El poder de la base

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EDNA.RUEDA02ENBEl corazón de la protesta social que atraviesa el país en este momento es sin duda la inequidad. La percepción que hoy tiene el habitante de la ciudad sobre el vandalismo, los bloqueos y amenaza de violencia que le significan las protestas, copia la dinámica en la que se han sumergido las regiones rurales desde la constitución misma de la república.

Sin justificar o aplaudir la intimidación, este panorama ofrece una muestra gratis de lo que ha significado para la mayoría de los colombianos estar relegados, olvidados o sumidos en una pobreza condenatoria.

Frente a los bloqueos que hoy son vistos como retrasos al desarrollo, las exportaciones o el tránsito mismo de la salud, es importante citar al director de INVIAS Juan Esteban Gil, que reportaba el 27 de noviembre de 2019 en el honorable Senado de la República, que el 94% de las vías terciarias en Colombia estaban deterioradas hasta su intransitabilidad. Un 6% de vías estaban realmente desbloqueadas, y esta responsabilidad fue siempre, únicamente del estado.

No hay que hacer un análisis extraordinario, para saber que las condiciones de servicios públicos, educación, salud y conectividad del archipiélago, pondrían en riesgo el país completo si se replicaran en cualquier capital.

Estas mismas circunstancias en Bogotá, por ejemplo, llevarían a un colapso inmediato, serian percibidas como anárquicas, y la reclamación de la “normalidad” seria exigida por todos los sectores de la ciudadanía.

Sin embargo, en las islas nos acostumbramos a un suministro de agua que puede tener la periodicidad de la luna llena, y a un incremento en la canasta familiar que no sería tolerado por ningún otro colombiano.

Las regiones no tienen eco en donde se escuchan las voces, por eso pasa que se hacen dos casas en siete meses o que no se desarrolle planes para el afrontamiento de futuras temporadas de huracanes, sencillamente por que quienes toman las decisiones, no han vivido más que una brisa suave. La idea de soberanía se vuelve perversa, cuando se homologa a contradecir a la comunidad y a la lógica ambiental, cuando se vuelve imponer, sin otra justificación que la fuerza, estructuras que no le hablan a la gente si no a los contratos.

La inequidad apunta en todas direcciones, desde el género, hasta los grupos étnicos. La representatividad de los colombianos en el poder legislativo, ha demostrado, no solo ser ineficiente si no carente de empatía, cuando no se entiende que la geografía del país que se armó de naciones nativas distintas, es en sí misma desafiante, que no es toda plana, o toda fría, o toda igual; y que la gente que la habita es distinta en esencia, pero igual en sus derechos. Y es que les asustan los derechos, les asusta que el indígena se levante, les asusta que el raizal conozca su mar y sus mareas, que el afro se niegue a descargar el puerto de Buenaventura hasta que no tenga un hospital como en el que nacen los hijos de sus empleadores.

La salida pacífica a la protesta está en las urnas, en los colombianos que empiezan a buscar la representatividad que no encontraron. Por eso, el personal de salud quiere ser quien simiente el sistema de salud, el agricultor quien organice el campo, el deportista quien eleve sus necesidades para mejorar su rendimiento, el pescador quiere legislar la pesca, el maestro la educación, el estudiante quiere tener participación en su futuro.

Por eso en las próximas elecciones se cerrarán los cabos sueltos, se dará el alumbramiento de una nación que no había terminado de nacer y lo harán los hombres y las mujeres que formaron siempre esa base olvidada.