San Andrés Mocoa

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GERMAN.MARQUEZ2¿Podría ocurrir en el Archipiélago algo similar a lo ocurrido en Mocoa? ¿Estamos expuestos a una tragedia de proporciones mayores como la ocurrida en el otro extremo de Colombia? La respuesta terrible es sí, sin duda. Nuestros niveles de riesgo son muy elevados y su gestión insuficiente, por lo cual vale reflexionar al respecto.

El riesgo tiene dos componentes complementarios: la amenaza y la vulnerabilidad. La primera se refiere a la existencia de agentes que pueda causar daño; en el caso de Mocoa, terrenos inestables y deforestados que ayudados por la lluvia causaron un gran deslizamiento. La vulnerabilidad se refiere al grado de exposición ante una amenaza; este es muy elevado si usted se encuentra en una zona de alto riesgo, en este caso en el camino que sigue la avalancha.

Sin amenaza o sin vulnerabilidad no hay riesgo; se requiere que ambos componentes confluyan para que se configure la situación de riesgo. De allí que la gestión del riesgo consista básicamente en evitar las amenazas o disminuir la vulnerabilidad.

¿Cuáles serían las amenazas principales en nuestro Archipiélago? La mayor y más probable quizá sean los huracanes que, aunque no han sido frecuentes ni tenido consecuencias demasiado graves, son cada vez más probables a medida que se acentúa el cambio climático. Sus vientos, lluvias torrenciales y marejadas pueden afectar la totalidad de las islas, con mayores problemas en zonas bajas que serían eventualmente destruidas.

La gravedad de los huracanes la ilustra el tremendo impacto del huracán Beta en Providencia y Santa Catalina en 2005 que, a pesar de que sólo se encontraba entre tormenta tropical y huracán categoría 1, la más débil, tuvo consecuencias muy serias. ¿Qué hubiera pasado de haber sido un huracán de categoría 4 ó 5, como los que con frecuencia golpean a Haití o a Honduras, para no hablar de Cuba, donde son fenómenos anuales?

Otra amenaza seria son los acantilados y zonas con pendientes muy fuertes, que pueden derrumbarse. Tal sería el caso de El Cliff, en San Andrés, que como otras áreas amenazadas deben ser estudiadas y atendidas; las reubicaciones de asentamientos de alto riesgo por este factor serán inevitables.

Una amenaza más son los tsunamis, por fortuna poco frecuentes en el Caribe, una zona de relativa estabilidad sísmica, pero ante los cuales nuestra experiencia es nula y nuestra exposición total. Un tsunami sería devastador para nuestras islas.

Además, existe en sí la amenaza de un sismo de proporciones significativas, poco probable por la relativa estabilidad mencionada, pero muy de temer por la abundancia de terrenos rellenados, que tienden a licuarse y a desestabilizar, cuando no a tragarse, lo que se encuentra sobre ellos.

Los incendios forestales son otra amenaza que crece al acentuarse los períodos secos por el cambio climático, aunque la misma cobertura de vegetación arbórea, expuesta a los incendios, también mitigue la amenaza al preservar la humedad del suelo.

Otras amenazas serias puede que no impliquen pérdida directa de vidas humanas, pero si serían críticas para la vida de las islas. Entre estas están los derramamientos de combustibles, por naufragios, que acaben con las playas y los arrecifes, base del turismo, la pesca y la economía en general.

O fenómenos como la muerte masiva de los arrecifes, de haber un calentamiento extremo del mar, cada vez más probable por el cambio climático. No se descartan otras amenazas, pero pasemos al problema más grave de la vulnerabilidad.

Vulnerabilidad

San Andrés, Providencia y Santa Catalina, por su condición insular y por su ubicación geográfica son uno de los sitios más vulnerables de Colombia; en una emergencia las islas dependerían de sí mismas, más que la mayor parte del país, pero no están preparadas y prepararlas es difícil, pues implican dotarlas de servicios que podrían parecer desproporcionados a su tamaño. Por ejemplo hospitales de mayor nivel.

A esta vulnerabilidad contribuye aún más la creada por nosotros mismos: población excesiva, ocupación de áreas de alto riesgo, hospitales precarios, frágiles redes de servicios (agua y energía, por ejemplo), gestión limitada de riesgos, planificación insuficiente, inseguridad alimentaria. Si en Providencia no se puede atender un parto, ¿qué probabilidades hay de que se pueda atender a las numerosas víctimas de un huracán u otra tragedia?

La reducción de la vulnerabilidad es condición necesaria para enfrentar las amenazas, que a veces son inevitables. Nunca es posible eliminar completamente el riesgo, pero si prepararse para evitarlo y, de ocurrir, enfrentarlo. ¿Estamos listos en el Archipiélago?

La dolorosa tragedia de Mocoa fue, como ya se ha señalado, más que un desastre natural es un desastre político, que pone en evidencia la pésima gestión de algunos gobernantes. Colombia, mal que bien, tiene políticas públicas y normativas suficientes para la prevención y atención de desastres, que de nada sirven si no se aplican. Esperemos que no sea nuestro caso.

Última actualización ( Sábado, 08 de Abril de 2017 16:15 )