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¿Me puedes llevar contigo?

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SANABRIA.OBISPOJesucristo resucitado nos ofrece felicidad, plenitud de vida y a eso ha venido; hoy vuelve a ofrecerse como compañero de camino para guiarnos hacia ella. Él nos trae felicidad o mejor, él es nuestra felicidad, basta poner nuestra confianza en él y llevarlo en nuestra barca. La isla de los sentimientos.

Cuentan que había una vez una isla en la que vivían todos los sentimientos: la Felicidad, la Tristeza... y todos los demás, incluido el Amor. Cierto día los sentimientos se enteraron que unos minutos después la isla se hundiría, así que todos prepararon inmediatamente sus botes y se embarcaron. Felicidad fue la única que no lo hizo.

Cuando la isla estaba ya a punto de ser tragada por el mar, Felicidad decidió pedir ayuda:
- ¡Riqueza ¿me puedes llevar contigo?
- No, contestó ésta. Llevo mucho oro y plata y no hay sitio en mi bote.
- Vanidad ¿me puedes llevar contigo?
- Lo siento, Felicidad. No puedo llevarte porque estás toda mojada y me puedes estropear mi preciosa barca.
La tristeza, la confianza y los otros sentimientos se alejaban y ninguno hizo caso a la petición de Felicidad. Pero ésta escuchó una voz casi apagada que le decía:
- Felicidad, yo te llevo.
Felicidad estaba tan contenta que ni siquiera preguntó durante la travesía quién era el que le había salvado la vida. Al llegar a tierra, le dijo:
- ¿Quién eres tú y por qué me has salvado?
- Yo soy el Tiempo, el único capaz de entender el valor infinito que tiene la Felicidad.

¿Me puede llevar contigo? Podemos navegar hacia dos puertos, hacia puerto amargura o hacia puerto felicidad. El profeta Jeremías describe estos puertos con imágenes que hablan por sí solas. A puerto amargura, se comienza a ir cuando “el hombre confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón de Señor”. Ese puerto es “como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita”. Quien llega a ese puerto será maldito, y su vida será estéril.

A puerto Felicidad navega, según dice Jeremías: “quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Ese puerto es “como un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto». Quien llega a ese puerto será bendito y su vida será llena de frutos (Cfr Jer 17, 5 – 8).

San Pablo advierte que el compañero de travesía hacia puerto Felicidad debe ser Cristo Resucitado. No un Cristo callado cuya palabra no resuena, ni un Cristo muerto como un talismán o un dije. Un Cristo es así de nada sirve porque no hay resurrección, no hay perdón de los pecados y no habrá vida eterna. “Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, y si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad”. La felicidad que Cristo trae no es para mientras vivimos en este mundo, sino que dura hasta la eternidad. Entonces hay futuro para todos, para Dios y para nosotros. Cristo Resucitado es nuestra única garantía de eterna felicidad (Cfr 1 Cor 15, 16 – 20).

El Señor Jesús nos enseña cuatro claves para el viaje (Cfr Lc 6, 20 – 26). La primera, no confiarnos solo en nosotros mismos, y no encerrarnos en el presente. Lo que así viajan se sienten tan seguros de sí que no hay cabida para nadie más; piensan que lo tienen todo, y no necesita de nadie. Jesús les grita con fuerza: bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos. Los pobres son los que se vacían de su ego y se abren para acoger a Cristo resucitado. Jesucristo no es un impedimento para nuestra felicidad. Él es nuestra felicidad. Nosotros solos no nos damos la felicidad.

La segunda, no emprender un viaje vanidoso, pavoneándose en el confort y gritando a los pobres, “No puedo llevarte porque estás todo mojado y me puedes estropear mi preciosa barca”. Aquí vale escuchar a Jesús: “¡Ay de ustedes, los que están saciados, porque tendrán hambre!” El que come solo, muere solo. Hay más alegría en dar que en recibir. Solo quien se abre a sus hermanos más pobres acumulará satisfacción hoy y alcanzará felicidad eterna.

La tercera, no emprender sin mirar el dolor de los hermanos que sufren. Jesús les advierte, ¡Ay de los que ahora ríen, porque harán duelo y llorarán! Para los que van viajando así, Jesús les propone, “Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán”. La felicidad se logra cuando ayudamos a rescatar a los que se están hundiendo el dolor.

La cuarta, no emprender viaje buscando fama y reconocimiento; es indispensable defender a quien sufre injusticia, hablar en favor de la verdad, luchar para que se obre el bien. Ya lo advierte Jesús, ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que sus padres hacían con los falsos profetas». Y propone: “Bienaventurados ustedes cuando los odien los hombres, y los excluyan, y los insulten y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. La verdadera felicidad se logra cuando hacemos que la causa del hijo del hombre que es la causa de la justicia, de la verdad y del bien se haga realidad en nuestro viaje.

Quedémonos con esta invitación de Jesús, ¿Me puedes llevar contigo? Creo, Señor, que tú has venido a conducirnos al puerto de la felicidad; pero aumenta nuestra fe, para que te llevemos con nosotros, vivo, para que obedezcamos tus mandatos, pensemos en los pobres, y hagamos que a nuestro paso tu causa se haga realidad.

 

 

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