¡Navidad! Fiesta de fe

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La N menciona el acontecimiento central: el NACIMIENTO. Narra el Evangelio de san Lucas 2, 11: “Hoy les ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías y Señor”. No se trata del último habitante que viene a nuestro planeta. No se trata del que rompe la historia; no se trata de hijo de los reyes, el príncipe que nacerá en palacio real; tampoco se trata del hijo de los más famosos del mundo. Es el nacimiento del que ostenta estos títulos especiales: el Salvador, el Mesías, el Señor. Nace el esperado de los siglos.

En estos momentos tenemos que poner los ojos fijos el Jesús. No lo podemos confundir con algún personaje más. Jesús es único y definitivo para el mundo que se tambalea de un lado para otro sin lograr estabilidad. Hoy necesitamos al Salvador, al Mesías, al Señor. Es el personaje central de la historia de la humanidad.

La A muestra su identidad: el AMANTE. San Juan lo resume así: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 13). Nadie nos ama más que Jesús. No viene a pedir que lo amemos, que nos sacrifiquemos por él, que muramos por él. Viene a entregarse, a sacrificarse por nosotros, a morir por nuestro bien. Solo quien ama puede hacer eso. Somos privilegiados porque tenemos a Jesucristo que nos ama hasta el extremo, es el Amante por excelencia.

Si hay algo que no se puede cansar, que no se puede agotar en el ser humano es el amor. Quien tiene amor, encontrará fuerzas para seguir adelante; quien tiene amor, lucha sin dejarse vencer; quien tiene amor doblega la desilusión y canta victorioso sobre las dificultades. Quien ama ha entendido su razón de ser en el mundo.

La V define su misión: la VIDA. “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10, 10). Se declara cuidador de la vida, vigilante de la existencia humana, defensor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural; promotor de calidad de vida para toda la humanidad; defensor de la vida de los más vulnerables; apasionado por la vida de todos, especialmente de quienes tienen mayor dificultad para vivir. Jesús viene para ayudarte a encontrar el sentido de tu vida y tu puesto en el mundo.

Mientras haya vida hay ilusión; la vida es el regalo por excelencia. Cuidar la vida es tarea fundamental; promoverla debe ser nuestra ilusión; engrandecerla es una buena ocupación; entregarla por quien se ama es la mejor ofrenda. Luchemos por la vida, no permitamos la violencia, el aborto y ninguna forma de destrucción.

La I refleja la manera como logramos nosotros descubrirlo, como luz que ILUMINA. Juan lo explica así: “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1, 9). Los reyes magos lo encontraron gracias a la luz de la estrella que los guio. Cuando sus padres lo presentan en el templo, Simeón dijo que él era “Luz para alumbrar a las naciones”. El mismo Jesús se va a autodenominar como “La Luz del mundo”.

Pasamos horas de oscuridad, por la pandemia, por las catástrofes naturales, por la corrupción, por la violencia, por la obnubilación que produce el dinero fácil. Necesitamos encender nuestra vida persona y comunitaria en el evangelio de Jesús. Hacer del Maestro la luz del mundo, para que no caigamos en la penumbra de la noche oscura.

La D, es la actitud fundamental de la vida, la DONACIÓN, y esta se hace realidad si está motivada por el amor. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas… y amarás al prójimo como a ti mismo”. (Mc 12, 30 - 31). Jesucristo no es papá Noel cargado de regalos, Jesucristo es el regalo de Dios para la humanidad, y así él lo entiende, por eso se donó, se entregó por amor.

Vivimos en una sociedad enferma por el deseo de acaparamiento; ese deseo seca el corazón humano, lo hace incapaz de amar y de entregarse. Tú eres el mejor regalo para ti mismo, para tu familia, para la Iglesia y para la sociedad. Desenvuelve tu corazón y dónalo por amor.

La A, es una actitud que se nos ante Dios y ante la vida, el ASOMBRO. San Lucas, cuando narra el nacimiento de Jesús dice: “Todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores”. El asombro es el principio de la filosofía, y también lo es de la fe. Realmente el pesebre bien observado nos debe mover al asombró. ¡Cómo puede ser que el Niño sea Dios y a la vez sea hombre! ¡Cómo se puede entender que siendo Dios tan grande se manifieste tan pequeño! ¡Cómo comprender el misterio de que el que todo lo puede se haga tan frágil como un niño! ¡Cómo es posible que el que es Eterno se haga mortal!

Hemos caído en la rutina de la vida. No nos asombra que alguien viva entregándonos diariamente su vida; no nos asombra ver crecer la vida y las ilusiones de los hijos; no nos asombra la solidaridad de muchos cuando pasamos necesidad; no nos asombra el clarear del nuevo día. La rutina nos mata. El asombro nos mantiene vivos, con un corazón despierto y deseosos de ver a Dios en cada cosa.

Y, por último, la D, que es nuestra respuesta al amor de Dios y se trata de la DISPONIBILIDAD. Eso aparece muy claro en el bautismo de Jesús, cuando desciende sobre Jesús la voz del Padre, y lo mismo se repite en el monte Tabor en el suceso de la Transfiguración. El Padre dice: “Este es mi hijo amado, en él me complazco. Obedézcanlo” (Mt 17, 5).

La gran sabiduría del creyente no está en hacer milagros, o en hablar con solvencia sobre la fe; sino en obedecer a Jesucristo, porque la fe cristiana se define en la escucha antes que en la capacidad de la palabra.

Hoy se habla mucho, se habla de todo, pero se habla poco de Dios. El mundo necesita oír más a Dios; necesitamos alimentar nuestra vida con mensajes que provengan de lo alto. Necesitamos silenciar los ruidos del mundo, para oír los gritos de Dios.

* Obispo de San Andrés y Providencia

 

Última actualización ( Viernes, 25 de Diciembre de 2020 09:33 )