Flor Magdalena: ¿violación o mentira?

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Avenida de Las Américas 6:00 PM

El hombre que hablaba tendría aproximadamente mi edad, nos habíamos conocido hacía más o menos unos treinta y ocho años.

Ese día caminaba casi lerdo como perdonando el tiempo. Calzaba chancletas finas, blue jeans y camiseta de moderna de marca.

Había sido administrador de una famosa discoteca en donde el jet-set criollo, de los años 80’ y parte de los 90’ hizo demostraciones de poderío económico sin límites.

Mi amigo también fue cómplice de amores furtivos, tinieblos y del incipiente arranque del narcotráfico casi inocente y farandulero. Se rozó  en esa época con gente tan loca exhibicionista y folklórica como ustedes no tienen idea. Algunos comenzaron prendiendo un dólar para encender un cigarrillo y terminaron incendiando su existencia y fumándose herencias completas.

Avenida 20 de Julio con Las Américas 6:10 PM

Al llegar a este punto hice como si no lo hubiera visto ni oído, y me acerque a saludarlo.

-Hola viejo Gabo ¿qué más? Andas perdido ya casi no te veo ni los viernes, pero te oigo y te leo, me encanta tu Balcón de Gabo, cuando te pones tan político no me gusta tanto, pero bueno eso también es lo tuyo, lo acepto.

-Vamos al Parque de Los Engañados que quiero que me cuentes unas de tus historias, le dije. ¿Dónde queda esa vaina?, me dijo. Es el mismo manawar, le respondí.

Parque Manawar  o Parque de los Engañados 6:20 PM

-Bueno viejo Gabo, voy a comenzar contándote esta historia, que yo sé, tú vas a titular muy bien para El Balcón de Gabo y quiero comenzar con el protagonista masculino.

Y así comenzó mi amigo El contador de Historias, el cómplice de amores furtivos y de traiciones eternas, en lo que algunos llaman la época dorada y primaveral de San Andrés, pues bien, aquí vamos.

Pepe Lozano

Pepe llegó a la Isla como muchos, en busca del sueño americano a la colombiana, había nacido en un pueblo del interior del país. Un primo hermano que había venido para trabajar en la construcción de un hotel le mandó la plata para el pasaje.

Nuestro personaje que allá en su pueblo trabajó vendiendo perros en el Parque Central de su pueblo, no lo pensó dos veces y se le presentó al primo más rápido de lo que el otro pensaba. De salida le dijo al  primo que lo suyo no era tirar cemento, o abrir calles que el venia por algo más.

Primero paseo por las playas del centro observando a los turistas pero no pasó nada, si algo puede relatarse de su vida de turistero, fue una noche en que embriagado se fue a una habitación del hotel con una señora que resulto ser un señor.

El siempre juró que no pasó nada, pero que va: la gente no le creyó, porque de lo contrario de dónde sacó plata para comprarse todas las pintas, que terminaron perturbando por su buen vestir a la mujer del primo.

Ya enmechado y con plata en el bolsillo, se enrumbó en la discoteca de moda, en donde conoció a los duros del momento. Era la época en que el pasado era lo de menos, lo importante era la simpatía y las ganas de echar para adelante.

Pepe bailaba mal, pero era bien  parecido, su rostro de actor de cine mexicano le abrió las puertas, y un día cualquiera conoció a una hermosa y casi despampanante viuda, de la cual pasaremos a hablar de inmediato.

Capullo Batista

Cayó rendida a sus pies. Ella era una mujer viuda, cuyo esposo le había dado un almacén en pleno centro de San Andrés. Un negocio posicionado con fama y clientela.

Capullo tendría para entonces unos cuarenta años y se había casado jovencita con un hombre mayor que le llevaba veintidós años. Tenía una hermosa figura de hembra madura al acecho y todos en la Isla aseguraban que tenía las piernas mas lindas del caribe.

Había construido una hermosa casa en el naciente Barrio Cabañas Altamar en donde vivía con su hija única Flor Magdalena, que tendría para los tiempos de esta historia 17 años bien cumplidos. Flor Magdalena no era bella, sino bellísima; no hermosa, sino hermosísima; no era sexual, sino animal.

Al comienzo Capullo andaba con Pepe Lozano por fuera de la casa, pero una noche lo metió en sus sabanas, lo colocó en el centro de su existencia, es decir entre sus piernas y lo nombró patrón de su casa.

De allí Pepe no regresaría nunca más a la calle, pero si conoció como lo relataremos en esta historia el camino de la cárcel…

Capullo Batista y su nuevo marido Pepe Lozano.

Al comienzo lo mostraba solo como el chofer en apariencia, Pepe impecablemente vestido de la cabeza a los pies, se mostraba humilde y sin hacer alardes.

Pepe había contado con una suerte de envidia. La viuda no tenia suegros, ni cuñados y la familia de Capullo hacía años se había trasladado a Panamá. Nadie se metía entre él y ella.

Así pues, Capullo mostraba con orgullo en las noches de discoteca y en el Club Náutico a su joven marido, menor que ella unos 12 años.

Pepe intervenía muy poco en los negocios de su mujer, más bien se había dedicado a cuidar la casa y solo salía con frecuencia a comer con ella a la Fonda Antioqueña o a San Luis donde Don Juaco.

Tampoco faltaban los sábados a la Reggis In Domo;  a los conciertos de The Rebels, en el antiguo cementerio de la Avenida Colombia y luego Coliseo de Basquetbol.

Flor Magdalena

La niña fue motivo de preocupación para Capullo Batista hasta que cumplió 12 años. De allí en adelante Flor entraba y salía de la casa como si fuera un hotel. Las tareas las hacia Flor afuera, comía en el Restaurante la Bahía o donde Jairo Hansa. Era amiguera a morir, y se la pasaba mandando mensajes a sus admiradores, por un programa radial que Anuar Salcedo hacía en Radio Morgan, ¿Cómo era que se llamaba?

-Solo para enamorados, le contesté.

El hombre pego un bostezo y continúo.

-Se llegó a rumorar que Flor con otros pelaos de su edad metían vareta, frente a la Discoteca Reggis In Domo, donde está ahora el Parque de la Barracuda.

-Qué tiempos aquellos, suspiró el contador de historias, y que después de cuatro de la mañana se iban para San Luis a lo que hoy es El Paso. Cuentan que se bañaba desnuda y que hacía con alguno de los chicos el amor, sin pena, como los animales.

Todo esto se rumoraba en San Andrés pero hasta allí, nunca se conoció siquiera una foto.

-¿Guerrero Perea te acuerdas?

-Claro le respondí. El cómo que las tubo, pero parece que las vendió, en fin eso no se pudo comprobar.

Flor nunca tubo novio oficial, por lo menos no se le conoció. Alguna vez un muchacho panameño apareció por aquí con un gordito paisano de él, que le decían ‘el primo’. Pues bien, el tal primo enloqueció con ella, pero se decepcionó por que le dijeron que era moza de un chico judío de ascendencia del tronco de Isaac, el hijo de Sara con el Patriarca Abraham.

El primo llegó a manejar una sucursal aquí de una famosa gaseosa, se fue y nunca más volvió.

La noche que se quemó la discoteca El Gusano, ella estaba de rumba allí con los muchachos, era muy amiga de Alfredo Bastos y se salvaron de milagro, no tenían ni un segundo de haber salido cuando comenzó el incendio. Y digo se salvaron, porque ella y sus amigos se estaban durmiendo en la discoteca esa noche con una borrachera monumental.

Salieron del Gusano y se fueron a visitar a Pepa que le adoraba. El Filósofo la contemplaba como una Diosa de la Mar. Pepa no le decía su nombre sino Princesita y con él comenzó una etapa de levitación en donde perdía la ropa y quedaba envuelta en una nube.

Eran momentos memorables  en donde la redondez de sus senos al aire  libre, eran verdaderas pulpas para jugar al amor. Si Obregón hubiera estado presente hubiera hecho del momento una verdadera obra de arte.

(Prometo que esta  historia continuará…)

Última actualización ( Sábado, 29 de Enero de 2011 09:52 )