La madurez como camino

Imprimir

Pero el Estado colombiano es un adolescente en proceso de definición. Se quiere que haya una posición definida de parte de la comunidad raizal, en sus pretensiones y en sus formas de obtenerlas, y es lo mismo que se le pide al Estado desde la comunidad internacional. Se le dicen al Estado, en las reuniones con sus funcionarios, los abusos que ha cometido reiteradamente. ¿Abusos u omisiones? ¿Deliberados o intencionales?

No, el Archipiélago no es el único lugar en el que operó la estrategia evangelizadora, en 1886 no se les ocurrió otra cosa a los padres del joven Estado, que proponer una homogenización cultural desde la religión católica y la lengua castellana. Los territorios misionales fueron muchos, entre otros, la Sierra Nevada de Santa Marta, en donde hubo supresión de lenguas originarias, de costumbres, castigos físicos, destrucción cultural.

Siempre Colombia ha intentado ser Colombia, aunque lo que exista sea un arrume de fragmentos rotos que nunca se han podido integrar en una sola figura. No sabemos cómo se le ve el rostro a la nación, y entonces el Estado a veces no puede siquiera diseñar una buena máscara.

Lo que se le pide al Estado es una cuestión para una cátedra de teoría del Estado. ¿Debe exigírsele la presencia institucional necesaria para reparar errores históricos? Si el señor Estado no es capaz de hacer presencia en el territorio insular, y diseñar mecanismos de interacción permanente con la población más vulnerable, ¿puede acusársele?

El Estado colombiano se ha comprometido en convenciones internacionales con la protección de los derechos de pueblos indígenas en sus territorios y hábitats, y diría que más por omisión y distracción en la miríada de asuntos que ocupan a los gobiernos, la cuestión ha quedado para alimentar los reclamos de los grupos sociales, afectados directamente con sus faltas.

Por eso cuando uno voltea a ver el desastre inviable en que se han convertido los modelos socioeconómicos reproducidos en San Andrés y Providencia, uno se pregunta de nuevo, ¿qué se le puede pedir a Colombia? Ni Hobbes, ni Rousseau, ni Locke o Rawls pensaron al Estado para comprender los complejos procesos históricos y culturales que toman lugar en las regiones. Hay que explicarle, clarito y desmenuzado.

Por supuesto que el joven Estado no puede desconocer sus obligaciones adquiridas, pero es difícil que las vea. Por eso en teoría de las políticas públicas, uno aprende una de las visiones clásicas del proceso de creación de leyes y normas, la visión sistémica, el Estado como caja negra que recibe estímulos, demandas, peticiones, de los grupos socialmente organizados. Por eso el lobby es importante.

Si algo quedó claro a partir de la visita de la Cancillería esta semanapara hablar sobre los litigios en curso, en la que participó el señor Agente de Colombia ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), Carlos Gustavo Arrieta, es que el Estado no tiene respuestas ni propuestas, y que la comunidad raizal tiene campos conquistados en el entorno jurídico nacional e internacional, y debe reformular posturas para conseguir sus objetivos como pueblo.

¿Por qué es importante pensar en la autonomía para el territorio del Archipiélago? Porque un territorio especial, el único departamento insular de Colombia, merece un arreglo institucional especial. Porque los únicos preocupados por el territorio marítimo, los que lo conocen, los que tienen una relación espiritual ancestral con el mar, son los raizales. Porque los que ya tienen un camino recorrido que puede contrarrestar el horrible deterioro ecológico del Archipiélago son los raizales.

También: porque son una población vulnerable que sufre los efectos de un sistema socioeconómico que los atropelló. Porque la economía los deja al margen, los obliga a salir de sus cosmovisiones y a adaptarse a un entorno ajeno reproducido en su propio patio. Porque el capitalismo salvaje es difícil para pueblos pacíficos basados en dinámicas colectivas, y de paso es difícil para todos, no por nada el Mundo entero se está desbaratando a pedacitos.

A estas alturas todas estas afirmaciones son innegables. Por estas y muchas razones más, encontrar los puntos que vinculan los intereses de todos los grupos sociales involucrados en el rondón archipelágico, es vital para lograr que el señor Estado entienda. Y para darle la posibilidad de actuar: es un joven ocupado saltando matones, y tiene su dignidad.

Urge unificar posturas desde la integración para enfrentar lo que viene: posibles nuevas pérdidas territoriales, crisis de saneamiento básico, olas de inseguridad, y claro, las amenazas que se desprenden de un contexto Caribe alterado por el juego de los grandes poderes económicos y políticos, a lo cual contribuyó el fallo de la Corte Internacional de Justicia del 2012. ¿Tranquilidad? Interior, por lo menos. Peaceout.