La fuerza del espíritu

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CRISTINA.BENDEKDos mil diecisiete, un número para revelaciones. Tal ha sido la marea de profecías cumplidas, que el corazón se ha enfrentado cansado a las noticias del fin de año. Mientras tanto, esta semana la ciencia consiguió cuestionar las leyes de la termodinámica, y anuncia que el tiempo puede también fluir hacia atrás.

Tal vez el tiempo no existe, como se infiere de la relatividad de Einstein. Tal vez por eso en San Andrés, que es una expresión particular del espíritu, tenemos la sensación de que no nos movemos a ningún lado.

Es inútil volver sobre los hechos, como es inútil la pretensión de hacer un salto colectivo hacia circunstancias pasadas. La nostalgia es algo que invade a los pueblos cuya alma se ha envejecido, y suele contener imágenes y sentimientos distorsionados ya con el correr de los días. Pero si la ciencia consigue probar la relatividad de las leyes con las que funciona la realidad que creemos irrebatible, no hay ilusión que no pueda materializarse.

Esta semana en una conversación, mi interlocutor insistía en que el cambio es una ilusión. No existe el movimiento, y esto me chocó, pero si el tiempo es relativo y la percepción de que el tiempo avanza es un truco de nuestra psicología, entonces puedo aceptar esa afirmación. Todo lo que hay, lo único que hay, es la expresión del espíritu humano, no es cambio, porque todo, absolutamente todo, está contenido en el espíritu.

El espíritu. En un mundo que devora segundos, minutos y horas a punta de tecnología que nadie comprende, que no se puede ver o tocar, lo esencial continúa cifrado en el reino de lo imperceptible. Ser conscientes del espíritu requiere de tiempo, de atención, y de un trabajo que no resulta en un salario en la quincena. Nadie paga por el descubrimiento propio, pero es tal vez, dice mi interlocutor, el trabajo más importante para desarrollar durante la vida.

Si el mundo fuera más amable, el espíritu sería consciente de sí mismo, de su libertad, de su carácter permanente, de la deliciosa anarquía, que decoramos con límites, con ficciones y con rollos mentales que en realidad poco nos sirven ya para perseguir la felicidad propia.

Pero llegamos a un mundo que impone sus reglas, y la libertad, que nunca es simplemente dada o reconocida, como el poder, sino que es descubierta y conquistada, está condicionada a miles de factores ajenos a la expresión propia, como la familia, la educación, la cultura, la historia, una cantidad de herencias no solicitadas, una cantidad de creencias limitantes.

Como ya se va a acabar este año (lo cual es, por supuesto, apenas una referencia para ordenar la vida), la costumbre es pensar en propósitos que orienten la vida propia, y la existencia colectiva, en lo que queremos obtener, y en lo que no queremos repetir. Siempre pedimos un cambio que refleje los ideales, pero tenemos visiones difusas, no pactadas, individuales, egoístas, y más importante aun, condicionamos el espíritu propio a los límites externos.

En San Andrés un eslogan político quemó el verbo soñar, y nunca ha habido pérdida más grande que esa. Es importante en este punto, en el que las profecías condenatorias desfilan una tras otra, y en que las voluntades se retuercen desorientadas entre la impotencia y la desesperación, soñar con el archipiélago posible, con la realización de las aspiraciones propias, con la felicidad y su búsqueda, con la expresión espontánea hasta de los vicios propios, con la catársis.

El dos mil dieciocho no se asoma como un año fácil. Lo que sea que venga contenido en las horas y minutos de esos días, nos dará una y otra vez la oportunidad de expresarnos, de reaccionar, de decidir, de decir, de hacer, de no hacer.

Más que deseos de riqueza, felicidad infinita, prosperidad, y etcétera, que el ciclo nuevo traiga más desnudez, que retire las capas al espíritu escondido, que lo libere, que las circunstancias que se presentan le permitan a cada uno decidir dentro de sus verdades y de sus necesidades más profundas, que se exprese la creatividad humana que todos tenemos, sí, que nos reconquistemos desde adentro, que nos descolonicemos, que gocemos, que lloremos, que riamos.

Que cada día que pase, estemos más y más vivos, y seamos más y más conscientes. Eso es fuerza para el espíritu, y la mejor esperanza que tenemos. Peace out.