Las festividades populares como el Green Moon Festival (GMF) fundado en 1987, no son tan solo expresiones de alegría y color; son un mosaico cultural que guarda las historias, tradiciones y valores de generaciones. Estas celebraciones encarnan la identidad de comunidades enteras y, a través de ellas, sus habitantes encuentran una forma de expresión.
Sin embargo, cuando estos eventos se vuelven masivos, los intereses individuales y/o comerciales a menudo intentan imponerse, amenazando su esencia y limitando su alcance como patrimonio colectivo. Es bien sabido el esfuerzo que se ha hecho por preservar el espíritu de eventos como el Carnaval de Barranquilla o la Feria de la Flores en Medellín, entre otros.
El GMF en cualquiera de sus expresiones, tampoco pertenece a una sola persona o a una organización. Ni mucho menos a la entidad territorial. No es propiedad de un grupo específico ni debe ser utilizado para beneficio exclusivo de unos pocos. Es, antes que nada, una creación del pueblo, una muestra de su creatividad, de su energía, de su resistencia.
Por ello, cualquier intento de controlarlo exclusivamente en función de intereses individuales y de corto plazo atenta contra la autenticidad y el propósito mismo de esta celebración. De igual manera no debe ser manipulado –ni mucho menos, ignorado– por los gobiernos de turno que los deben apoyar apostando a la fortaleza integral del destino.
En otras palabras, elemental City Marketing.
De otra parte, la trascendencia del GMF no radica únicamente en los días de celebración, sino en su capacidad para unir a la sociedad en torno a su cultura ancestral y su historia. La danza, la música, la gastronomía, entre otras manifestaciones, se convierten en vehículos de identidad que permiten a las personas recordar y preservar su herencia.
Al transformarse en genuino patrimonio colectivo, representa un refugio cultural y un espacio que todos, sin excepción, pueden disfrutar y del cual pueden sentirse parte. No obstante, lograr que trascienda los intereses individuales y se afiance como un bien colectivo exige un esfuerzo conjunto para sobreponerse a los egos y a las divisiones internas.
Es necesario que todos los organizadores salgan de la sombra, junto a los líderes más visibles y que todos aquellos involucrados en su realización comprendan a fondo que su función es proteger y promover la esencia de estas fiestas, fomentando su acceso abierto y su representación fiel de la cultura de un pueblo, que –por nada del mundo– se debe manchar.
La UNESCO y otros organismos internacionales reconocen que el patrimonio cultural inmaterial, como los festivales, tiene un rol fundamental en la cohesión social. Por eso, los actores involucrados deben asumir la responsabilidad de construir un legado que garantice la preservación de estas festividades para futuras generaciones.
La auténtica fortaleza del Green Moon Festival reside en su capacidad para sobrepasar las barreras individuales y convertirse en un punto de encuentro, un espacio donde todas las voces se puedan escuchar y donde la diversidad también se celebre, claro está, principiando por los de casa y no al revés
En última instancia, su relevancia no se mide por intereses económicos, el renombre de sus organizadores o el partido de turno en el gobierno; sino por la autenticidad y el orgullo con que la gente lo celebra. Las festividades que logran sobreponerse a los conflictos internos no sólo permanecen vivas, sino que se consolidan como un legado. Un tesoro de todos, para todos.