El Muro

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EDNA.RUEDEA2Hay un muro invisible en el semáforo de la subida al Bolivariano. Ahí empieza La Loma. Y allá no hay andenes, no hay agua... El muro es mágico y flexible. Permite que se atraviese y se hace aire si uno se lo pide, para lo de los votos, cuando se necesitan firmas, cuando se busca ‘lo raizal’, pero el muro vuelve y aparece cuando se trata de implantar políticas públicas y justicia social.

Más allá del muro, no hay andenes (lo de los andenes me aturde, me devasta). Los andenes en una ciudad te dicen que ahí vive gente, que no es una autopista en el desierto uniendo dos puntos lejanos, los andenes hablan de personas que se visitan, de mujeres que van a la iglesia, de niños que esperan para cruzar la calle, de comunidad.

Pero más allá del muro sencillamente no hay andenes, como si fuera un pueblo fantasma al que no se le piensa con peatones, como si no existieran esos que se visitan, que van a la iglesia, que cruzan la calle, como si esas casas se habitaran solas.

Allá arriba donde alguna vez montaron cisternas, sin preguntarse mucho de quien era la tierra, sacan el agua todos los días para bañar a la visita, para que los hoteles de abajo tengan estrellas, para las piscinas de la gente bien.

Y cuando la gente que vive arriba baja, tiene que verlos lavando sus carros y regando el césped con su agua, aun sabiendo que hay sitios en los que llega cada 40 días, y la gente tiene sed, de allá mismo detrás del muro donde una familia puede gastar hasta el 10 por ciento de sus ingresos en traer carro tanques para tener como llegar limpio al trabajo, abajo, con los que tienen agua todos los días.

Los de este lado del muro hemos elegido no ver, omitir las personas y volver todo parte de este enorme circo, este parque temático en el que nos hemos convertido, que invisibiliza todo lo que no le conviene, lo que no se ajusta a su ideal de paraíso: la mentira colectiva: está todo bien.

Como un blanco en el apartheid que da la espalda a la otra realidad y asume que todos somos felices, que, si no hablamos de lo malo, lo malo no existe, como si el lenguaje creara los problemas.

El muro se hace rígido, crece, se ancha, está dejando encerrada una realidad falsa, torpe, adoquinada, maquillada, una idea perversa de una isla tragada por otra isla: el centro y el sofisma que dice que lo se merece todo.