Muchas veces se ha acusado al hombre de ciencia de un ateísmo del que preocupado por las cosas de la mente, no se interesa en contradecir. Desde que en la edad media se nubló la vista de la ciencia con los argumentos de la fe, los dichos y las supersticiones han remplazado -o por lo menos intentado- explicar los fenómenos que requieren razón y no magia.
Puesto que el pensamiento mágico es claramente inferior al racional y al abstracto es la evolución de la psiquis, también es más fácil explicar el mundo por asonancia o semejanza que por lógica y consecuencialidad. No porque sí, la modernidad se inicia con los descubrimientos. No si razón muchos fanáticos temerosos de desmoronar sus creencias endebles en la ciencia, han acusado a los estudiosos de un alejamiento de Dios.
Para los hombres existen dos caminos para llegar a Dios: la fe, y la ciencia. La fe que es definida como la creencia sin evidencia, es instantánea, rápida y depende de las emociones con las que se instala en el pensamiento. No requiere evidencia y se autoalimenta del deseo de seguir teniendo fe, luego que no necesita evidencia tampoco es argumentativa, no admite discusión y está o no está, se asume como un don divino, y en esta medida no necesita confirmación.
La fe es individual y solo cada uno conoce la medida de sus niveles internos, en esta forma no es cuantificable, criticable u objetable. Se tiene fe o no se tiene, se cree aquello que se desea creer y por el tiempo que se desee. Y sin el conocimiento íntimo de otro no se puede juzgar si hay en él fe o no, sea cual sea su discurso.
Si la búsqueda de Dios fuera una circunferencia y dios fuera el punto cero, la fe estaría a un grado de distancia de Dios y la ciencia a 359.
Con la ciencia el camino es largo, contradictorio, argumentativo, ocasionalmente decepcionante, muchas veces inspirador; con la ciencia se camina lentamente por esta circunferencia que te cobra grado a grado un alejamiento del objetivo que parece hacerlo invisible cuando te encuentras equidistante, pero que luego se acerca nuevamente para ratificar aquello que la fe dio por sentado sin argumentos.
Parece una pérdida de tiempo, un ilusorio de la mente que te lleva por un trecho vago para confirmar con un microscopio, que la mitocondria solo la trasmite la madre y que entonces una Eva es posible, que la palabra trasforma un cerebro y se convierte en vida, que la constancia matemática del universo y de un copo de nieve suponen un ser ordenador, pulcro y amoroso.
Existe la posibilidad de que la ciencia sea la confirmación mas exacta de la existencia de Dios y no su anulación, aunque tal vez si la trasformación de nuestra percepción en un ser sereno y calmo que no vive entre la cólera y el temperamento de un Padre castigador y que más bien está atento a que descubramos en los problemas de la vida soluciones que nos eleven a su imagen y semejanza.
Si poseemos la más maravillosa obra de ingeniería conocida hasta hoy, ¿porque perder tiempo siendo irracionales? La ciencia no es instantánea como la fe. No se apodera de nosotros como un fuego ardiente, pero es duradera y tranquilizante.
Entender que la constancia de la aceleración gravitacional de los todos los cuerpos es de 9.8 metros por segundo cuadrado, me da la tranquilidad de saber, que sea quien sea que planeó todo esto es un ser confiable y seguro, que no estamos en manos de un Zeus absurdo y promiscuo.
Pueda pasar que esta dicotomía permanente entre la fe y la ciencia pase por el poder que ejerce quien maneja una u otra, pero esa será una reflexión que el lector abordará solo...