Un archipiélago condenado

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ALBERTO.GUERRA2Algunos susurran un archipiélago posible entre la gran multitud que atiborra las tierras que rodea el mar, y escasos propios y visitantes se inmutan ante el ideal de cambio. Es un susurro que no se alcanza a escuchar entre tantos problemas profundizados por la desidia, la indiferencia, el interés personal, y el capricho de los que creen que gobiernan la palabra y voto definitivo. ¿Es un archipiélago condenado?

El ruido es tan fuerte que no deja escuchar las señales, las alertas. Se confunden las emergencias con problemas menores, y los problemas menores con urgencias. Muchos se observan como participantes pasivos, en medio de un coliseo donde se presenta desde el más sensato hasta el más torpe en una representación carente de dirección.

Allí, en medio de cien mil hablantes, hay algunos señalando con palabras cómo los cimientos, columnas, paredes y hasta el mismo tejado se resquebraja; el ruido absurdo evita escuchar tanto los chirridos como anuncios. La gran mole está a punto de ceder y engullir a todos; ¿los nueve círculos los recibirán a todos? Solo algunos en el palco parecen sentirse con la ventaja de huir ante el menor crujido del concreto.

El aire sería su salvación, y otras tierras los recibirían. Allá no importará el apellido u origen, sino lo que se llevaron antes del colapso. Otros ya situados en las salidas parecen guardar de la seguridad de todos aquellos condenados, para ser los primeros en correr. Tal vez vale la pena discutir sobre un archipiélago condenado como aquel coliseo. Ha sido condenado por múltiples errores que parecen intencionales y quizá pasionales desde su fundación hasta su apertura.

El primer error que ha condenado dicho archipiélago ha sido la apatía. No habría estimulo positivo o negativo para que cada isleño (todos los habitantes permanentes del archipiélago) le interese evitar la condena de hundirse bajo los siete colores del mar. Tal vez ahora sean más colores, tal vez un nuevo marrón producto de la entrada de aguas licuadas con heces al mar lo haga más llamativo. Un noveno color que ofrecer a los visitantes sería el rojo, propio de los más de 22 asesinatos del último año. Y por qué no agregar un gris a un mar teñido por cenizas que escurrieron luego de inundaciones que lavaron al menos un bloqueo incendiario por mes; paradójico es que se protestara por falta o exceso de agua en un mismo sitio.

Continúo. Aquí el tema no son los colores, estos apenas maquillan el exterior. Es la apatía la que explica de fondo la casi nula disposición para denunciar, o para presentar y debatir ideas en un contexto razonable, más allá de las simples y vagas pasiones; o al menos pensando en el pan y agua de los próximos años. Sin embargo, muchos se ven forzados a pensar en el largo plazo: ¿Qué comeré hoy?

El supuesto aprovechamiento de lo que hay hoy se convierte en su ideal de supervivencia. Tal vez esto excuse su apatía, y pareciera secundario vivir bien y en armonía con los demás o con la naturaleza. Me refiero a secundario cuando para muchos hay que preocuparse primero por los retorcijones en un estómago vacío, o por en el llanto del septuagésimo bebé que nace cada mes, o por las andanzas de la progenie o pareja, o por aquello que importa sólo si Facebook y Whatsapp te obligan a temer, o por aquellas otras banalidades y postergaciones.

Mientras tanto, pocos, pero muy pocos están planeando el destino de nuestras islas. Las preocupaciones básicas de éstos últimos ya las resolvieron con la inequidad evidente, y la conservación del “status quo”. Entonces otros más bien escasos en número abogan por los intereses públicos, pero si se resuelven los suyos primero. Nuestra apatía se extiende a no reconocer las diferencias, a no participar de las soluciones para resolver las necesidades de los demás y del gran socio-ecosistema que en el papel se llama Reserva de Biosfera. La apatía debería ser un problema a resolver antes que dónde poner más concreto. La apatía nos está evitando participar en la planeación de estrategias para siquiera controlar los problemas. La apatía nos está condenando.

El anterior error ha llevado a otro no menos importante: la falta de planeación conjunta y efectiva. Me explicaré. Cuando las personas se dedican solo a asentir, no hay planeación conjunta. Esta es una forma muy pasiva de condenarse. Esto es parecido a cuando el padre está en el celular jugando, y el bebé le pide permiso para salir. El padre asiente irresponsablemente y el bebé sale a la calle con el riesgo de no regresar al menos integro.

Consecuentemente, la falta de planeación habitualmente se agrava cuando no se consulta previamente con los involucrados los posibles cambios en su destino. El destino de todos, no de sus representantes. Para eso son los planes: para anticiparse a los riesgos de cada objetivo y alternativa a lograr a futuro. Al optar por uno de estos debemos cambiar algo de la situación anterior. Como por ejemplo: evitar el crecimiento poblacional, o aumentar la calidad de nuestra educación, o evitar impactos mitigables.

¿En qué momentos nos vemos perjudicados por nuestra apatía y falta de planeación? Respondo con otro ejemplo: cuando disponen para 19.524 habitantes un total de $24.637 millones de pesos para una obra “de interés público” para resolver un problema sanitario, y excedidos los 24 meses y su correspondiente inauguración este no está finalizado. Y es probable que este no funcione, o se fracture en el nivel freático y vaya al acuífero, o al llegar al mar bañe a los peces de aquella “agüita amarilla cálida y tibia”. Inclusive, dicha obra durante su realización podría amenazarte a ti y a tu vecino; puede estar afectando tu dignidad humana, e inclusive esta puede estar aumentando el tiempo de reacción de una ambulancia o de un camión de bomberos que te atienda a ti o a tu ser querido.

Es muy claro que cada persona en estas islas tiene su interés para ellas. Muchos planean que la isla del caballito y la isla de la tortuga deban ser destinos ecoturísticos y de experiencias naturales y culturales únicas. Pero, otros prefieren visionar las islas como un paraíso fiscal y de negocios; o un destino de rumba, sexo y drogas; o un lugar de extracción de recursos no renovables; o un lugar de explotación de recursos, que aun siendo renovables y públicos, se avasalla en manos de pocos y se agoten hasta no haber más.

El agua, las playas, el territorio-suelo y el territorio-mar, bancos de pesca, entre otros son los ejemplos que mostrar. Por ello, si en conjunto no declaramos nuestros intereses públicos y si no los anteponemos a los particulares, seguiremos condenados.

Lo increíble es que hay más errores. Solo me atrevo a mencionar un tercer error: es una gran equivocación confiar que todas las leyes, decretos y otras normas en general, se diseñan y promulgan siempre de buena fe y que resuelven de fondo los problemas con base en la certidumbre y en la confianza.

Las normas requieren de todo un sistema estatal y social para que se ejecuten, cumplan y satisfagan las necesidades que justificaron su elaboración. Nada más antiético que promulgar una norma para que no se cumpla. Por otro lado, aunque se confíe que estas se promulgan con el ideal de hacerlas acatables y respetables, al parecer muchos piensan que estas requieren de algún guardia que custodie su cumplimiento o sino el “Trickster” hará de las suyas.

Lastimosamente, en el escenario condenado para las islas no sea segura que habrá siempre beneficios para todos derivados del marco legal o normativo vigente. Se requieren de las normas, pero hay que aprovechar otros factores en los que aún somos fuertes como conocer las islas y sus particularidades, y el nuevo talento humano con el que contamos. No se puede continuar con la idea de que una norma de control poblacional, o que nos diferencie de los demás, o que nos asegure exenciones tributarias, o que nos haga distrito especial o similar, o que nos asegure servicios públicos domiciliaros de calidad y bajos costos, u otra norma, evitará por si sola que las islas se condenen. Antes la mayoría de nosotros los isleños debemos reaccionar.

Para que nuestro archipiélago sea posible, debemos repensarnos (como muchas veces le escuché al profesor Pacho Avella), re-estudiarnos, re-planearnos, re-formarnos, re-ingeniarnos, re-estructurarnos. Esto debe permitir que nos monitoreemos con frecuencia y adoptemos cambios dinámicos en el tiempo. Probablemente, al crear al fin un Plan Estratégico de Ordenamiento Territorial, Económico, Social y Ambiental Integrado demos un gran paso al cambio.

Esta sería una gran reacción. La oportunidad está en un POT que se acaba en 2020 (próximo gobierno departamental), en la Constitución y en la Ley 388 de 1997, e inclusive en el Decreto 1120 de 2013 y 415 de 2017 en marco de la UAC Caribe Insular que nos permite hacer un verdadero Plan Estratégico o POMIUAC. Pero como les mencioné, las normas no son suficientes. Es por ello que debemos hacer todo esto en conjunto con las autoridades, incluso las decisiones. Debemos respetar nuestras diferencias pero integrándonos por nuestras semejanzas humanas y naturales. Y ante todo ser conscientes que el ‘bienestar atrae al necesitado’.

Para ello requerimos: identificar nuestras necesidades propias y particulares como pueblo insular (no como individuos);emplear nuestros conocimientos sobre nuestra naturaleza, biodiversidad y servicios del ecosistema; aplicar el manejo de la incertidumbre y el riesgo, y el respeto a las normas construidas par a par o lado a lado (ya no más “Top-Down” o “Down-Top”); reconocer nuestros derechos insulares, como por ejemplo al agua mínima vital, a nuestro espacio mínimo vital, a un sistema de sustentabilidad económica, social y ambiental de corto, mediano y largo plazo; reconocer nuestras fortalezas y debilidades, tanto como nuestras oportunidades y amenazas; establecer un acuerdo socio-económico entre todos los que habitamos nuestras islas.

Para salir del archipiélago condenado, debemos pasar a uno posible; uno en el que hablemos de realidades más que de sueños. Un Archipiélago Posible aún ¡Se Puede! Y la reserva de la biosfera es en un principio para reconciliar a la naturaleza y el ser humano.

Última actualización ( Sábado, 23 de Diciembre de 2017 08:13 )