Señor, auméntanos la fe

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Es como si el profeta afirmara, si Dios existe no puede haber tanta maldad en el mundo. La guerra, la injusticia y la maldad son la muestra evidente de que Dios no existe. ¿Dónde está Dios cuando la injusticia está en desenfreno? ¿Por qué no hace algo al respecto?

Pero, por otro lado, el profeta termina afirmando su existencia: “Mira, el altanero no triunfará, pero el justo por su fe vivirá” (Hab 2, 4). Es como si dijera: Dios existe, y aún tiene las riendas del mundo a pesar del aparente triunfo del mal. Pero, surge otra pregunta, ¿por qué ante la misma realidad unos ven a Dios, y otros no lo ven? En esta realidad que nos corresponde vivir, con todos los contrastes entre bondad y maldad, entre justicia y corrupción, entre violencia y paz, ¿está o no está Dios?

Ahora vamos al evangelio. Los apóstoles ven a Jesús apasionando, enseñando por todas partes el reino de Dios, hablando de justicia, promoviendo la paz, invitando a la fraternidad y a la solidaridad, y diciendo a boca llena que el Reino de Dios está entre nosotros. ¿Dónde lo ve? Lo cierto es que él lo ve, por eso ellos suplican al Maestro: “auméntanos la fe”

Jesús, ante la existencia evidente del mal, habla de una fuerza que viene de Dios y que nos mueve a frenar la maldad. Ante la falta de solidaridad con quienes pasan dificultades, invita a ver en el otro a un hijo de Dios y hermano nuestro al cual tenemos que darle la mano. Ante el pesimismo y la desilusión de frente al mundo, nos pide fortalecer la esperanza, que nos compromete a luchar por cambiar las realidades humanas, a vivir alegría, y luchar por erradicar la amargura de los corazones.

Jesús afirma: “si tuvieras fe como un granito de mostaza, dirías a esta morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y les obedecería” (Lc 17, 6). Si hubiera más fe, mandaríamos a lejos la injusticia y la maldad. La fe permite ver a Dios y nos invita a transformar el mundo.

Dice la Iglesia latinoamericana: «La fe nos enseña que Dios vive en la ciudad, en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos. Las sombras que marcan lo cotidiano de las ciudades, como, por ejemplo, violencia, pobreza, individualismo y exclusión, no pueden impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos.» (DA 514)

Surge otra pregunta, ¿Cómo hacer para mostrar que Dios sigue vivo hoy en nuestra historia? La respuesta la da san Pablo en su carta a Timoteo: Hay que vivir el presente reavivando el don de Dios que hay en cada uno de nosotros. Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. No nos avergoncemos del testimonio, antes bien, tomemos parte en los padecimientos por el Evangelio. Velemos por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ustedes. (Cfr 2 Tim 13 s). Dios nos ha dado herramientas para transformar el mundo, pues ¡manos a la obra!

Nos recuerda el papa Francisco: “La resurrección de cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. no nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva”. (EG 278)

Qué bueno que al salir de este mundo nos podamos ir con la seguridad de haber hecho lo que nos fue mandado, y podamos decir: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer.

En este octubre misionero no perdamos de vista la gran tarea que tenemos. Oramos por África oriental (Kenia, Tanzania, Uganda, Yibuti, Eritrea, Etiopía y Somalia), con una población que se acerca a los 200 millones de habitantes y solamente 18 de cada 100 son católicos. Ellos también tienen necesidad de conocer que Dios existe y que Jesucristo ha venido a salvarnos.

*Presbítero apostólico de San Andrés y Providencia

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.