No soy precisamente lo que se llama una belleza exótica: en todo caso sería más exótica que belleza. Es más, para alcanzar un horizonte a un metro y sesenta centímetros del suelo, tengo, sin excepción que estar sobre algún tipo de plataforma. Tengo una boca que es proporcional a lo que hablo durante un día normal: es muy grande.
Soy muy terca y suelo cambiar de opinión y disculparme dos veces al año. Con estas características en mente, no demore mucho en darme cuenta que no era material para ser una narco-esposa.
Las matemáticas y la probabilística nunca me fueron ajenas, y rápidamente descubrí que ganarme la lotería era muy poco probable. No soy muy hábil en el mar, así que la lancha rápida estaba descartada. Tengo el oído de un ojo: así que la música no era lo mío. Era evidente que a la hora de elaborar un complejo plan para pasar la vida sin apuros, y comprarme esas cosas que alimentan uno de mis pecados favoritos: la pereza, habría que dedicar mi vida al trabajo.
Evaluando mis recursos con más cuidado, entendí también temprano, que mis habilidades se concentraban encima de mis cejas. Al parecer la evolución me había provisto de inteligencia, pero no de alguna habilidad mecánica, artística, o estética. En el mismo espacio temporal, encontré otros tantos que habían llegado a la misma conclusión. Nuestro recurso era nuestra mente.
Para mí como para los otros que navegamos en estas circunstancias, la educación se convirtió – y se convierte- en la unidad básica estructural del futuro. Y cuando esta unidad básica cuesta lo mismo que tu riñón derecho, la frustración puede hundir en un pozo sin fondo todas tus ilusiones. Y cuando se hunden las ilusiones de un joven, estas se acompañan de las expectativas de unos padres, las esperanzas de un país.
Yo conté con suerte, naci de una mujer que veía el mundo con claridad y puso todo su esfuerzo en desarrollar el único instrumento que yo sabía interpretar. Pero no pasa así siempre. Familias numerosas, de pocos recursos tienen que posponer el futuro.
Perdemos científicos, físicos, vacunas y curas para el cáncer a borbotones. Perdemos ingenieros, arquitectos, médicos, filósofos, fotógrafos, pilotos, cantantes, bailarines, pintores, y maestros todos los días, Perdemos la oportunidad de descubrir los secretos del mar, o del espacio, formas de energía renovable, cultivos eficientes, perdemos tanto que hemos perdido la noción de lo perdido.
No se puede imaginar un país mejor si este no aprovecha su mejor recurso: su razón. Todo aquello que necesita un país sumido en la violencia y la desigualdad, se soluciona desde las oportunidades que se generan en la educación.
Con un solo riñón para cambiar por ciencia y otro montón de sueños por cumplir, incluyendo el que mi hijo se eduque, me tocó viajar un hemisferio para conservar el órgano, y aprender todo aquello que mi país me restringe. Pero patria es patria, y duele.
Y desde lejos en un lugar donde la abundancia es la constante, abundancia en subsidios, abundancia en talento, abundancia en educación, se imagina uno una nación donde la educación pública sea tan común como las luces de navidad, donde la educación privada no sea más costosa que el mercado de la semana. Imaginando esto, me educo, comprometida a que otros se eduquen en mi país.
“La educación siempre es buena”, me repite mi mamá… es tan buena, que es mejor tener un enemigo educado que uno que no lo esté”, tengo claro que un ser humano se hace incapaz de dañar a otro entre más sabe de él y la educación te acerca a el otro, a el mundo, a su historia, a su pasado, pero sobretodo construye un futuro para todos.