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kentMuchas veces se deja la tierra, la llamada patria chica que es un ecosistema propio, un micro mundo fundamental, por diversas causas y razones, produciendo doloroso desarraigo. En principio todos deseamos crecer en armonía y equilibrio con el territorio o maritorio que es el sagrado espacio, la bioesfera de sincretismos, de íntima convivencia de hombre y naturaleza.

Se crece en medio de sueños y de necesidades, algunas muy fuertes y capaces de ‘expulsarnos’ del propio territorio. Me refiero a hitos que como la construcción del canal en Panamá, que por trabajo y otras mejores condiciones, un número importante de providencianos dejaron su isla para abrazar otras oportunidades.

También recuerdo los años sesenta y setenta, con las fantasías del puerto libre cómo actividades económicas impuestas que nos distorsionó, a la isla de San Andrés llegaron una significativa cantidad de hermanos del otro lado. Para la época se registraban un poco más de dos mil habitantes entre Providencia y Santa Catalina islas.

Pero también por catástrofes naturales; y la tía Mary Josephine Howard Hawkins (101 años) nos recuerda con detalles el huracán de 1940. Ella, sentada en casa en el sector de Ginnie Bay al sur del coliseo de basketball, por los medios se ha enterado de las desgracias que por el cambio climático vive su divina Providencia. Y nos hizo una pertinente reflexión:

“Recuerdo ese desastroso huracán, tenía 21 años, juventud, fuerzas y destrezas. En las islas Santa Catalina y Providencia no quedaron más de una docena de casas en pie. Muy muy poco quedó, pero al día siguiente iniciaron los oficios de “levantarse” nuevamente, siempre tuvimos que comer, de los sembrados, de la cría de animales y de la pesca, continuó narrando. Llegó después ayuda y materiales para reparar y reconstruir las casas”.

Sin embargo no hay comparación con lo ocurrido por la primera presencia en este archipiélago de un huracán categoría cinco cómo IOTA.
La tía ‘Jos’ muy atenta a las imágenes de las noticias televisadas, nos da otra lección: “No me voy a preocupar mucho porque le hace daño a mi corazón enfermo”, no sin antes recordar las injusticias que se presentan también en las actividades de ‘ayudas’, aún en las desgracias.

Hoy estamos viviendo un nuevo éxodo de esas islas. Hay fuerzas de la naturaleza que no los detienen prevenciones ni simulacros. El huracán IOTA en Providencia fue una de esas características. El golpe está dado, el dolor apenas empieza y cómo se ha escrito repetidamente, “por mala que nos parezca una situación, es susceptible de empeorar”.

Para la sensatez y guardando las proporciones, una cosa son los afectados por los fenómenos ETA y IOTA en San Andrés, isla que deberá atenderse en merecidas circunstancias, que sufren consecuencias causadas por propios errores repetidos en la forma inapropiada de ocupar y asentarse en zonas inadecuadas ocasionando presiones en exceso contra la capacidad de respuesta a las también impuestas necesidades creadas. San Andrés es desatendida sistemáticamente en el tema de sobrepoblación, eje y origen de muchos desequilibrios.

Cosa muy distinta y de efectos catastróficos son, como puede llegar a ocurrir, las dificultades con el pueblo raizal de Providencia y Santa Catalina.

Debemos con corazón y con cerebro estar muy atentos. Con ‘buenas intenciones’ podríamos ahondar infortunios. La calma será requerida, y también colocarse en las islas, dentro de la reserva de la bioesfera Seaflower, esa será la ubicación, esas serán las coordenadas indispensables para lograr acertar en soluciones, en ayudas y apoyo indispensables.

Restablecer las cosas es interesante pero restablecer a la gente es crucial, es fundamental. Providencia ha sido históricamente eje de la colombianidad del archipiélago, fue centro para articular las migraciones en el área, en la misquitia y en la armoniosa convivencia en estos golpeados pueblos creoles.

Ahora más que nunca el pueblo raizal de las islas está amenazado por adversas circunstancias y ahora más que antes debemos estar en pie por la preservación y el restablecimiento en este espacio vital llamada Seaflower que conviene extender. Volvemos a esta columna como herramienta de lucha y nos mantendremos opinando y aportando. Lo consideramos válido y necesario y oportuno.