Somos habitantes de un archipiélago privilegiado, que bien entendido, se comprendería como aquel que enriquece sustancialmente al país. Esta riqueza está representada, entre otras condiciones, por un inmenso maritorio de más de 300 mil km2, unas 2.500 especies marinas y otras 160 aves silvestres en su cielo, solo principiando por su biodiversidad.
Su formación data desde el momento en el que placa tectónica realiza un giro que la acerca a zona fótica y una biomasa se adhiere a ella conformando barreras arrecifales bastante interesantes a nivel global. De acuerdo a lo anterior, en el Caribe es reconocida como el área de mayor concentración de diversidad marina del hemisferio occidental, entre otras razones, porque está compuesta por seis diferentes fronteras (Colombia, Costa Rica, Honduras, Jamaica, Nicaragua y Panamá) donde alberga el tercer sistema coralino más grande del mundo.
Es así que la preservación en especial de las 748 Reservas de Biosfera alrededor del planeta, es de total importancia en cuanto a repoblar espacios ecosistémicos eventualmente afectados.
No obstante no todo es belleza y candor, según una encuesta de perfil IA, más del 90% de la población cree que el mundo se está acercando a un colapso ambiental. El colapso ambiental se refiere a los desequilibrios en la naturaleza y sus consecuencias en las personas, como la crisis del agua, los incendios masivos, la aparición de nuevas enfermedades, el deterioro del paisaje y la cultura.
Así mismo la Reserva de Biosfera Seaflower tiene una serie de circunstancias que redefinen sus límites bien sean geográficos, ambientales, políticos, de acervo cultural y económico como también el poblacional con una densidad de 1.447 habitantes por kilómetro cuadrado, la más alta del país, según el DANE al 2020.
Ciertamente se cumple el axioma de “ante la asincronía entre los cambios ambientales y nuestra percepción de ellos, por lo general, se actúa cuando es demasiado tarde”.
Pues bien, la loable propuesta de una reserva de biosfera transfronteriza –de alcanzarse– no solo protegería un ecosistema único, sino que también supondría el reconocimiento a las culturas marítimas y a la preservación de las etnias ancestrales a lo largo y ancho de la Reserva de Biosfera Seaflower y sus vecindades fraternas.
Para lograrlo se hace necesario el entendimiento de las partes, la aceptación proactiva de los entes relacionados y la participación ciudadana. Esto es en buena parte lo que se ha tratado de materializar por estos días en la COP16. Aguardamos resultados: el camino es largo, el tiempo cada vez más efímero.