Bayardo San Román salió de la nada, fue como la brisa fresca en las tardes del puerto, donde galeones imaginarios le dieron vida a Macondo y gloria eterna a su dueño (Fin de una trilogía sobre realismo mágico).
La madre de Margarita o Ángela Vicario diría de Bayardo que era un hermoso y bello fantasma, y además con plata. Que mejor partido podían querer los Chicas o Vicarios para su hija.
La cosa comenzó una noche en que Bayardo la vio vendiendo las boletas en el bazar de la virgen del Carmen, se acercó y entre tímido y enamorado se compró todo el mandado, y lógicamente fue el ganador. Este es el único momento en que Bayardo San Román ganó porque de allí en adelante perdió la razón por un amor que como llegó se fue, marcándolo para siempre y dejándole la secuela que deja el engaño: odio por las mujeres. Después llegaría a perder hasta el deseo de vivir.
Es que Bayardo San Román que realmente se llamaba José Palencia y que era Contador Público, parece que nunca había visto un espécimen femenino de la envergadura de Ángela Vicario, porque el convirtió su amor en un delirio sexual y frenético, bien parecido al de un popular animal que después de hacer el amor se deja comer por su cónyuge.
Aquí el cónyuge se materializó en licor, porque la borrachera que se pegó Bayardo al sentirse traicionado casi acaba con él, mientras que el objeto del deseo que se llamaba Margarita o Ángela Vicario, terminó vistiendo santos sin capilla, vistiendo vírgenes que no lo eran, porque como ella habían perdido la virginidad en una noche de cumbiamba en el vientre de un barcaza de rio; eterno y silencioso compañero de coitos efímeros.
La noche del bazar, Margarita le había dicho “así quien no gana”, y fue como una premonición, porque de allí en adelante compró todo y a todos con el fin de complacer al objeto amado, quien parecía no darse cuenta del despilfarro, como presagiando la noche infame de la boda, y las calenturas sin marido que le tocaría vivir.
Bayardo se compró la casa más espaciosa, romántica y bonita del pueblo, una casa vendida entre lágrimas por su dueño, quien había dicho “Mi casa no está en venta, esta casa no tiene precio” y el dueño había agregado “Los jóvenes de hoy no entienden los motivos del corazón”. Pero pudo más el rollo de billetes de a peso que puso sobre la mesa Bayardo, que el recuerdo grato de la esposa muerta, y Bayardo la compró por la fantástica suma para esa época de diez mil pesos.
En el pueblo nunca habían visto un carro, como el que llegó en el planchón con la familia de Bayardo, su padre ciudadano con apariencia extranjera se lo obsequió como regalo de boda. Ese mismo carro llevó a Margarita de la fiesta de boda a su nueva casa, cual cenicienta pueblerina al encuentro con su destino. Ese mismo carro la regresaría al seno del hogar materno, lastimada, vilipendiada y maldita.
El carro aun hoy continúa imaginariamente parqueado en la casa que fue comprada como jaula de oro, para una paloma que ya había calentado otro nido y que este con todo lo bello y hermoso que tenia, no la llenaba, porque su amor había quedado atrapado, en una noche loca, de cantos de vaquería y lamentos de boga.
“Habla puta, ¿quien fue?” Resonarían para siempre en la memoria de Margarita y en el imaginario colectivo de los vendedores de Guarapo del parque, de los coteros del muelle, de la vendedora de dulces, del vendedor de lotería, del Alcalde y del Obispo.
“Habla puta, ¿quien fue?” Esa expresión resuelve uno de los enigmas de esta trama, convertida por Gabo en una historia que se volvió universal pero que no por ello, no deja de ser tierna y delicadamente cruel.
Los pasajeros del ferri escucharían durante un siglo completo, a los habituales paisanos de Ángela Vicario, contándole a todo el que los quisiera escuchar, que la madre de esta, conocía el suceso erótico de su oveja negra en el rio, y que había preparado unos polvos, de esos que se usan para teñir ropa con el fin de engañar a Bayardo, pero que este en su afán de caballo desbocado por su potranca, no le había dado tiempo a Ángela de utilizarlos. El color del polvo según el vendedor de lotería del pueblo que se apostaba frente a la Alcaldía era rojo.
Bayardo con su amor terminaron yéndose del pueblo en hamaca, ante la mirada impávida, de quienes terminaron culpándolo por la muerte de Santiago Nassar, pero especialmente porque la gente se enteró que antes de regresar a Ángela a su casa le había hecho el amor treinta veces y no pudo preñarla.
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