En la Escuela de hoy los muros están, pero no funcionan; pues para el estudiante no hay barreras ni físicas ni imaginarias. Ayer eran los brincos inauditos y la voladura de maletines con los que los escolares saltaban los muros de esa Escuela cansados de su discurso4cantaletero y vacío; hoy lo siguen haciendo y, además, lo hacen en la red y saltan por la nube.
Pero no son solo los estudiantes quienes se sienten presos en esas cárceles escolares así tengan todos los adelantos técnicos y tecnológicos habidos y por haber (es que “aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión”); muchos maestros también se sienten atrapados en las exigencias y rutinas de una escuela caduca y desmotivante, pero gracias a su ingenio y deseo de ser útiles a la comunidad también evaden esas restricciones burocráticas y brindan nuevos discursos de aprendizaje y “experiencias significativas”.
¿Saben las autoridades educativas si la Escuela es objeto de deseo o no? Es bien conocido que la necesidad nace del deseo y conduce al aprendizaje; es que solo aprende el que desea saber, convirtiéndose así el deseo en remedio contra el abandono escolar. Esto lo ha entendido muchas IE, y con un acertado trabajo docente seducen e incitan al estudiante de modo que se mantenga enamorado de su papel de aprendiz.
Entonces, es hora de que la Escuela abra las posibilidades de un verdadero debate sobre el papel fatigoso y agobiante de su labor con los niños y que en un humilde acto de retrospección acepte que es más generadora de sufrimiento y obligación en el estudiante que de deseos de permanencia y superación.
El gran reto de la educación en general y de la Escuela en particular es lograr que el niño no deserte del sistema educativo, permanezca en él y que sea gracias al trabajo docente que se redima de su estado de ignorancia y logre unas metas y objetivos que le permitan vida digna y gratificante. Es entendible que cause desasosiego y quizás temor en el Maestro la gran responsabilidad que adquiere, pues no es fácil, de ninguna manera, cambiar modos y costumbres bien sea de la sociedad que nos arropa o del sistema educativo en el que “nos movemos y somos”. No hacerlo es condenar a la Escuela a ser picota de escarnio y decadencia.
Ahora bien, la sola preparación académica no es suficiente para hacer brotar el deseo de permanencia en la Escuela. Existe algo más que no se halla en los laboratorios ni en las páginas de los libros: aprender a ser prójimo segúnelconceptodela solidaridadhumana, aprender a convivir no solo con las personas sino con las cosas y los objetos que la Naturaleza nos proporciona para que cumplamos las misión de ser más que amos, administradores de esta Creación puesta para nuestro goce y usufructo.
“Lo de esperar es que todas las políticas y acciones que se orquesten desde el Ministerio para fortalecer el sistema educativo apunten a que no solo las plantas físicas de los establecimientos educativos, sino las propuestas formativas, el perfil de los maestros y los recursos pedagógicos antojen al aprendizaje”, según dice Oscar Henao Mejía. Nosotros agregamos que lo deseable es que parta desde los territorios (gobernaciones y alcaldías) y no solo del “centro” la responsabilidad de hacer deseable el aprendizaje.
Puede venir la Ministra, como han venido otras, acompañada de toda la cohorte de directivos a “buscar puerta a puerta” a los niños desertores de la Escuela como sucede todos los años; podrá el gobernador pregonar y repetir, como sus antecesores, que ahora sí, que “este es el año de las obras”; podrán hacerse miles de invitaciones, como se hacen todos los años, tratando de convencer a los padres de que "Si matriculan a sus hijos en transición, cuando entren a primero van a tener más ganas de quedarse en el colegio, van a sentirse más felices de seguir aprendiendo y, seguramente, no tendrán que repetir el año", pero la deserción no parará si la Escuela no cambia.
Los niños no quieren volver al colegio ni los padres quieren enviarlos, aunque la necesidad los obliga. Si nos equivocamos en la aseveración entonces que nos expliquen por qué dice el MEN que “San Andrés registra una tasa de cobertura escolar del 73,8%, inferior a la tasa de cobertura nacional que llegó al 97,3% en 2016”. ¿Dónde está ese 27% que no regresa? Al igual que las golondrinas Bequerianas, desengañémonos, esos, ¡no regresarán!
Bien cantó B. Lloyd: “La escuela ha muerto./El profesorado ha muerto, inerte, conformista / y encerrado en su aula, hermético e inamovible”. La Escuela ha muerto, ¡viva la Escuela!