Convivencia: delirante fantasía

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También digamos que ‘convivencia’ tiene una “connotación positiva y está cargada de ilusión, de proyecto, de búsqueda”. Sin embargo, no faltará quien pregone que la convivencia entre diferentes culturas y credos es imposible, o muy difícil y conflictiva; que es el pensamiento absurdo de alguien que cree que el ser humano puede vivir en compañía de otro u otros, en el reino de “la paz estable y duradera”.

Hay qué ver la tozudez (es decir, esa delirante fantasía) con que obran algunas personas buscan convencer a los demás de que la convivencia es posible y que vale la pena intentarlo. En esas anda la ONU tratando de inducir a las personas “a que prosigan y se intensifiquen los esfuerzos y las actividades de las organizaciones de la sociedad civil en todo el mundo para promover una cultura de paz”, por lo cual ha declarado el 16 de mayo como ‘Día Internacional de la Convivencia en Paz’. Vano intento: “voz que clama en el desierto”.

Y no nos referimos a los grandes crímenes que impiden la convivencia: genocidios, denegación de la justicia, robo de los dineros públicos dedicados a los niños, la pertinaz sordera de los gobernantes a las voces que claman salud y protección social, etc.

Hacemos alusión a lo que el Decano de Arquitectura de la Universidad del Norte, Manuel Moreno Slagter, halla “injustificable” cuando afirma que “encuentro más desafiante la justificación de los pequeños agravios, las acciones menores que poco a poco van envenenando el diario vivir y lo llenan de resentimiento y desazón. Con cualquier excursión fuera de casa uno se encuentra con toda clase de hostilidades y afrentas, casi siempre tan conspicuas como evitables”.

Pareciera que la convivencia humana es impracticable, por lo menos en estos días, incluido nuestro territorio insular.

¿Por qué es tan difícil esperar a que el semáforo nos avise que podemos reiniciar la marcha o que debemos detenernos?; ¿por qué cuesta tanto sacar la basura al momento indicado o colocarla “en su lugar”?; ¿por qué nos parece un insulto el escuchar la voz del vecino cuando pide que se modere el volumen del equipo o del pick up?; ¿por qué creemos que somos perdedores si decimos: “gracias”, “perdón”, “buenos días”?; ¿por qué sentimos que se nos desfigura el rostro si sonreímos o que se nos cae a pedazos la lengua si decimos “me equivoqué”, “tiene razón”? ¿Por qué?

“Todas esas cosas son sencillas, no cansan tanto, no nos cuestan, al contrario, facilitan la vida y nos evitan algún enfrentamiento. Por eso es difícil entender a quienes se comportan así, por mucho que los libros lo intenten explicar”, acota Moreno Slagter. Es increíble que de cada 10 colombianos, tres hagan justicia por su propia mano; o que 6 de cada 10, aprueben el linchamiento como forma de justicia. La razón: no hay autoridad ni se respeta la poca que haya, lo que impera es la ‘Ley del Talión’ (lextalionis), presente en el Código de Hammurabi desde el año 1760 a. de C.,

Lo más triste es saber que todas estas conductas que muchas veces terminan en tragedia tiene una solución tan pequeña que parece increíble que no la hayamos descubierto: Educación.

Es que la convivencia es un valor, valor que como todos los demás están ahí para que se hagan realidad en la práctica, y corresponde a la familia, a la Escuela y a la sociedad (civil o no civil) cumplirlo; por lo menos así dice nuestra Constitución: “El Estado, la sociedad y la familia son responsables de la educación”. Y cuando hablamos de Educación hacemos referencia a formación y no a mera instrucción (mala, por demás) que es en lo que la han convertido nuestros jueces con sus sentencias, más de muerte que de preservación de derechos.

Que digan, entonces, cómo se puede formar “en el respecto a la vida y a los demás derechos humanos, a la paz, a los principios democráticos, de convivencia, pluralismo, justicia, solidaridad y equidad, así como en el ejercicio de la tolerancia y de la libertad”.

Sabido es que en Colombia la justicia ni coja ni llega, como que los niveles de impunidad alcanzan el 99% según acepta la misma Fiscalía. Ante tamaña anomalía el papel educador de la Escuela se hace innegable. ¿Estarán dispuestos Escuela, Docentes y autoridades educativas a emprender tan colosal tarea?