Los caminos de la vida….

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Yo nací en un pueblo con dos mares, el Caribe Morrosquillo y el de mis ilusiones. Siendo grandecito averigüé la hora  y me dijeron que fue a las cinco de la mañana de un 20 de noviembre del año 55, como quien dice: “yo nací una mañana cualquiera  allá por mi pueblo día de carnaval”. Haber nacido un día 20 parecería normal, pero para mí no porque cuando comencé a tener uso de razón al 20 le quite el cero y convertí el día de mi cumpleaños en algo esotérico. El dos ha significado en mi vida la presencia permanente de la conjunción hombre y mujer, de allí que ese ser divino haya representado tanto en mi vida, las mujeres han sido todo para mí.

¿Cómo olvidar a la vieja Francia, mi abuela inolvidable? La misma que me enseñó desde bien temprano que todo trabajo es honrado, y que desde la edad de siete años me puso una ponchera en la cabeza. Es decir el niño Gabriel cuando no estaba vendiendo, guineo manzano o caballito de papaya verde, andaba con una palangana ejercitando su garganta para el futuro ó promocionando la venta de galletas de limón.

Eso lo hacía todos los días después de llegar del colegio, cuyo nombre jamás olvidaré se llamaba Sabas Balseiro Ramos y desde allí supe que mi vida sería una permanente cercanía, entre la poesía, el canto, la locución, y la literatura.

No había un 20 de Julio, un 7 de Agosto, 12 de Octubre que el Profesor Camilo un guitarrista que me enseñó el amor por la música, no me sacara al frente para ponerme como ejemplo de lo que era recitar sin miedo “Patria te adoro en mi silencio mudo y temo profanar tu nombre santo, por ti he sufrido y padecido tanto como héroe inmortal  decir no pudo” o esta otra que hacíamos en coro “salud adorada bandera que un día batiste tus pliegues allá en Boyacá” .

Como recuerdo los actos de convivencia, ya para esa época era edil mostrando una precoz intuición por ser maestro, la vida me daría la oportunidad de serlo cuando en el último año de bachillerato en el Liceo Bolívar de Cartagena, a instancia de un amigo de nombre Isidro Mendoza y miembro como yo de la Juventud Comunista de Colombia (JUCO), me contrataron para ser Profesor de Ciencias Sociales, en el desaparecido Colegio Privado Cristóbal Colon.

Regresando a esas convivencias, donde para entonces ya tenía mi primera novia que se llamaba Aurita, amor que abrió las puertas de mi corazón a una inolvidable época de romances juveniles. Lo más significativo de los amores con Aurita fue que a partir de ese momento dejé tirada la palangana y recuerdo que la vieja Francia me dijo: -o tu orgullo o el machete… y me convertí en campesino de hacha y machete.

En esas veladas que hacíamos por lo general en las playas aledañas al golfo, el profesor Camilo sacaba su guitarra y yo cantaba la única ranchera que me sabia completa, ya que tengo el vicio de cantar de a pedacitos o por lo menos eso dice mi amigo Billy Pertuz.

La canción se llama Martina y habla de una niña traicionera, digo niña porque Martina según la canción tenía 16 años, recuerdo apartes de la letra: “15 años tenía Martina cuando su amor me entregó, a los 16 cumplidos una traición me jugó, de quien es esa pistola de quién es ese reloj, de quien es ese caballo que allá en mi pozo bebió”

Esos fueron unos momentos que me marcaron para siempre, y después dieron tema para algunas de mis canciones, como una cuyos versos quiero compartir con ustedes y que debería llamarse como la de Freddy Molina Los Tiempos de la Cometa.

Y dice:  “Los tiempos de cometa, aquellos tiempos lindos, que los compositores nos cuentan en sus discos, el trompo, el barrilete en mi pueblo, amigos que por siempre recuerdo, y la bola de uñita en la calle, peleaba y se enfadaba mi madre, tiempos inolvidables, infancia yo no puedo olvidarte. El abuelo que narra historias a sus nietos, en las noches lluviosas, por que llego el invierno. Y la primera novia, aquella musa tierna, tan colmada de encantos para que la quisiera. Los tragos que tome aquel diciembre pronto me emborracharon y mis amigos divertidos a casa me llevaron”

Para esa época tuve dos perros como compañeros inseparables, Otelo y Negrito. Al primero me lo envenenaron y el segundo un día cualquiera no amaneció… seguramente se le pegó lo del dueño, que ya para esa época era más enamoradizo que un perro mocho.

Un tío de mi madre dueño de una finca llamada Flor del Monte tenía un burrico, llamado Meneco era el burrico más famoso de toda la región y con él visitaba a todas las muchachas del pueblo que quisieran escuchar mis piropos y mis cantos. A Meneco lo llevo en el mi corazón, como tantas otras cosas que los hombres vamos guardando en el escaparate de los recuerdos y que tenemos cualquier día de la vida que contarlas antes de que la puerta se cierre y las llaves se pierdan para siempre.

Meneco llegó a confundir sus emociones con las mías o por lo menos eso pensé yo, ya que cuando divisaba algunas de mis novias se ponía a rebuznar, cuestión que yo jamás hice con las novias de él.

De esa época un acontecimiento que nunca olvido fue el de la corraleja de un 19 de marzo cuando tome el mantel del comedor de vieja Francia y lo enrollé en un pedazo de tabla y me metí al ruedo, el grito de la gente fue providencial, el toro se frenó en seco ante el grito de la multitud “¡lo mató!”… Mis familiares me sacaron en volanda, acabando con la posibilidad de tener un Paquirri en la familia.

Después con el tiempo logré enterarme de que el grito no fue por mí, sino para salvarle la vida a un borracho, que además, la noche anterior le había hecho conejo a una prostituta del burdel de Carmen Díaz y esta con tres días de corralejas encima le tiraba puñaladas, llevándose por delante todas las mesas de fritos que habían venido de Tolú y a los vendedores de raspado de Corozal…

(Esta historia continuará…)