Somos locos, no pelotudos

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La rutina incluía dispensar rápidamente medicamentos a todos los pacientes, tomarles sin demora los signos vitales y resumir en dos líneas los cambios en el estado de ánimo, las alucinaciones o los delirios que pudieran aparecer.

En el último partido de la contienda, Argentina enfrentaba a Alemania, y el mundo con todos sus componentes, al menos en ese ambiente, se paralizaba.

Durante el primer minuto la pelota filtrada de Klose tranquilamente llega a control del guardameta argentino Romero. Y un frio helado recorre el cuerpo como una ola polar interna. El suspiro común, resonaba.

Para el minuto cuatro, Higuaín cruza disparo que se va cerca de la meta de Neuer! Y esta vez con mayor emoción, el suspiro aumenta decibeles y se hace un débil grito.

Para la mitad del primer tiempo cuando Thomas Müller es sorprendido en fuera de lugar, la algarabía ya es rutina y ya nadie mide sus palabras, ni su tono.

La emoción llega a otro nivel cuando Se salva Alemania, de un nuevo arranque vertiginoso de Messi que por poco acaba con el balón en el fondo de las redes alemanas tras la salida de Neuer y la confusión con Hummels: a este punto ya no hay contención.

En el minuto 59 con un remate de cabeza de Klose que termina en las manos de Romero, la pequeña multitud en torno al televisor se enloquece… en un manicomio.

Y termina el partido. Y los ánimos no encuentran sosiego, hay lágrimas y abrazos, apuestas, todo tipo de palabrotas, rezos y promesas. Pasa el primer tiempo extra, llega el segundoy entonces: ¡Gol de Alemania! Por el sector izquierdo viene el pase de Shurrle, Goetze la baja de pecho y se avienta para rematar a portería y vencer a Romero, y mientras la red se infla, se desinflan los corazones del equipo médico.

Cabizbajos se abrazan y, mientras unos lloran y patean los restos de comida en el piso, Agustín, uno de los enfermeros, alerta sobre la fuga de pacientes del pabellón –que al mejor estilo de los gobiernos latinoamericanos– aprovechan la relación hipnótica entre la pelota y los ciudadanos para hacer su voluntad y huir evadiendo el muro que era implacable mientras eran vigilados. Cumpliendo de esta manera la sentencia que rezaba en un aviso del primer piso: "somos locos, no pelotudos".