La teoría del escalón cuántico

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Es la explicación que encuentro a lo que sucede una vez el desprevenido visitante o incluso el residente permanente (raizal o no) baja del avión y empieza lo que tiene como un comportamiento regular.

No es para nada extraño, ver en las calles a personas –turistas sobre todo, pero no exclusivamente–  de todas la edades, condiciones sociales y credos religiosos, caminar en lo que en términos generales no es más ‘cubridor’ que la ropa interior diaria, y a lejos de parecer una puritana exiliada, no me imagino a estas señoras, que minutos antes intercambiaban camándulas, convertidas sin aspavientos en strippers calentanas, exponiendo ahora al sol sus beldades otoñales.

Igual pasa con aquellos que una vez cruzado el escalón olvidan súbitamente las enfermedades con las que conviven en sus montañosas ciudades, y dejan a un lado los medicamentos de los que dependen sus vidas, para cambiarlos por el todo poderoso 'coco-loco'. Semejante despropósito y falta de juicio nos lleva a ver azules a los viejitos que en su cotidianidad usan oxígeno en tanquecitos ya parte de su equipaje, pero que aquí llegan a tratar de dar la vuelta a isla caminando en el sol.

Le echo la culpa a ese último peldaño del avión. Debe ser ese el quien le dice a un alérgico a los camarones que coma camarón, o a un pulcro cachaco de ‘racamandaca’, que está bien tirar la basura a la calle.  Debe ser el infame escalón el que le ha hecho pensar a la ola de visitantes que las playas son un plácido palacio para el intercambio de amorosos fluidos, el mismo que le aconseja e inspira a los sedentarios a hacer maratones, a los tímidos a ser matones y a las niñas bien a ser niñas mal.

Pero este efecto no es exclusivo de los turistas, bien sabemos los de acá que cuando vamos a otras latitudes nos portamos con una civilización propia solo de lores ingleses, como conocemos bien las canecas para echar el papelito, y si no la vemos allá si nos lo empacamos en los bolsillos hasta llegar a casa. Allá, porque acá no, acá, por culpa del escalón maldito nos portamos como si fuera el fin del mundo y ya nada importara.

Hay que ver cómo hacemos las colas en las grandes ciudades, ordenaditos y sin renegar, mientras que aquí, la demora que me tome más de dos minutos es intolerable. Es culpa de ese escalón que hablemos de distancias enormes en una isla de 13 por dos, pero si estamos en ciudades apoteósicas, las hectáreas se nos hagan centímetros.

Ninguno de los que acá vive haría eso que hacemos, en países a los que admiramos en orden y en eso que ellos llaman “cultura ciudadana”. Ni la parqueada loca, ni el desafío a la autoridad, ni la pelea en una peatonal, ni ninguna de esas, ahora ya, cosas comunes.

Responsabilizo al fabricante de las escaleras de avión, a la física cuántica, a la teoría de las cuerdas, y a las brujas que han hechizado los últimos escalones de los aviones, los responsabilizo de todo mal comportamiento que se suceda en este remedo de paraíso. Ahora sí, avalados todos por un culpable exógeno: hagamos desorden.

Última actualización ( Sábado, 09 de Diciembre de 2017 10:25 )