Lo barato sale caro

Imprimir

En Santa Marta están cerca de la que alguna vez llamaron “bahía más linda de América”, hoy afeada por una marina que además acabó con la playa que disfrutaban los samarios (¡Ojo, providencianos!). En el Archipiélago se recibe mucho más por el mismo precio; además son relativamente baratos la comida, la bebida y el buceo; la vuelta a la isla, en Providencia, es un regalo.

¿Cómo es posible? El tema amerita estudio a partir, entre otras, de la siguiente hipótesis: las tarifas no incorporan los costos reales de la oferta, que está subsidiada de alguna forma. Algo o alguien está pagando esos costos.

Una posibilidad es el lavado de activos, otra hipótesis para estudio. Una más, no excluyente, es que la naturaleza y la sociedad los están asumiendo.

La naturaleza conforma el soporte natural del turismo: el mar de siete colores, las playas, los paisajes, el clima, los bosques, los arrecifes y peces, su gran biodiversidad, atractivas para turistas y que justifican Reserva de Biosfera Seaflower. Pero el turismo impacta al ambiente: contaminación por aguas servidas y basuras, deterioro de playas, sobrepesca, tala, erosión, sedimentación.

Estos desequilibrios ambientales, sumados al cambio climático, requieren acciones de conservación y recuperación para las cuales no hay recursos adecuados. En estas condiciones, las islas seguirán pagando con el deterioro creciente del entorno y la pérdida paulatina de sus atractivos naturales, a menos que se incorporen costos de mantenimiento y conservación en los precios y se haga lo pertinente con tales recursos.

La sociedad isleña es, a su vez, quien principalmente paga, en pérdida de calidad de vida, por este deterioro ambiental. Paga, además, porque debe soportar precariedad en algunos servicios, en especial del agua desperdiciada en los hoteles, o los elevados costos de vida que genera el turismo.

Los trabajadores hoteleros asumen costos adicionales, pues parte de las bajas tarifas se soporta en el trabajo mal remunerado y en la informalidad laboral que a duras penas les permiten vivir, sin seguridad social ni salud. Impulsados por la necesidad, son explotados por empresarios poco escrupulosos que se benefician de la miopía estatal ante las inequidades laborales, la falta de contratos formales, el empleo a destajo.

Un análisis más amplio incluiría, además, el impacto de los subsidios, las exenciones de impuestos y el pago de los mismos en otras partes, o la escasísima reinversión de ganancias obtenidas en las islas; pensar en las aerolíneas. Así, algunos ganan mucho y otros pagan, en una estructura perversa para transferir capital natural y social hacia bolsillos privados, fiel al modelo de privatización de ganancias y socialización de pérdidas en el cual anda el mundo: yo gano, todos pierden. Lo barato mío sale caro para los demás.

¿Qué hacer? Hay varias opciones, también como hipótesis. Una, crear un fondo para la conservación y recuperación ambiental y social, podría llamarse Fondo Seaflower, con recursos provenientes principalmente de:

• Aportes voluntarios de empresas que obtienen ganancias en las islas (¿ensueños utópicos?) y de los mismos turistas y otras personas o entidades filantrópicas y ambientalistas nacionales e internacionales.
• Impuestos; uno de ellos sería una especie de IVA o su equivalente local, aplicado solo a actividades principalmente turísticas (tiquetes aéreos, hotelería, restaurantes, buceo, tours, por ejemplo), sin afectar a residentes.
• Pago local de impuestos y reinversión de ingresos (negociable por impuestos).
• Tarjeta de turismo.

En lo social son necesarias acciones tendientes a hacer más equitativo y adecuado el acceso a servicios y, como mínimo, un proceso de formalización laboral impulsado por las autoridades (desde el Viceministerio de Turismo hasta el Alcalde), para lograr que se regularice y mejore la situación de los trabajadores. Si no hay formalidad laboral no debería haber licencia de funcionamiento. Quienes cumplen sus obligaciones no tienen por qué preocuparse.

Se forzaría así un ajuste de tarifas que aumente la utilidad social y ambiental del turismo para las islas, incrementando de paso los ingresos de los inversionistas, para compensar la imprescindible necesidad de detener el insostenible crecimiento en el número de turistas. Las tarifas más altas contribuirán también en este sentido, aunque las islas seguirán siendo tan atractivas y económicas que es más probable que, para controlarlo, deba establecerse un número máximo de visitantes al año, una capacidad de carga efectiva.

Pero estos temas deberán ser objeto de reflexiones posteriores.