Adulto mayor

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OSWALDO.SANCHEZEs cuestión de culturas. Mientras que para Minsalud el ‘adulto mayor’ es una persona de 60 años o más, la OMS aclara que “Se considera anciano a toda persona mayor de 65 años para los países desarrollados y de 60 para los países en desarrollo”. Y a esos ‘viejos’ o ‘cuchos’, como se les decía antes, les cantaba Piero: “Yo lo miro desde lejos, pero somos tan distintos; es que creció con el siglo, con tranvía y vino tinto”.

La razón: los viejos son capítulo aparte en el engranaje de la sociedad de hoy.

Tal vez fuera bueno saber que Colombia es un país que envejece rápidamente: el año 2016 el 11% de la población colombiana correspondía a personas mayores de 60 años (5,2 millones de habitantes); en el 2020 será el 12,5 % (6,5 millones); en el 2050, el 23 % (14,1 millones) serán adultos mayores. Nuestro país envejece y parece que nadie se da por enterado ni se toman previsiones reales y serias. Para el 2020, por cada 100 personas menores de 15 años, habrá 50 mayores de 60 años, según la encuesta nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE).

Los viejos de hoy fueron los niños de ayer, los niños de hoy serán los viejos de mañana. Se esperaría, entonces, que la Escuela prepare al niño para esta etapa del devenir humano, al fin y al cabo su Misión es capacitar al niño para la vida. Pero la realidad, según parece, es otra. “Hoy nadie habla de vejez en colegios y universidades, lo que dificulta proyectar y preparar a todo nivel una vejez activa, digna y saludable”, afirma Robinson Cuadros, presidente de la Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría.

Quizás la única oportunidad institucional se da cuando la IE celebra el Día del Adulto Mayor, que será más un acto social que de reconocimiento y valoración de lo que representa el “viejo” para la sociedad y la familia. Así, es imposible pensar que el niño está siendo formado y preparado para el momento de vivir esta etapa de la vida.

Por su parte, la familia, núcleo social que debería ser sinónimo de solidaridad y protección, es con mucha frecuencia, para vergüenza social, el mayor infierno para los viejos. No es coincidencia que su situación sea asimilada a la definición del Síndrome del niño maltratado: agresión física, psicológica y sexual, adicionando los perjuicios económicos. Estos atropellos se evidencian en el abuso físico, el abandono, abuso económico, negligencia, abuso psíquico, entre otros.

El maltrato a los viejos es cosa de vieja data, en todo lugar y tiempo, como lo reconoce en documento “Sobre la violencia intrafamiliar contra el adulto mayor”, Medicina Legal: “se remonta a la antigüedad, considerada, por mucho tiempo, propia de la dinámica familiar y un asunto restringido, al entorno de la misma”.

Y si del gobierno se trata, tampoco es mucha la diferencia. Si bien es cierto que la cobertura es muy amplia, el acceso a ella es casi kafquiano, pues para los adultos mayores, al igual que para la mayoría de la población, “no pasa del papel”, evidenciándose la “carencia de políticas claras para atender a esta población que será la mayor protagonista en el futuro”. Así lo reconoce el Viceministro de Salud Pública, Fernando Ruiz, a raíz de la publicación de la Encuesta SABE, pues afirma que “esta encuesta evidencia los altos niveles de inequidades socioeconómicas que hay en los adultos mayores del país, con grupos más críticos como mujeres y personas de áreas rurales”.

¿Qué hacer ante panorama tan desolador?

Para el salubrista Hernando Nieto, debe existir “Un cambio de cultura, donde los ancianos sean los ejes de toda intervención”. Y este cambio de cultura implica formar niños y sociedades llenas de valores donde la vida sea verdaderamente sagrada y las personas no pierdan valor como las mercancías que tienen fecha de vencimiento.

Los ancianos, viejos o cuchos, como quiera sean denominados, son tan valiosos, si no más, que el resto de la población aunque sea por lo que han significado para el progreso de la familia, la región y el país. De lo que se trata es de acompañarlo a vivir, no a morir, y para ello “es necesario el manejo de la espiritualidad, la sana recreación, la convivencia y la alimentación en esta etapa”, apunta Franger Herrera Burbano.

Por su parte, el gobierno debe ir más allá de señalar una fecha de celebración (“último domingo del mes de agosto de cada año”, Ley 271 de 1996) y “generar políticas claras para enfrentar este desafío”; que la familia, elemento fundamental, asuma la responsabilidad social y legal de cuidar de las personas mayores y no deleguen irresponsablemente en el Estado el cumplimiento de este compromiso.

Última actualización ( Sábado, 18 de Agosto de 2018 03:27 )