Una de esas veces en las que he visto cosas asombrosas, fue cuando presencié la pelea entre un travesti y su muy masculino amante. Este último, lleno de bríos, y con la técnica boxística de Mohammed Alí, le propinó un puñetazo al entaconado hombre, que volteó su rostro y lo dejó mirando de cerca al piso, con la peluca a unos metros y sangre en todo su rostro.
Recuerdo que pensé que la violencia hacia la mujer se daba hasta en aquellas que no habían nacido con todo el equipo.
La agresión a la mujer es algo que no acabo de entender: menos aun cuando después de tantos años como médico, he visto tanta locura en las relaciones entre hombres y mujeres.
En una ocasión, para citar una de estas anécdotas delirantes, una mujer que acudía al hospital donde trabajaba, comentaba con cierto desparpajo que su marido le propinaba cada 15 días una golpiza apoteósica. Cuando le pregunte el porqué de la regularidad, me dijo que en las semanas intermedias, el adonis golpeaba a su amante.
Yo, que puedo ser más practica que sensible, le propuse que le presentara un par de mujeres más, con la esperanza que el enamoradizo romeo, las hiciera también sus concubinas, espaciando así cada paliza que le correspondía a la mujer. De más está decir que mi propuesta no tomó fuerza.
Las evaluaciones sobre el maltrato son varias: la primera es si la mujer que es agredida es consciente de que la agresión la supera, que con esta no solo daña su cuerpo y su dignidad; enseña también a su hija que la manera correcta de recibir amor es a golpes y a su hijo varón que el hombre que ama, lastima.
Cuando una mujer es agredida deja una estela de agresión para el futuro. La siguiente apreciación que me pasa factura es la posición que asumimos las otras mujeres: ¿Cómo responde la madre del agresor? ¿Mantiene un silencio cómplice? ¿O es la pared con la que se tropieza el envalentonado? ¿Qué hacen sus vecinas? ¿Qué dicen sus hermanas?...
Siempre he creído que los límites de la violencia humana solo son cercos que hemos permitido mujeres machistas, que educamos -o no- a hombres belicosos.
Es un dato no menos importante que la educación actúa como un escudo protector entre la violencia y la mujer. La educación, no el dinero o la clase social, se presenta justo encima de la mujer y ahuyenta como un repelente al pendenciero.
En conclusión: la educación y las otras mujeres somos la solución a la violencia de género.
Por su parte el travesti del cuento, se incorporó y remangándose el vestido lila, le dijo a su novio: ”si me vas a pegar como hombre, te devuelvo como hombre” y le pegó un golpe que lo dejó viendo estrellas de una manera como no lo había hecho antes. Me pregunté entonces porque no hay más mujeres como este marica...