Ridícul@

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OSWALDO.SANCHEZSe ha convertido corriente que al dirigirse a un auditorio determinado, pero heterogéneo, el conferenciante o la conferencianta , el locutor o la locutora, el escritor o la escritora lo clasifique en algo así como “colombianos y colombianas”, “venezolanos y venezolanas”, o “todos y todas”, “millones y millonas”, “niños y niñas”, “parrillero y parrillera”, “jueces y juezas”, etc. O que escriba a tod@s l@s estudiantes, l@s acudientes y a tod@s l@s docentes de este hermoso pero sufrido país.

A pesar de los esfuerzos de personas, organizaciones y comunicadores en afianzar esta forma de comunicarse, algo debe quedar claro entre quienes hablamos Español: no se discrimina al usar el masculino para designar a hombres y mujeres; y que no es necesario modificar el uso del idioma para escapar del sexismo. Igualmente, tampoco se está obligado a pasar al género femenino el nombre de las profesiones. Es más, la Real Academia Española (RAE) se pronunció al respecto en documento titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, redactado por Ignacio Bosque, miembro de la Real Academia Española y Catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid y Ponente de la Nueva gramática de la lengua española.

En el documento se afirma que quienes insisten en ello han echado al olvido la existencia de los lingüistas, y que “sus autores parecen entender que las decisiones sobre todas estas cuestiones deben tomarse sin la intervención de los profesionales del lenguaje, de forma que el criterio para decidir si existe o no sexismo lingüístico será la conciencia social de las mujeres o, simplemente, de los ciudadanos contrarios a la discriminación”. De modo que las palabras de la periodista Montserrat Minobis durante el III Encuentro Internacional de Periodistas con Visión de Género, en  noviembre del 2009 en la Universidad Javeriana de Bogotá, son el canto de batalla de quienes desean imponer su personal manera de pensar: "No es un problema de la vocal A, es un asunto cultural que impide visibilizar a las mujeres. Recuerden que lo que no se nombra no existe".

El gobierno, más con sentido populista que científico, apoya estos procederes como lo demuestra la mineducación María Fernanda Ocampo cuando en la Guía 49  para la convivencia escolar propone como una de sus estrategias la del “uso del lenguaje”, pues se ha de tener en cuenta, dice la Ministra, que “Cuando se habla, expresa, escribe o lee, se comparten formas de ver el mundo, formas de relacionarse entre las personas”, por lo que, verbigracia, recomienda decir: “La juventud que conforma la comunidad educativa” y no: “Los jóvenes que conforman la comunidad educativa”. Algo parecido sucedió en el Instituto Nacional de las Mujeres de México al pedir al personal de salud que “En lugar de decir ‘el interesado’, deben decir: ‘el/la interesado/da’, y al dirigirse a ‘los indígenas’, deben hacerlo a ‘las y los indígenas’...” Todo esto para regocijo de unos e incomodidad de otros.

La propuesta de Minobis y demás propagadores de esta moda da al traste con “aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico, o bien anulan distinciones y matices que deberían explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media, lo que introduce en cierta manera un conflicto de competencias”, lo que obviamente mina la credibilidad del lenguaje, quedando al arbitrio del que más se haga oír. Es el caso de Cartagena donde “los jóvenes aprenden a identificar la igualdad entre todos sus compañeros de clase”, promoviendo el programa “Lenguaje No Sexista”, con el artilugio de evitar “lenguaje que discrimine a algún sexo y prevenir la violencia contra la mujer en edad adulta”.

Cuánta razón le cabe al periodista Juan J García, cuando afirma que “la inclusión a las mujeres no debe ser cosa de palabras y de buenas intenciones, sino de obras”, según nos advierte el periódico El Colombiano, como lo parecen confirmar los 2.914 casos de violencia de género atendidos por la Defensoría del Pueblo a noviembre de 2016: 1.027 casos más que en 2015.

Por otra parte, si en cada aula, en cada Escuela se agazapa un seguidor a ultranza de la doctrina de Minobis, en abierta rebelión contra los preceptos lingüísticos, “estables y duraderos”, se le estará dando la razón al periodista y escritor antioqueño Jhon Saldarriaga cuando afirma que “El lenguaje incluyente trae incluido el caos”. Caos que ya se observa en el MEN, pues no se entiende que para el Mineducación sean sinónimos “juventud” (Período de la vida humana// Condición o estado de joven) y “joven” (persona de poca edad), exhibiendo ignorancia crasa y vergonzosa. Que el común de los mortales caiga en estos enredos, pase; pero que sea el ente rector de la educación en Colombia el que lo haga es de no creer, saboteando, de paso, los sueños presidenciales de llevarnos a ser “los más educados de la región”.

Entonces, cabe preguntar: ¿qué pasa? La respuesta, una: se padece la enfermedad de esnob, cuyos síntomas son: imitación consciente o inconsciente y de manera extravagantemente presuntuosa de aquellas personas a quienes se consideran distinguidas, en su forma de ser, hablar, actuar, de escribir, etc. Y en ese desenfrenado y casi irracional modo de comunicarse se llegan a cometer tantos exabruptos como los que se expresan en documento tan serio como el “Acuerdo” para alcanzar la “paz estable y duradera”.

Dice el documento: “Las delegaciones del Gobierno Nacional y de las FARC-EP reiteramos nuestro profundo agradecimiento a todas las víctimas, las organizaciones sociales y de Derechos Humanos, las comunidades incluyendo los grupos étnicos, a las organizaciones de mujeres, a los campesinos y campesinas, a los jóvenes, la academia, los empresarios, la Iglesia y comunidades de fe, y en general a los ciudadanos y ciudadanas que participaron activamente y que a través de sus propuestas contribuyeron al Acuerdo Final. Con su participación lograremos la construcción de una paz estable y duradera”.

Olvidan los plenipotenciarios que las mujeres también viven el estado de la “juventud” y que en este país, hay mujeres echadas pa’lante que también son empresarias. Cuenta la revista Semana que el profesor Rodrigo Galarza reescribió el “Acuerdo” quitándole “lo que se conoce ahora como lenguaje incluyente” y pasó de tener 297 páginas a 204. Lo que resulta no solo más digerible y más lingüísticamente correcto, sino más amigable con el ambiente y la paciencia de los colombianos, agregamos nosotros.