Locos en la calle

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EDNA.RUEDEADefinitivamente hay muchos locos en la calle, con y sin diagnóstico, con y sin medicación. Y si todo sale bien habrán muchos más. Si usted es de los que se asusta con la locura, neurótico y miope ante la propia insania, prepárese: está en camino una revolución que empezó un psiquiatra hippie en los setenta en un pueblito de Italia.

Se trata de (Franco Basiglia, Trieste) que primero cerró el manicomio que dirigía y gustoso contagió de esta idea a los Italianos, a los europeos, a la Organización Mundial de La Salud, y a todo el mundo.

Y, ¿para qué? ¿Para qué locos en la calle?, Porque los enfermos mentales, son eso, enfermos, no basura que se barre bajo la cama, son siempre el hermano de alguien, el hijo de una madre, el padre de un hijo, no son delincuentes, no han cometido pecado mayor que el del diabético, ni el del tuberculoso, y no son, o no deberían ser castigados. Se han acabado los leprosorios, es hora de acabar los manicomios.

Al enfermo hay que curarlo, al menos hay que trabajar para que su padecimiento le duela menos, si se falla en el intento, no es culpa del enfermo, el ya está pagando su parte, es culpa de la ciencia que anda lento el camino que le toca, de un gobierno elegido por los cuerdos que destina poco a la investigación, de una familia aletargada y muchas veces indolente, de cualquiera menos de uno que no eligió y que está aquejado.

Si. Les debemos la calle, les debemos un nombre, un trabajo, una familia, les debemos a muchos décadas de encierro en lugares lúgubres, tratamientos que usaban en otras latitudes en calidad de tortura, les debemos el tiempo, y el tiempo no se recupera. He visto con pena hombres y mujeres que perdieron sus nombres y sus amigos luego de una treintena de años tras muros que no cumplieron sus promesas.

Hoy se abren ventanas, se planean estrategias que involucran comunidad, se les habla de hospitales de día, para que de noche se comparta con una familia reeducada, se escoge una medicina que el enfermo entiende, se piensa en pronostico, en futuro.

El que no lo crea debe sentir que también el renacimiento lo amenaza, que el hombre, debe ser discriminado por alguna razón. Estamos hoy frente a la muerte del psiquiatra represor y cómplice y vemos nacer a un profesional humanista que ha aprendido el nombre de sus pacientes.


El momento de la ‘desmanicomialización’ llega al siglo XXI, como llegó un día la ilustración al Medioevo, entrarán en la historia de los absurdos la institucionalización eterna y torturante, junto al ‘apartheid’, la discriminación de la mujer, el trabajo infantil y la homofobia. Porque no vale la pena cuidar una sociedad que no cuida de sus más débiles.