¿Paraíso precario o islas del conocimiento?

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Como es sabido, se impuso este último “modelo”; San Andrés aumentó sus ingresos, pero no propiamente se desarrolló; sobrevino un crecimiento económico, poblacional y urbano desordenado, deterioro ambiental, social y cultural. La población raizal, la más afectada, fue sometida a un proceso de aculturación y discriminación. Luego se acabó el Puerto Libre, el nivel de vida descendió, para muchos hasta la pobreza, y creció el desempleo. Y San Andrés se encontró con que había desaprovechado su fugaz bonanza para construir algo más duradero. Providencia y Santa Catalina, aunque menos afectadas, perdieron mucho de su calidad de vida y han seguido un camino incierto y riesgoso. En síntesis, pasaron 40 años y no sólo no se resolvieron los problemas, sino que se agravaron.

No obstante, las islas aún conservan un potencial significativo que hace posible pensar en reorientarlas hacia un desarrollo equilibrado; pero, una vez más, la tendencia a buscar la riqueza a mano y a confundir desarrollo con soluciones de momento amenaza sacrificar las opciones que quedan. De imponerse de nuevo este “modelo”, seguiremos en la Isla de las Baratijas, convertida cada vez más en un Paraíso Precario. Puede llamarse así al escenario en donde la mayoría de la población seguirá debatiéndose en las dificultades mientras algunos viven, por un tiempo, relativamente bien, en tanto las islas conserven parte de sus atractivos. Luego vendría la decadencia final, esperable de un modelo insostenible, que ataca sus propias bases naturales y humanas y no atiende a las causas sociales profundas de la crisis, sino sólo a algunos de sus síntomas económicos. Para contraponerse a esto aquí se plantea la opción de convertir al Archipiélago en unas Islas del Conocimiento.

El Paraíso Precario se construye sobre el modelo actual, de un turismo basado en un “todo incluido”, que en realidad incluye muy poco de la cultura, historia y naturaleza de las islas, que de hecho subutiliza; se vería empeorado por el impulso a los cruceros que ya han acabado con otras islas y vienen por las nuestras; ello sumado al incremento en la presión sobre la poca pesca que va quedando, a la especulación inmobiliaria para apoderarse de las mejores playas y a la explotación de petróleo, que aumenta riesgos, ya grandes, de que un derramamiento de  petróleo como el del Golfo de México o el que podría causar un naufragio (¿estamos preparados para enfrentarlo?) las deje, de un día para otro, sin playas, sin arrecifes y sin Mar de los Siete Colores, es decir en la ruina total.

El modelo alternativo, que aquí hemos llamado Islas del Conocimiento, propone construir un futuro armónico y sostenible basado en la promoción del arte, la ciencia y la cultura, que aprovecharía facilidades del archipiélago como sitio para el aprendizaje del inglés y del español, del buceo y otras actividades y deportes acuáticos, de la biología marina, del arte y la cultura caribes, entre otras opciones.

Si el desarrollo turístico se orienta hacia el turismo educativo, el deportivo y al turismo ecológico y cultural, puede elevarse su calidad y su rentabilidad, con base en ventajas propias del archipiélago: personas que dominan tanto el inglés como el español, una cultura rica y singular, arrecifes aún bien conservados, aguas cristalinas y cálidas, entre otras. Que la Reserva de Biosfera lo sea también de la Ciencia, la Cultura y la Educación.

Un modelo así parece posible a partir de las exitosas experiencias del SENA y de la Universidad Nacional Sede Caribe con sus programas de inmersión en inglés, en los cuales los estudiantes pasan al menos 15 días “viviendo en inglés” en una posada nativa, mientras reciben clases y participan en actividades culturales en dicho idioma. Experiencias similares existen en el aprendizaje del español, del buceo y de la biología marina, entre otras experiencias citables.

El camino inicial hacia las Islas del Conocimiento, en su forma más simple, consistiría en expandir el Programa de Inglés para Todos los Colombianos del SENA, de manera que los miles de personas que están tomando y tomarán los cursos virtuales vengan a complementar su educación al Archipiélago; así también lo disfrutan y contribuyen a una soberanía respetuosa y digna de lo que  representa. Programas similares podrían estructurarse alrededor, por ejemplo, del mar y de la cultura Caribe y ofrecerse a países de  Centro América y del Caribe, que podrían tener interés en programas de educación superior y de postgrado.

Las ventajas son evidentes pues, más que competir con el turismo tradicional, contribuyen a elevar la calidad de la oferta, a hacerlo verdaderamente “todo incluido” y a generar ganancias para todos. Es de destacar el impacto favorable para la población raizal, a la cual incorpora activamente a la economía, con opciones nuevas y respetuosas. Como los estudiantes/turistas permanecen al menos 15 días, aún si gastan algo menos, generan buenos ingresos.

Pero los beneficios mayores deben resultar de la elevación general en la calidad del turismo y del nivel de vida, de la educación adquirida no solo en los idiomas sino sobre la cultura y la naturaleza, de la revaloración del patrimonio insular, del conocimiento mutuo entre personas de diferentes regiones y países.

Por supuesto cabe esperar una mejora en las infraestructuras y en la calidad de los servicios y el refuerzo a actividades tradicionales que, como la música, la agricultura o la pesca, formarían parte de los paquetes educativos. Las universidades y colegios, nacionales y extranjeros, son clientes potenciales muy importantes para ofertas educativas de idiomas o de biología tropical marina y también sobre historia, cultura y sociedad del Caribe. La visita al Archipiélago puede convertirse en una actividad muy enriquecedora, además de placentera.

Existen instituciones y proyectos en marcha o posibles que, reforzados y articulados, contribuirán a hacer posibles las Islas del Conocimiento: la Reserva de Biosfera Seaflower y las Áreas Marinas Protegidas; el INFOTEP, sus programas educativos y su Centro de Desarrollo Turístico; la sede Caribe de la Universidad Nacional y su Jardín Botánico; el SENA, ya mencionado y, en general, las dependencias culturales y educativas del archipiélago: el cable submarino, el Festival de Providencia y Santa Catalina, el Centro de Convenciones, ECOASTUR, FINDEPAC y otras fundaciones y ONG´s del departamento.

También los centros de Buceo, la Muestra de Cine Ambiental, cooperativas como la de Pescadores y Productores, el PNUD, CORALINA, Acción Social, el movimiento cívico de Providencia, el Festival de la Luna Verde, los conciertos de la familia Celis, la Universidad Cristiana y el Magic Garden; una Granja-Acuario con Estación de Investigaciones o un museo de las islas, entre muchos ejemplos posibles.

Ello sin mencionar otras autoridades nacionales y departamentales ni empresas que, como las que mueven el turismo, pueden apoyar el cambio y ser las primeras beneficiarias del mismo.

Y, por supuesto, en las islas hay numerosas personas capacitadas en todos los campos que pueden contribuir a hacer reales estas Islas del Conocimiento, profesionales que no regresan o están yéndose de las islas por falta de oportunidades, líderes naturales, entre ellos un destacable grupo de mujeres que orientan importantes procesos intelectuales y académicos locales.

Las Islas del Conocimiento implican un cambio en la concepción del desarrollo y del Archipiélago mismo, a partir de una verdadera valoración de su significado. Un cambio de mentalidad que es, a la vez, la meta deseable y el medio para alcanzarla, un cambio hacia un bienestar perdurable. Es posible si se le pone empeño, se le planifica y asigna presupuesto, si se lo convierte en una política pública, por ejemplo a través de la declaración del Archipiélago como Distrito Cultural, Turístico y Educativo. En fin, si hay decisión política en el mejor sentido de la palabra y, sobre todo, si los sectores progresistas de las islas y del país se apropian del proyecto y lo emprenden.

Debe entenderse que en el conocimiento, en la cultura y en la biodiversidad hay, si de ello se trata, mejores negocios que vender a bajo precio los atractivos insulares, arriesgarse a la competencia destructiva de los cruceros o a una explotación petrolera que, aún sin accidentes, sería dañina y fugaz, lo que nos dejaría en veinte años peor que hoy y ya sin opciones.

Ya es tiempo de dejar atrás la Isla de las Baratijas. Con imaginación y voluntad, es posible encontrar opciones diferentes a matar la gallina de los huevos de oro o venderle el alma al diablo.

El Archipiélago sigue siendo maravilloso; las fronteras azules de Colombia tienen en su patrimonio histórico, sociocultural y natural, en su posición geográfica, en su condición de Reserva de Biosfera, una base amplia sobre la cual construir un futuro deseable y que se proyecte en el largo plazo, sobre los fundamentos sólidos del conocimiento, de sus gentes y de la renovación perpetua de sus recursos naturales bien manejados.

Por Germán Márquez (1)

(1)) Biólogo, MSc. Biología Marina, Doctor en Ecología, Profesor Titular (J) U. Nacional de Colombia

(2)) Carrizosa, J., 1970. Notas para un Plan de Desarrollo de San Andrés. Revista Sociedad Colombiana de Economistas. Marzo 1970: 4 - 7. Bogotá.