertad. Aprendimos el himno de un hombre de lentes redondos que nos pidió que imagináramos, el código de otro que nos pidió que amaremos mientras caminaba los desiertos sembrando semillas de mostaza.

Creemos como lo enunció una vez un rey, que somos capaces de juzgar a un hombre más allá de la raza, de escucharlo más allá de los idiomas. Somos cientos de miles, millones incluso, viviendo entre los demás convencidos de que podemos cambiar al mundo, sin disparar una bala, sin apuntar un fusil, levantándonos cada mañana para hacer bien nuestro trabajo, seguros de que la humanidad vale la pena .

Muchos de nosotros no inscribiremos nuestros nombres en los libros de historia, estamos destinados a ser obreras de un panal, a construir peldaños invisibles que juntos tienen un valor mayor que el individual de nuestros esfuerzos.

Somos muchos pero no suficientes, y las inscripciones están abiertas para El Club de los Soñadores con un solo lema en mente: ‘Mientras los otros duermen, nosotros soñamos’.