Legalize it

Imprimir

Bebo un sorbo más, le digo que esté pilas, pero el tipo le encanta, con sus ojos claros y sus pestañas rizadas, y sus dos hijos de dos mujeres. Estamos paila de hombres, le digo, acabo de llegar de Bogotá yo también.

Cuando volví esa vez, en el aeropuerto estaba dañado el escáner, y éramos los pasajeros de tres vuelos haciendo una fila irregular para que las maletas, cajas, bolsos, morrales y bolsillos fueran requisados por tres agentes con cara de novata seriedad. Eso los policías ya saben, me dicen, y yo ato los cabos. Así como el pelao hay miles más, con bocas que alimentar y decisiones por tomar. Y novias, y amantes, y motos, y madres, y orgullos.

Ahora el escáner está funcionando, creo. No es un secreto que las mulas han aumentado y que el consumo interno también. Son más de un millón de turistas, imagínense. De todas formas, dicen los que saben que la droga se sigue sacando hacia el norte, seguimos siendo una ruta clásica, y el problema jamás se resolverá hasta que se ponga el dedo en la llaga. Sean Paul lo dice en un dancehall viejo según el cual Jamaica sería potencia mundial: legalize it, time to recognize it.

No se trata de una facilidad para consumidores, sino de una decisión estratégica pero arriesgada en un país moralista que con cada campaña parece retroceder dos generaciones en los discursos, dirigidos a los temerosos y a los hipócritas. Es que la legalización, que es el paso siguiente a la despenalización, es la tendencia global, y es además la solución para un problema que se arraiga en las debilidades humanas, en las del sistema.

“Así tengo a varios más”, me dice mi amiga después de varias cervezas más. Tiene a un primo segundo, y al novio de una amiga, los conoce, no son malos vecinos. Yo me río y le digo que igual eso no significa nada, y que haya tantos no me escandaliza. Hay una fundación, le cuento, que hizo un estudio, y San Andrés es el único departamento del país en el que la gente prefiere de vecino a un traqueto que a un homosexual.

No es extraño, seguimos en la edad media, y con el Internet que nos mandamos, la gente lee es lo de las redes sociales, lo que viene gratis con el plan de datos, no hay ni siquiera pa’ un buen artículo que difunda la vanguardia.

En 2015 la revista National Geographic le dedicó dos ediciones a la cannabis. En México empezaba a demandarse con fuerza la marihuana cultivada en California, la dinámica comercial es al revés. Ya no era la hierba colombiana o mexicana la que cruzaba el Río Grande sino al contrario, mucho más cara, y sellada, con estándares de calidad, marcada, y mucha de uso medicinal.

Una amiga de 30 años tuvo leucemia, y la consumía para pelearle a los efectos secundarios de sus tratamientos, la buscaba insistentemente, podía mantener el ánimo arriba, además, “no me puedo deprimir, o me friego”, decía, forzando sonrisas mientras contaba los dramas para sobrevivir a su drama autoinmune.

Es tremendo business, le digo a mi amiga después de otro trago allá en Sound Bay. Pasan las motos sin silenciador, sin carrocería. Los pelaos llevan todo el día en Little Hill en los talleres caseros, todo el día, engallando su moto, aprendiendo del mecánico que colecciona montículos de Miller Lite en su patio. Es tremendo business, si se regula.

Esa es la lógica económica: impuestos que corrijan las externalidades, que arreglen las fallas del mercado, la adicción. La Corte Constitucional, digo tratando de parecer trivial para que me paren bolas, falló el año pasado, insistiendo en su tesis, a favor de un hombre que fue sorprendido por la policía con el doble de la dosis mínima legal. Es un enfermo, dijo la Corte, no un criminal.

No he escuchado debates sobre la legalización de las drogas. Una vez ex presidentes, Álvaro Uribe Vélez incluido, César Gaviria, y hasta Vicente Fox de México, convinieron que la legalización es la única salida. El senador ya no lo diría, se le van los fundamentalistas de la moral bíblica, pero en cumbres de la Organización de Estados Americanos de hace diez años, esa era la conclusión.

Aquí, mientras tanto, asistamos al imperio de la racionalidad económica individual: es billete fácil, y ante la cultura, las ganas y el hambre, no hay iglesia de garaje o no que valga. Peace out.