Golpeados, pero no vencidos...

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JORGE.SANCHEZ.NUEVAEs natural que después de un colapso, en especial el sufrido en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que se presente desconcierto, zozobra y que la improvisación sea más evidente. La verdad sea dicha, el Estado colombiano dejó mucha tela por cortar en este suceso. Tanto él como los habitantes del archipiélago tenemos mucho por aprender.

Se puede anotar a favor, la pronta acción ciudadana tanto del interior del continente y los locales como de los hombres de mar que con sus lanchas rápidas trasladaron toneladas de alimentos e insumos básicos, en un hermoso gesto de fraternidad, empatía y solidaridad. A ellos y muchos no visibles, nuestro eterno agradecimiento.

Sin lugar a dudas el archipiélago nunca se había visto tan golpeado por tres eventos de tal magnitud como lo son la sindemia Covid, la tormenta tropical ETA y el huracán IOTA, de categoría cinco durante el mismo año. Nadie lo esperaba y todos improvisamos.

Pero era de preverse, el Departamento Archipiélago está calificado como el más vulnerable del país ante el cambio climático; pero pecó el Estado por dejar correr el riesgo. Por lo consiguiente, en el litoral costero cualquier asentamiento habitacional o empresarial estaba y estará sujeto a las inclemencias del clima, desde entonces y a futuro, según cientos de académicos que predicen mayor número de eventos y de mayor intensidad.

Cabe entonces, decir que se han cometido tres pecados: el engaño, la artimaña y la injusticia.

En pocas palabras, a consciencia, se corrió en riesgo. A consciencia se retuvieron carpas mientras la población las pedía –y las sigue pidiendo– a grito herido. Pecó la gestión de riesgo nacional a falta de albergues sólidos y seguirá pecando cuando la información de qué hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo se quede en la capital del país sin cimentarse en la conducta ciudadana con anterioridad.

Para nadie es un secreto que la temporada de huracanes se abre oficialmente el 30 de junio, pero sí es un secreto el que se debe hacer y cuáles son las obras a realizarse en los barrios para mitigar efectos de un evento climático; más secreto aún en el entorno familiar donde, por prevención, se debe conocer las acciones a tomar antes, durante y después. Una ciudadanía capacitada es el eje principal de una localidad más segura ante amenazas.

Ya eso es pasado, queda el perdonar a las instituciones vinculadas por tantos desatinos y el agradecimiento a otras más que con arrojo y valentía cruzaron el mar y los cielos para mantener provisiones e insumos, agua potable y maquinaria en las hermanas islas de Providencia y Santa Catalina.

Y partir de los hechos del presente, observar hacia el futuro de una población que, aunque golpeada no se da por vencida. Islas alejadas del país regente, con ancestros en costas a pocas millas de distancia que se deberán tener en cuenta para una pronta atención de los damnificados.

Bravo por las islas y sus hombres de mar, bravo por los jóvenes infantes de Marina, por los que cruzaron el aire, por los socorristas, por el personal médico y otros muchos más, en especial a quienes bajo el rigor del clima, en la oscuridad, la zozobra, el dolor de la pérdida y el desconcierto no se dieron por vencidos. Golpeados, pero no vencidos.

Adendo: contrario a la opinión generalizada, en términos de salud mental, la población necesita un espacio que lo separe de la tragedia; es parte fundamental para que ésta pueda asimilar y minimizar el trauma, en especial para los niños que han visto perder, de la noche a la mañana, lo que conocían como su mundo.

*Miembro fundador de la ONG Help 2 Oceans Foundation

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen