Después de la II Guerra Mundial, con el hundimiento de nuestras goletas transportadoras de coco al puerto de Cartagena, la presencia del Estado colombiano se hizo evidente más que nada con el cobro de aranceles aduaneros que aunque existentes no aplicaban tal vez por la lejanía, o más bien por falta de enviados que obligaran al cumplimiento de dichos impuestos a una comunidad en recesión económica.
Por esto clamaron por Free Port, pensando en el pig tail, en el cod fish, en la harina de trigo importada para el pan isleño sabatino, en las telas para la confección de los vestidos domingueros, en el queso amarrillo, en los anzuelos para la pesca, en el corn beef, en las sardinas de lata, en el fruit cocktail, en el non fat milk, y en otros productos básicos en la dieta y usos de los habitantes del archipiélago para la época.
Y se nos vino encima el Puerto Libre con todos sus beneficios para otros, ante todo, y con tan numerosos perjuicios contra el ambiente; con la desposesión de los raizales; con el aumento desproporcionado e inconveniente en la población; como la insostenibilidad y falta de sustentabilidad.
Digamos que la Apertura Económica al reducir los impuestos de importaciones al resto del territorio colombiano abrió un escape a la presión sobre este archipiélago que tan solo se concibió como la tienda de los productos caseros importados, una tienda que no pasó de ahí, que no aspiró a ser siguiera centro comercial, ni limpia, ni bonita.
Durante el tiempo que transcurre desde el inicio de las políticas de la globalización económica, hemos considerado tan solo en cómo no perder o cómo mantener la clientela por los bajos precios en la tienda. En nada más, como si ello fuera nuestro exclusivo destino.
Aunque casi simultáneamente, se implanta una nueva constitución con principios incluyentes e integrales que reconoce y ordena proteger la etnia raizal del departamento, no ha habido actividad para rescatar a los nativos de la arrasadora ola que ha usurpado a los autóctonos de sus espacios vitales y sus derechos fundamentales desde el adverso sistema implantado en 1953.
Prósperos tenderos, miradas delgadas
Hoy nuevamente se siente rasgar las vestiduras por quienes quieren normas y actos de gobierno para supuestamente proteger sus posibilidades de tendero prospero, ante las facilidades que el TLC con los Estados Unidos brindará al consumidor nacional, en una mirada muy delgada de la situación.
Desde hace dos décadas hemos estado invitando a tener una vista amplia de todo el panorama, desde la Feria Inter-Caribe de Turismo, concebida y nacida en esta isla en 1992 para ubicarnos en el universo de la actividad recreativa, deportiva y lúdica, que nos interconectara y nos posibilitara ser vistos por todos.
Colombia, con sus casi 50 millones de habitantes busca ser competitiva en lo que compra y vende para hacer crecer su economía y traer prosperidad a sus mayorías poblacionales; nosotros no podemos ahorcar a los nuestros impresionados por los que creen que la tienda dejará de vender ante el TLC, sin considerar que el destino siendo verde, siendo limpio, siendo seguro y tranquilo atraería a más y mejores visitantes que comprarían por el solo hecho de estar aquí en agrado y ante ofertas de calidad satisfactoria.
Además de fomentar la convivencia protegiendo la etnia raizal y no seguir propiciando su extinción, sin duda tenemos ambiente por recobrar con eventos culturales, musicales, deportivos, científicos y educativos que están a la vista.
Es con orden, con liderazgo cómo tenemos que desarrollar actividades para beneficio común.
El TLC puede ser de gran beneficio nuestro porque al quitarnos ventajas en los precios de la tienda nos obliga a ser competitivos en otras ofertas más atractivas y estables.
El 2012 es el centenario de nuestra entidad territorial y un cuarto de siglo del nacimiento del Green Moon Festival, el mayor promotor de menor costo en la publicidad del destino, volvamos por los fueros.
Kent Francis James
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