San Andrés, ¡grande!

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OSWALDO.SANCHEZ«Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya», Séneca. Fueron los griegos los primeros en reconocer la importancia de que el hombre pudiera sentirse parte de algo, de identificarse con otros en las mismas costumbres, la misma lengua, los mismos dioses.

Es propio del ser humano sentirse parte de algo que le dé seguridad y motivos para luchar. Ser parte de algo conlleva “sentirse identificado, compartir hábitos, adoptar normas, tener vínculos afectivos y sentimientos de solidaridad”, nos recuerda el profesor Carmelo Dueñas Castell en un escrito sobre la ‘Pertenencia’. Y ese sentido de pertenencia a la familia, al barrio, la ciudad o al país será mucho más fuerte si se construye desde la  más corta edad. De no lograrse estos lazos afectivos, se buscarán sustitutos que darán la fuerza necesaria “para confrontar a los otros, a la ciudad o a la sociedad que los excluye”, advierte Dueñas Castell.

Para que se tenga sentido de pertenencia debe existir una relación de reciprocidad entre la persona  y el otro, en este caso la ciudad, nuestra ciudad. La ciudad debe ofrecerle a sus ciudadanos razones y motivos para desear ser, estar y pertenecer a ella: una cultura (música, comida, folclor, etc.); historia, héroes y líderes que generen orgullo; además debe darles beneficios evidentes como protección, seguridad, servicios y condiciones de vida que garanticen el bienestar.

Esto, sin desconocer que “las culturas no son homogéneas; dentro de ellas se encuentran grupos o subculturas que forman parte de su diversidad interna”. Tras lograr el sentido de pertenencia viene la ganancia para la ciudad: el individuo cumplirá las normas básicas de convivencia ciudadana como respetar al vecino, obedecer las señales de tránsito, cumplir las obligaciones, etc.

Una de las maneras de lograr esta identificación del ciudadano con el territorio es que la sociedad asimile que esa intraculturalidad o subculturas de la ciudad afloran en sus barrios y estas responden a los quereres de sus moradores. Los barrios nacen no necesariamente por la organización territorial, sino por la necesidad de una habitación y un sentimiento de arraigo.

Por eso el barrio, como lo propone la Sociedad Colombiana de Arquitectos, debe ser considerado como el “ADN urbano”, de la ciudad. Un barrio acogedor, humano, digno y facilitador de proyectos de vida tiene que generar en sus habitantes sentido de pertenencia; y ellos, a su vez, en una suma generosa de voluntades deben manifestarse en un amor incondicional con su ciudad lo cual facilita el desarrollo equitativo de sus potencialidades.

Nuestro amor por San Andrés debe ser incondicional. Hay muchas y sobradas razones para que así sea: su historia legendaria y mítica, las bellezas naturales con las que se engalanan las islas, la idiosincrasia de sus nativos habitantes. Corresponde a la Escuela propender a la formación de su comunidad educativa en el fortalecimiento de genuinos sentimientos de pertenencia para que se entienda que el cambio debe ser de todos para que sea exitoso, eficaz y duradero. Y qué mejor oportunidad que la que tenemos a la vuelta de la esquina cuando se elegirán nuevos gobernantes para nuestro archipiélago (alcalde, gobernador, diputados y concejales), los cuales deberían asumir la reconstrucción de este sentido de pertenencia con obras y honestidad.

A los ciudadanos de a pie corresponde la tarea más difícil: velar porque no se burlen una vez más los sueños legítimos de ver a nuestra patria chica erigirse entre los grandes centros del país y la región. Nos lo merecemos no porque sí sino porque se trabaja para lograrlo. Así y todo, la queremos como nuestra, aunque no sea grande ni majestuosa, sino porque es nuestra, nos acogió y proveyó de lo poco o mucho que tenemos.

El 31 de octubre es el Día Mundial de las Ciudades; por eso, aunque sea por un día, regalémosle a nuestro San Andrés motivos para que se sienta orgullosa de ella misma y de quienes la habitamos. Todos venimos de una diáspora y esta tierra no nos preguntó nuestra procedencia, ni el color de piel, ni la fe que profesábamos; solo nos abrió sus brazos y nos regaló su regazo. No seamos malos hijos. Aunque sea por una vez en el año no la hagamos llorar, amémosla y entre todos hagámosla grande y pujante como se lo merece.

COLETILLA I. “Cada logro, es un granito de arena para la construcción de nosotros mismos y de nuestra sociedad. Cuando tenemos sentido de pertenencia y satisfacción es posible que logremos vivir en un mejor ambiente, ya que nadie cuida lo que no valora”.

COLETILLA II. Ante el atrevimiento de estar manoseando la fauna marina, una escuchimizada CORALINA “rechaza la ceba y cacería de tiburones”. Si es la primera autoridad ambiental, háganla valer, mientras la Naturaleza se encarga de dar su respectiva lección.