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elisleño.com - El diario de San Andrés y Providencia.

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En el café

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EDNA.RUEDEAEn el café que se hace bar de noche, en la mesa de la derecha junto a la ventana cada mañana ella ordena lo mismo: café negro sin azúcar, jugo de naranja del día, también sin azúcar y una servilleta extra. Cada mañana sin falta, se toma el café a sorbos, intermitentemente con el jugo de naranja, como quien corta el sabor amargo con sabor amargo.

La servilleta extra tiene siempre el mismo propósito: dos sorbos antes del final del café, se le cae una lágrima, gira la cabeza hacia el ventanal como quien espera la llegada que cambie su rutina. Y con la servilleta extra discretamente mojada, cada mañana antes de los dos últimos sorbos del café, se desespera, llora y se promete no volver.

Pero siempre a las ocho de la mañana, rompe la promesa: vuelve, pide el café, el jugo de naranja y la servilleta extra. Lo ha hecho así desde hace años, desde hace décadas, desde que abrió el café en una mañana y él le prometió volver para tomar un café con ella algún día. Cuando su cara no guardaba los años entre las arrugas, cuando sus cabellos eran jóvenes y negros, cuando su postura era recta, su falda ajustada y su risa pronta.

Desde que él se fue y ella prometió esperarlo, desde que se usaban los sombreros y las cartas de amor. Por lo menos eso cree el escritor que ocupa la tercera mesa desde el centro, que la descubrió un día con lluvia a fuerza de pedir un café con leche para usar el baño del local.  

Le llamó la atención su moño gris enredado en encaje; la imagen de toda ella que parece sepia y roída; sus ojos azules nublados por cataratas, que a gotas se le escapan por las dunas que hoy tiene por cara.

La empezó a esperar sin que ella lo sepa, y ha estado escribiendo desde esa mesa del centro una novela sobre la vida que ella nunca le ha contado, de ella que ni siquiera sabe que él la observa, de ella que le ha inspirado un manuscrito largo y lleno de tachones, un lugar donde ella tiene una historia de final feliz, un lugar donde ella fue hermosa y amada, con capítulos que cuentan cómo se enamoraron, cuál es su flor favorita y como aguarda a que sea de día para verlo, de cómo no se ha muerto esperando, de cómo se murió hace tanto.

Eso es lo yo creo que cree el escritor, mientras yo lo observo escribir presuroso mientras la mira… sin que el sepa que yo lo miro, y que invento entre ellos una historia que no existe.

 

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