El acercamiento al Caribe y la negociación con Nicaragua para reemplazar una frontera en conflicto por una de cooperación y diálogo para reestablecer derechos quebrantados como los de pesca y para intentar manejar conjuntamente asuntos como la reserva de biosfera, continúan en ‘stand-by’ y el silencio presagia un desánimo general._(Mapa: Voanews)
Se habla de incuria diplomática, lo cual conduce a hacer más desde las islas para maximizar nuestros puntos de influencia y utilizarlos con el máximo efecto, con el criterio de unidad siempre en mente como nuestro principal modo de influencia.
La narrativa del acercamiento como sanación ha sido sustituida por un silencio que no alcanza a ser un factor mitigante frente a la inmensidad de las oportunidades comerciales y culturales para ser aprovechadas y los retos de cooperación por enfrentar.
Por eso ya se pregunta en algunos ámbitos si se ha afectado el ‘sueño caribeño’. Tal vez por la ausencia de lo que más lo alentaban: las deliberaciones en La Haya que encarnaban el principal mecanismo de apalancamiento para presionar al Estado a hacer algo por el archipiélago, pero su final parece haber disminuido el interés del Gobierno nacional en los asuntos isleños y raizales.
Mientras tanto continúa el debate en las islas sobre la expansión del turismo y sus consecuencias, algo que no solo pone de relieve una tensión entre el crecimiento económico y la protección ambiental, sino también una discrepancia entre la protección cultural y los intentos de supervivencia étnica en continuo aislamiento, en particular en relación al descontrol frente a la creciente población migrante.
La supervivencia étnica depende en buena parte de poder destrabar ese anhelado y prometido acercamiento que está capturado por una combinación perfecta de desinterés público, ausencia de una significativa y unitaria organización étnica local, aumento poblacional por defectos del control poblacional y, por último, procesos políticos que no favorecen sus intereses reivindicativos.
Además, la pérdida de aguas es un constante recuerdo de un doloroso fantasma en nuestra memoria histórica y por eso evoca y provoca hacer algo. El ‘sueño caribeño’ es una idea que guía esfuerzos de supervivencia cultural y étnica. Pero también es una estrategia para mejorar la economía de los hogares isleños con la posibilidad de comprar comida más barata en Nicaragua y Costa Rica, como se hacía en tiempos no tan lejanos.
El tiempo sana el duelo colectivo por la mencionada pérdida de aguas, por eso ya no genera trauma ni odio. Más bien obliga a concentrarse en oportunidades de crecer económica y culturalmente, de recuperar lo perdido, manejando la nueva realidad. Es necesario abordar el futuro desde una aproximación pragmática y de mucho de ‘realpolitik’.
La idea del acercamiento y el diálogo para sobrepasar el duelo es aceptada en las islas y es respaldada por el propio Gobierno nacional, tal vez como un acto de expiación por las heridas históricas causadas al Pueblo Raizal por sus políticas nacionales de soberanía.
Sin el acercamiento a Nicaragua y otras etnias similares en lengua, historia y cultura, sería incompleto cerrar el círculo de angustias y pérdidas, para reforzar una identidad en unas islas donde la población raizal disminuye en proporción a la población total.
Recuperar la influencia
Por eso no nos podemos quedar de brazos cruzados ni vencernos por el cansancio de la espera. Como isleños debemos capitalizar de la promesa del acercamiento. Una reivindicación étnica y civil organizada y desde la Gobernación podrían hacer más. Por eso es importante superar varios asuntos.
En primer lugar ya no podemos capitalizar la vieja y desgastada narrativa de ser víctimas sin presentar propuestas y alternativas. Es necesario romper con esquemas de reivindicación que no han arrojado resultados deseados y válidos. En ese esquema debemos probar los límites de la legislación que favorece la cuestión étnica.
En segundo lugar es importante recuperar la influencia y el espacio político y diplomático étnico que se tuvo después de 2012 y que se ha diluido en tratar de influenciar al Gobierno nacional para adoptar acciones favorables a la cuestión raizal o en simplemente prestarle atención a las islas. Debemos salir del espacio letárgico en que está la reivindicación étnica, superando el vacío de la presión y del liderazgo.
Y en tercer lugar es importante reanimar al Gobierno nacional a cumplir sus promesas. Los intercambios culturales y la cooperación ambiental son resultados del trabajo casi que individual de nuestros cuatro embajadores raizales, porque aún falta lo más importante que es una estrategia de Estado con voluntad diplomática oficial. Cuatro golondrinas raizales no hacen un verano caribeño.
Por eso es importante reanimar la locuacidad y la energía de la narrativa y la acción del Gobierno nacional expuesta desde 2012 de ser aliado y defensor de nuestros intereses y de querer impulsar la reintegración caribeña. Aflige decirlo pero el desinterés se debe en buena parte a que ya no existen preocupaciones urgentes de soberanía. Ya definido por La Haya, y el fin de dicho proceso eliminó un referente que obligaba al Estado colombiano a una mayor atención a las islas.
Porque sin reclamo, con total control hegemónico nacional sobre las islas, con cooptación de los actores isleños capaces de ejercer influencia y con la cuestión étnica raizal perdiendo peso frente al grueso de los problemas en unas islas –donde la población étnica no es mayoría–, es necesario revaluar las estrategias de reivindicación y buscar otros caminos aún no explorados. Para ello se necesita un liderazgo fuerte, renovado, convincente y rejuvenecido.
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Este artículo obedece a la opinión y/o discernimiento del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.