Acerca de las oportunidades

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JORGE.GARNICALo que tengo que decir no lo puedo hacer en un párrafo; ni en una página. ¡Qué pena! Es demasiado importante. Además, sería demasiado esquemático. Y hay cosas que hay que decirlas como son: con sus puntos y comas. De modo que hablemos de democracia y política, de estas cosas importantes, muy importantes. Y no puedo pretender decir únicamente: “Vote a conciencia”.

Sería intentar insultar tu inteligencia y soy muy respetuoso de la de cada uno; y porque no es suficiente sintetizar lo trascendental—nuestro libro sagrado, para decir “Améis unos a otros como yo os he amado,” lo hizo con 66 Libros–. Porque a veces hay que justificar; decir el por qué. Y porque la democracia y la política, también como la felicidad, son un problema serio; así hay que abordarlos. So, bear with me, please...

El derecho a la vida, una decente y digna, es el valor más cardinal de la humanidad. Y lo que nos está pasando hoy, aquí en nuestra Ínsula, socialmente, no es efecto de un plan maquiavélico y cósmico de Dios—y mucho menos del diablo o de Abaddón. De manera que: ¿qué podría ser más peligroso para nosotros, ¿la presencia de algunos innobles políticos en nuestra compartida geografía, o el asteroide Apofis?

La espada de Damocles que pende sobre la cabeza del Archipiélago, encima de las cabezas de todos los insulares, no tiene nada que ver con un determinismo fatal. Es culpa nuestra; culpa de la humanidad que camina las calles del Archipiélago; culpa de nuestra común miopía de comunidad; culpa de nuestros líderes. ¿Cómo, entonces, vamos a superar nuestras propias contradicciones—internas y externas? ¿Qué vamos a hacer para evitar su caída fatal, trágica, guillotinando a todos?

El título de una prensa digital, agosto 26, 2019: “Paquete anticorrupción lleva un año en Congreso y ni una sola ley aprobada.” Y esto a pesar de la voluntad de más de once millones y medio de colombianos. Hace poco. Nosotros, en nuestra embrollada dimensión estrictamente humanista, perdemos a veces oportunidades únicas en la vida--no puedo evitar traer a la memoria lo que ocurre en nuestra común Amazonía.

¿Por qué? Ya sea por nuestra innata, e innoble u oblicua miopía hacia un futuro común; la triste inversión, pata pa’rriba, iracunda y ciega visión de lo que debería ser nuestras verdaderas prioridades, dentro de una escala sustancial de valores en el contexto de nuestro normal aquí y ahora; la protuberante ignorancia del manejo propio de los valores sociopolíticos, y que aqueja a una increíble masa de vidas en torno a los propósitos finales de una democracia; la asombrosa e incomprensible obsesión de unos pocos, con nombres y apellidos, por querer mantener su poder político, y su status; el insondable egoísmo e individualismo de esa misma minoría, también ciega y oportunista en lo ateniente a la administración de una economía antidemocrática, etc. Porque cuando el barco se va pique…

Clifford Geertz, antropólogo, filósofo y quien fuera profesor de la Universidad de Princeton, decía que “El hombre es un animal suspendido en una red significativa que el mismo ha hilado.” La espada de arriba también la hemos fraguado. En otras palabras, reitero, somos todos los creadores y diseñadores de nuestro propio destino.

En mí, hace tiempo que esa premisa no tiene discusión; es inobjetable: somos los culpables del 87% de lo que nos pase en nuestras propias vidas: de lo bueno, lo malo y lo mediocre—y sé que existen eventos aleatorios, fuera de nuestro control: que un aerolito nos deje a todos fritos, i.e. Y esto en cuanto a todas nuestras ciencias et al—sean éstas las exactas, inexactas, o las estrictamente especulativas: física, política, religión, finanzas, biología, antropología, pedagogía, etc.

De esta manera, el profesor Geertz prestó una atención especial al concepto del “imaginario” social. Y nuestro imaginario se da en secuencias y contextos simbólicos. ¿Puedes tu imaginar una Ínsula limpia, decente, segura, educada, saludable, etc.? Yo, sí. Porque los símbolos imaginarios que manejamos, la mayor parte de las veces inconscientemente, son parte de nuestra cultura social y física. Nos expresamos a través de símbolos y signos en nuestras conversaciones, gestos, risas, muecas y otros movimientos; pero sobre todo en y con nuestras decisiones.

Nuestras actitudes, enredadas alegóricamente en nuestras decisiones emocionales y lógicas, más la primera que la segunda, reflejan nuestros pensamientos y conocimientos de nosotros mismos y de nuestros diversos medios. Y así, somos parte en esencia de esa compleja y profunda capa cultural; y la entendemos e interpretamos cuanto más la experimentamos; cuanto más la observamos in situ. Pero para que este entender sea más fáctico y acertado, existen unas herramientas que hay que aprehender y luego aprender a utilizar: y éstas las entregan solamente la educación y conocimiento. Y aquí y ahora, en éstos, vergonzosamente, estamos fracasando. ¡Y de qué manera!

¿Pero qué significados le atribuimos entonces a nuestros múltiples símbolos; qué inherencias directas o indirectas tienen en nuestro diario quehacer? Sabemos que la pregunta puede generar una larga serie de infinitas respuestas. Empero, me limitaré hoy a un aspecto capital, y es nuestro símbolo democrático—porque la democracia no se toca; se ejerce.

Porque la democracia desea caminar a nuestro lado, y ahora como pocas veces en nuestro medio. Desea estar en nuestras voces, en nuestras redes sociales y hertzianas; está reflejada sobre nuestras paredes, afeándolas; en nuestros debates cotidianos y formales—sean éstos acomodaticios o no. Son toda una serie de símbolos que asimilamos y aspiramos en nuestro sistema vital, como si fueran diarias balas de oxígeno.

Pero, para unos pocos, aquéllos a quienes la democracia, disfrazada esta vez, les da además el privilegiado sustento y la razón de vivir, la aspiran con un placer inusual; pero para otros, la grande mayoría, infortunadamente, miran la democracia con desdén, cuando no con reiteradas frustraciones. Craso error, no obstante.

¿Es que nuestro imaginario es tan pobre? ¿O es que no es sólo inopia del imaginario sino también de espíritu, de carácter? Porque la política como la democracia son el pan de nuestro diario construir--a pesar de su perenne irregularidad, indecencia, inefectividad en nuestras vidas en cuanto a nuestras condiciones elementales de salud, educación, necesidades básicas, seguridad, etc. Por todo eso y aún más, no podemos darnos el lujo ni el privilegio de decirnos que la política, la buena, nos es indiferente y que no nos afecta. ¡Qué ceguera; qué barbarie, los que así afirman!

De manera que nos enfrentamos a unos históricos retos. Porque únicamente a través de una política auténtica, y la educación por y en ella, sin trampas ni populismos, sin exuberantes demagogias, lograremos las reivindicaciones soñadas, y hoy perdidas, para así construir una nueva democracia que nos sea pertinente, cotidiana, que nos traerá más igualdad y libertad. Y por medio de éstas, asimismo, una democracia económica, básica, que nos sirva a todos; no solamente a un puñado de astutos “suertudos.”

Porque si un compatriota tiene problemas socioeconómicos, con sus visibles efectos y secuelas, es imposible que tenga libertad política. Y nuestros políticos domésticos, hace años, tienen esto muy claro. Y no solamente claro, sino que también se usufructúan y aprovechan de estas circunstancias para hacerse de las suyas durante las jornadas políticas, y más allá de ellas.

Pero ¿qué es la democracia, este subproducto de valores cardinales como la libertad, justicia, igualdad ante la ley, compasión, verdad, etc.? De nuestra omnisciente y omnipresente madre Google tomé esta definición: “Es una forma de organización social, del Estado, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.”

De modo que si ganar la gobernación o la asamblea Insular fue por haber utilizado medios y fines ilegales, antiestéticas o antiéticas (compra de votos por cualquier mecanismo; mentiras y demagogias no tan piadosas; deterioro visual, estético, auditivo de nuestro medio ambiental; manipulación de las mentes y corazones de los votantes; manipulación del sistema electoral; manipulación del derecho laboral, etc.), y que le quita legitimidad al ganador o ganadora, ésta o aquél debería, en aras de un pudor y compostura mínimos, renunciar a su seudo triunfo. Así preservaríamos y legitimaríamos nuestro proceso democrático. De lo contrario: ¡lo mismo con las mismas! ¡Un perro mordiéndose la cola en un círculo vicioso!

Y, asimismo, en este hilo del pensar, el Estado se administra, gobernamos, legítima y legalmente a través de otra abstracción, realizable en la práctica, que denominamos política. Y la realización objetiva de ésta última, la política, es una disputa sistemática para imponer nuestros intereses y voluntades, suyos o los de otras personas, dentro de nuestra estructura Insular de poder. Y en esta estructura de poder, los intereses y voluntades deberían ser para el bienestar común; no como hasta ahora, para unos pocos, insisto.

Un cínico diría: “Sí, señor Garnica-Watson: ¡debería!” Y es así como hemos estado construyendo y moldeando el carácter de un pueblo con graves y visibles distorsiones sociales y éticas; con un alto grado de cinismo, de ignorancia planeada irresponsablemente, de desconfianza en todo lo político; de escépticos en lo pertinente a una vida pública, democrática, ignorando adrede un contrato social, y por qué no: uno divino: “Amaos los unos a los otros.” Y que luego se convierten en una inseguridad perversa; en educación y salud mediocres; en una falta monumental de infraestructuras decentes, etc.

Ahora bien, e invocando lo anterior, otro pensador político, Isaiah Berlín, decía que “…la libertad del pez grande es la muerte del pez chico.” Aquí pregono a los seis vientos mi libertad, dentro del proceso de mi democracia y de mi política, como una condición cardinal y natural; como una condición sine qua non para mi desenvolvimiento social dentro y siendo parte esencial de la noción de Estado; de una importancia suma, y sin interferencias alguna, por parte de nadie. Y esta concepción la invoco no solamente a nivel individual sino también público, colectivo. Y reitero: en una economía antidemocrática, no se puede esperar libertad política.

Por otra parte, y siendo casi axiomático, ¿no sería entonces paradójico y contraproducente deambular por las calles y sendas de nuestra querida y postrada Ínsula con estas libertades constitucionales a cuestas, propuestas de participaciones legítimas, dicen, organizaciones civiles, representaciones políticas, aducen, intereses y voluntades ciudadanas, exponen, sin ejercerlos legítima y decididamente como mandan las leyes divinas y humanas? ¿No serían además irresponsables los que anduviesen por esos senderos equivocados, y peor aún, a conciencia? Sin lugar a duda, es prevaricar.

Porque ejercer nuestra responsabilidad civil con el voto por un candidato implica necesariamente tener muy presente todo lo anterior; porque es el querer y la necesidad de adentrarnos en nuestra reflexión lógica, y también emocional, con un norte fundamental: el bien común. De lo contrario, repito, es prevaricar; es no cumplir con el sagrado deber; es transgredir nuestra responsabilidad política y social; es pecar en el contexto sociopolítico.

Nosotros, ¿los eternos golpeadores de pechos?; ¿nosotros, que afirmamos a diario que pecar, el no cumplir con lo que manda la conciencia, o el Libro, es un acto horrible; nosotros que pensamos que pecar en la oscuridad no es pecar; un transgredir no sólo en lo social sino también en lo divino? ¿O es que sólo fue Judas, en sí y para sí, quien tomase la decisión importante, con la sola estrategia de un beso, y 33 denarios? ¡Al menos tuvo la decencia de buscar la soga!

Pero demos un paso hacia atrás por un momento—pero únicamente para regresar forzosamente hacia nuestro significativísimo futuro, hacia el bienestar de todos, con estas preguntas: ¿Por qué votamos por Fulano y no por Mengano o Perencejo? ¿Qué criterios usamos? ¿Con qué criterios tomamos decisiones importantes en la vida; con qué criterios escojo mi pareja, mi profesión, mis amigos, mi casa, etc.? Inevitablemente saltará al ruedo otra pregunta no menos trascendental: ¿Qué tiene significado real en mi vida…verdaderamente?

Estas preguntas pueden ser contestadas con honestidad, autoengaño o con hipocresía; pueden necesitar tiempo para una profunda reflexión; es posible que necesite ayuda de una tercera persona de su plena confianza, y que acaso ya haya contestado estas mismas preguntas para sí y su familia. En fin, lo importante es no contestar a la ligera; porque lo importante en la vida hay que decantarlo, merece respeto, disciplina, plena reflexión y honestidad.

Entonces ¿cómo contesto? ¿Cuáles son las prioridades políticas—recuerde la definición de política aquí-- de nuestra Ínsula, dentro de la tabla de valores arriba citados, creados por sus ciudadanos, tú y yo como una (o) de ellos? Ante todo, tenemos que examinar con el corazón en la mano y la mente clara, nuestras prioridades y valores propios—me gusta la palabra axiología, es decir, la teoría de valores; y no me gustaría equivocarme pensar que no tenemos unos valores que guíen nuestras vidas; que sean nuestro Polo Norte cuando es el momento para la toma de decisiones importantes, vitales y estratégicas.

Porque de ser así somos unas cáscaras, unas canoas a la deriva, al vaivén de las olas y la brisa, sin propósitos alguno, sin ton ni son, mediocres, primitivos; en vez de un lujoso yate del cual somos su capitán, con brújulas, con carácter y personalidad y puertos fijos. Al menos en el imaginario.

Porque dentro de las categorías de nuestros auténticos valores deducimos nuestras prioridades—y nuestros valores no pueden ser tan cambiantes como el viento; no pueden ser con la frecuencia con que cambiemos nuestros calzones u olorosos calcetines; ni con las vibraciones de los teatros o escenarios políticos: los valores implican consistencia; implican carácter y disciplina; implican honestidad con nosotros mismos y con nuestros semejantes—“Amaos los unos a otros como yo os he amado.” Y si no tenemos claridad en cuanto a nuestros valores, y por ende nuestras prioridades, nunca es tarde para para comenzar a fijarlos en granito. Porque así de fuertes deben ser.

Porque cuando nos asaltan dudas y cambios profundos, existenciales, como los que percibimos ahora en nuestra Ínsula, y que nosotros no hemos pedido, pero que hemos alcahueteado, es el momento y la oportunidad para reevaluar nuestros valores y prioridades: ¿Hay que cambiarlos, porque ya no satisfacen las necesidades auténticas que tenemos hoy; hay que definir nuevos roles y paradigmas para encajarlos y enjaularlos en las nuevas circunstancias que hoy afrontamos; precisamos de nuevas informaciones que nos ayuden a tomar decisiones las más acertadas posibles? ¿O se está dando el caso de que nuestras prioridades y valores están bien definidos, pero nosotros, sus usuarios, sus agentes, los estamos violando a conciencia, mamándoles gallo, por 33 denarios?

¿Qué pasó entonces con todo el tiempo y esfuerzos de papi y mami, del pasado, que usamos para generarlos, depurarlos, protegerlos y decirnos que con estos valores y prioridades viviré mi vida? ¿En la balanza de la vida, la que pregonamos a los cinco vientos, qué pesa o importa más: el valor de la conciencia o el sonoro denario?

Sé que las citadas preguntas son difíciles de contestar, y que estamos, muchos, navegando en aguas inciertas, turbias; con numerosas contingencias en cada esquina. Estamos caminando senderos nuevos, y si en el camino tropezamos con una bifurcación debemos ser cuidadosos por no escoger el camino equivocado; cuidadosos por no caminar el camino más popular, sino, quizás, el menos transitado, porque es muy probable que sea el mejor para nuestra Ínsula y su futuro—recuerdo un poema de Robert Frost, “The road not taken.”

Así, ¿viviremos una vida teórica, sólo del momento, pletórica de fantasía, en condiciones solamente metafóricas, con unos valores teóricos, o viviremos una práctica, auténtica, con unos valores que ejercimos en nuestro diario vivir? ¿Qué pasa si nos damos cuenta de que hemos estado escogiendo mal; ¿qué hemos estado escogiendo solamente ruidos mentales, caminando por los caminos más sonoros, más transitados, pero no el correcto y, por tanto, es tiempo para reevaluar tanto las prioridades como los valores que teníamos como sacros?

Alguien decía que un político con dinero es como un niño con cannabis. De modo que preciso repetir: al elegir un camino; una compañera (o); un vehículo de trabajo; una casa; o un político: es cosa seria. Elegir es un verbo que implica responsabilidad; una suma responsabilidad. Pero ahora no es solamente una responsabilidad individual: es una colectiva también. Es una decisión, en nuestro caso para el 27 de octubre, que trasciende lo personal. Es una decisión compartida.

Y para que sea la decisión más acertada posible, hay que elegir con nuestros valores y las sentidas prioridades de nuestra Ínsula—en cuanto a seguridad, por ejemplo. Es la única manera de marcar una diferencia íntima, positiva, entre y para nosotros mismos. No es conveniente mantener la ambivalencia de hoy; es necesario superar nuestras contradicciones y recuperar el paraíso perdido. De lo contrario, ¿cuál es el juego?

El muy esclarecido autor contemporáneo del “Miedo a la libertad,” “Revolución de la esperanza” y del “Arte de amar,” Eric Fromm, decía en este último que amar es una experiencia y un compromiso. Entonces: ¿Cuál de los candidatos para la gobernación de San Andrés, Providencia y Santa Catalina y sus demás cayos y bancos, tiene la mejor experiencia en cuanto a la gerencia pública; ¿cuál de ellos podría generar un mayor compromiso, seriedad y bienestar común, en cuanto a lo social y ambiental, para la Ínsula? Una apropiada y sentida respuesta a estas preguntas, indudablemente, nos puede ayudar a tomar una decisión en cuanto al 27 de octubre.

Porque nuestras vidas deben servir para algo más grande que nosotros mismos. De lo contrario, habremos vivido una vida mediocre. ¿Y quién desea tener en su última lapida: “Aquí yace una que fue un mediocre”?

Última actualización ( Sábado, 31 de Agosto de 2019 12:31 )