El Facundo Cabral que yo conocí

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Tuve la gratísima fortuna de compartir con el cantautor Facundo Cabral una noche en Cartagena, hace unos años, en el marco de una presentación suya en el Centro de Convenciones.

Resulta que después de hacerle una entrevista en la cabina de Radio Reloj de Caracol, me mencionó que quería conocer al poeta colombiano que había llegado a ser gobernador. Se refería a Simón González Restrepo (Q.E.P.D). Y me ofrecí para hacer el contacto. Simón ya vivía en aquella ciudad. Éste aceptó enseguida la invitación del maestro Cabral. Y quedamos en vernos en el Club de Pesca al cabo del concierto musical.

Fue una cita maravillosa. Facundo llegó acompañado de su manager. Simón de su hermano. Hablamos de lo divino y lo humano. La naturalidad e inteligencia de Facundo se entrelazó con la de Simón. El recuerdo de aquella ocasión histórica (para mí) nunca había salido de mi memoria hasta ahora que el asesinato impensado del maestro en Guatemala me lo arranca de tajo para convertirlo en este artículo que están leyendo.

El Facundo Cabral que yo conocí era un ser humano verdaderamente sencillo. Dotado de una agudeza mental enorme. Gran pensador. Alguien que construía paz en los corazones de quienes lo escuchaban. Sabía mezclar la filosofía con la vida real y darle el sentido apropiado para hacerla útil a la gente común y corriente. Sus reflexiones constantes sobre el devenir diario y la obra humana, daban fe de su profundo conocimiento de la realidad pero en especial de una visión simple y sin aspavientos de la vida terrenal.

Era fiel a lo que decía. Facundo Cabral, que en verdad no era de aquí ni de allá, era un hombre en todo el sentido de la palabra. Sus letras y sus sentencias oportunas y poderosas estremecían el alma de quienes lograban oírlas de sus propios labios. No se si Simón y Facundo volvieron a tener trato después de aquella improvisada intimación, pero se que la empatía y el cariño que sintieron entonces no acabó jamás. Igual que el aprecio y el respeto que yo siempre sentí por ambos.

Hoy, con la más grande tristeza, “el destino: esa vieja roca muda” como dijo el poeta Hólderlin, me ha obligado a ser testigo desde la lejanía de su vil e injusto crimen. Y no me cabe en la cabeza, todavía, que haya sido así el final de un hombre tan pacífico, probo, y amigo.

Última actualización ( Sábado, 16 de Julio de 2011 09:30 )