¿Y si aquí pasara lo mismo?

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OSWALDO.SANCHEZLos ciclos de la Naturaleza son predecibles en la medida que el hombre no quiera seguir jugando a ser Dios y esta nueva temporada de lluvias y huracanes en la región Caribe es conocida de vieja data, pues forma parte del ciclo anual de ciclones tropicales.

La temporada sería muy activa con hasta cuatro huracanes “de gran magnitud”, dicen unos; otros, que las cosas serán más llevaderas este año debido a la presencia de aguas más frías en el Atlántico. Pero no hay que bajar la guardia, pues "Los huracanes alcanzarán intensidades nunca antes vistas en la historia" en futuros cercanos, afirma Tim Hall, científico del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA.

Pero el punto no es ese, exactamente. Aquí lo importante es saber si estamos o no estamos preparados para capotear lo previsible.

Las lluvias de los últimos días, anegando calles y rebosando alcantarillas (una de ellas cerca a la casa de la señora Gobernadora) generan preocupación, pues no es seguro que la administración pueda actuar con la rapidez y precisión que se requieren evitando daños y dolor, aunque corresponde a las autoridades garantizar la mayor seguridad posible de las personas.

También, desde luego, reducir al máximo los riesgos originados por los mal llamados “desastres naturales”, pues como afirma Daniel Calderón Ramírez, doctor en Planificación y Gestión del Territorio, los desastres siempre son producto de variables de riesgo –de tipo ecológico, económico, social y cultural– que se conjugan y propician la ocurrencia de un evento catastrófico, y que a pesar de que lluvias y huracanes son predecibles en duración e intensidad, con frecuencia desbordan la capacidad de respuesta de a quienes corresponde la gestión del riego en países como el nuestro, donde solo nos queda elevar los ojos al cielo y clamar porque Dios se apiade de nosotros.

Así dice el editorialista de vanguardia.com: “Lamentablemente se repiten las causas que nos ha condenado a estas tragedias en el pasado: no se hace prevención, no se ejecutan las obras de infraestructura necesarias para eliminar los riesgos, no se educa a la población para que evite incurrir en conductas que incrementan los daños una vez llegan las lluvias, no se retira de las zonas de riesgo a las poblaciones que allí se han instalado, (…) etc.”.

Por eso entidades como el Banco Mundial hacen esfuerzos, aunque estériles, tratando de viabilizar la preparación de las instituciones y la población para encarar estos desastres naturales.

Desgraciadamente cuando la tragedia se materializa no solo queda al desnudo la ineficiencia e ineptitud del Estado en prevenir sino que la respuesta a dar en mucho menos que deplorable. ¿Qué remedia que se llame a juicio de responsabilidades a las autoridades por incumplimiento de sus funciones, como en el caso de Mocoa, si el daño no se va a resarcir ni de allí se desprenderán lecciones para futuras situaciones?

Aquí hasta ahora hemos pasado con más sustos que realidades, pero el día que nos corresponda Dios quiera que todos estemos preparados, porque ese día de nada valdrá llorar. ¿Quién garantiza que el emisario submarino no volverá a colapsar? ¿Y quién, que el Magic Garden (¿dónde se esconderá la magia de ese jardín?) no arderá de manera descontrolada? ¿Qué medidas se adoptan ante la evidente escasez de agua en la isla de San Andrés? ¿O que los “rellenos” de Los Almendros y North End resistirán un remesón de la Placa del Caribe, ese “mini cinturón de fuego” que adormece en el lecho marino?

Bien dice el editorialista de este periódico: “San Andrés es la isla del deja vu pues los sucesos que se vienen repitiendo, cada vez con mayor frecuencia y graves consecuencias, son el resultado de la porfiada ceguera oficial, la complicidad social y/o la corrupción estandarizada”.

Los huracanes Irma y María azolaron el Caribe el año pasado con costos muy elevados, tanto que la alcaldesa de San Juan (Puerto Rico), Carmen Yulín, afirma que a hoy solo en la capital hay medio millón de techos sin reparar y que en todo el país no hay suficientes abastos de agua y diésel para generadores eléctricos en caso de apagones.

Por el desastre de Mocoa, el presidente no tuvo inconveniente en decir que devolvería una “ciudad mejor que como estaba antes”, pero los proyectos más avanzados, a un año, escasamente rondan el 40% de adelanto. Tampoco olvidemos a Gramalote cuya tragedia ocurrió hace ocho años, sin embargo, a pesar de ser la primera la promesa presidencial en 2010 ("Vamos a reconstruir el pueblo (...) créanme que Gramalote va a quedar mejor") hoy apenas alcanza el 70%; pero lo que sí develó la Contraloría fueron   hallazgos fiscales por $6.371 millones.

Por eso nos preguntamos: ¿y si aquí pasara lo mismo? (Tal vez mejor será no conocer la respuesta).

Última actualización ( Sábado, 16 de Junio de 2018 10:27 )