¿Hambre Cero?

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OSWALDO.SANCHEZNo es extraño que en nuestras escuelas el maestro atienda estudiantes por desmayo, desánimo, bajo rendimiento, poco sociable, o por incapacidad de tomar decisiones y un largo etcétera de síntomas. Y el maestro se acongoja porque no puede hacer mucho por aliviar a su pequeño estudiante.

Y el alma se le parte cuando se entera que es porque tiene hambre, no ha desayunado, no almorzará e igual fue ayer y será mañana.

Y a ese mismo niño, ya en el aula, le contará que Colombia es un país privilegiado: tiene dos océanos, tres cordilleras que le ofrecen todos los climas favoreciendo el crecimiento de variedad de plantas y animales y posibilidades de alimentación. Que somos ricos en agua que riega valles y planicies facilitando actividades de agricultura y ganadería. Lo que no se le dice es que a mucha de esa riqueza ni tiene ni tendrá acceso.

Y lo anterior no es producto de alucinaciones o alguna figura literaria. Es la realidad de miles de nuestros niños escolares y de millones más alrededor de este planeta que Dios cedió al hombre para que lo cuidara y cultivara, quién lo creyera.

Según la FAO, 821 millones de personas pasan hambre a pesar de que se produce alimentos para todos; de ellas, el 70% padecen pobreza extrema en las áreas rurales; el 45% de las muertes de niños están asociadas a problemas de alimentación; 151 millones de niños sufren retraso de crecimiento por falta de comida; el costo de esta malnutrición asciende a los 3,5 billones de USD anuales; para el año 2050 se estima que se necesitará un 50% más de alimentos para atender la población mundial. En medio de esta gran tragedia 1/3 de los alimentos producidos se pierde o desperdicia. Todo esto es un pecado que clama al cielo.

El problema es de tal magnitud que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señaló el 16 de octubre de cada año como el Día Mundial de la Alimentación, entre otras razones, para “aumentar la conciencia pública de la naturaleza del problema del hambre en el mundo”, y de “fomentar todavía más el sentido de solidaridad nacional e internacional en la lucha contra el hambre, la malnutrición y la pobreza”. Además, uno de los Objetivos del Milenio es, precisamente, reducir a cero el hambre en el mundo para 2030.

Nosotros no somos excepción. De acuerdo con asivamosensalud. org la Hoja de Alimentos de Colombia muestra al país como autosuficiente en materia alimentaria”; sin embargo, la FAO recalca que en Colombia el 3,4% de su población está subalimentada, porque como decíamos, a esta riqueza no todos tienen acceso.

En el documento 'Mapas de la Situación Nutricional de Colombia', el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) dice que la región Atlántica, incluida San Andrés, tiene la mayor desnutrición en el país por bajo peso para la edad (0-4 años), equivalente al 9.6%, por encima del promedio nacional; que el tiempo de lactancia es de menos de 14,5 meses, cuando la recomendación internacional es de 24 meses; que la ingesta inadecuada de proteínas (2-64 años) sobrepasa el 37 % y que en el Departamento la inseguridad alimentaria excede el 51%.

A la situación anterior, que puede achacarse a variados factores, se agrega un ingrediente: el Plan de Alimentación Escolar (PAE). De los baldones que nos deshonran ante la comunidad internacional, junto a los “paseos de la muerte”, está este oprobioso plan, no por él sino por lo que se hace con los recursos que el gobierno le destina y que ‘alienígenas’ (porque no pueden ser seres humanos) desvían para su riqueza personal con el contubernio o impotencia de la autoridades fiscalizadoras en detrimento de la salud y la vida misma de los niños escolares.  

Cuánta razón cabe al columnista de vanguardia.com Carlos Gómez, cuando afirma que Es evidente que con hambre no se puede aprender y que los bajos resultados académicos son directamente proporcionales a la desnutrición”, y que esos niños nunca accederán a alicientes como Pilo Paga, pues están condenados caminar otros caminos.

Ese PAE que se les niega a tantos o que se les da como limosna teñida de suplemento alimenticio, para muchos es la única comida del día. ¿Cómo es posible, entonces, que esos recursos, sagrados como son, paren en cuentas personales condenando al más débil, los niños, a una cadena perpetua de atraso, enfermedad, indignidad y no haya poder humano que lo evite?

El Día Mundial de la Alimentación ya pasó y nada pasó; llegará el 31 de diciembre del 2030, fecha de corte y evaluación de los Objetivos del Milenio y al paso que vamos seguiremos haciendo conejo a compromisos y obligaciones.

Espero estar equivocado.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.

Última actualización ( Sábado, 20 de Octubre de 2018 05:21 )