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De puertas y corazones abiertos

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SANABRIA.OBISPOCelebramos en este domingo el Día Mundial de las Misiones. Es una jornada muy querida por el Santo Padre y por el pueblo de Dios. Nuestro apoyo misionero comienza primeramente por la oración. Sin oración no hay misión. También se requieren manos misioneras, es decir, personas consagradas y laicos que vayan con gozo a mostrar a Dios con el testimonio de su vida.

Recordemos que nuestra ofrenda económica, ojalá muy generosa, ayuda a la obra misionera. Este domingo es para sentirnos de verdad misioneros comprometidos.

Para nuestra reflexión dominical los invito a tomar la imagen de la puerta, que es un elemento que está en todas nuestras casas, y nos permite entrar y salir; también puede servir para acoger o para impedir la entrada. A la vida cristiana se entra por la puerta del Bautismo y a la vida eterna se accede por la puerta del cielo, una puerta angosta según dice el Señor. Las lecturas de hoy nos hablan de puertas que nos permiten entrar a la gloria, a la felicidad, al cielo.

Cuenta la leyenda que una vez estaban el gran Maestro y el pequeño discípulo recostados en el tronco de un gran árbol. A lo lejos se divisaba una puesta de sol maravillosa, de ensueño. Emocionado por la visión, el pequeño discípulo rogó al Maestro que le hablara de la felicidad. Y éste le susurró al oído con lentas palabras, para no romper la paz del momento:

- La felicidad es una puerta que se abre hacia fuera. Al que intenta empujarla para adentro, se le cierra.
- ¿Qué has querido decir -maestro? -preguntó el pequeño discípulo.
- Que con la felicidad ocurre algo así como con el insomnio: el sueño huye cuando se busca con ansia. O también que con la felicidad sucede como con las palomas: se posan en tu mano si la mantienes quieta, pero echan a volar cuando tu mano pretende apresarlas.

La primera puerta de la que quiero hablar es la puerta de cielo, que la abre Dios nuestro Padre enviándonos a su Hijo Jesucristo. Dice la carta a los Hebreos, “ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús el Hijo de Dios, mantengamos firmes la confesión de fe” (Hb 4, 14). Jesús estaba en el cielo, pero su Padre abre la puerta hacia afuera, hacia nosotros, y nos envía a su Hijo que se encarna en nuestra historia; al venirse deja la puerta abierta y nunca más la cerrará; esa puerta ha quedado abierta para siempre; primero para que, con la encarnación de Jesús desciendan todas las gracias de Dios; y segundo, para y para que con él suban todos los seres humanos a gozar de la vida eterna. Podemos decir que la puerta del cielo se abre con Jesús y la llave que la abre es el misterio de la encarnación.

Para nosotros y para la humanidad entera lo más grande que nos pudo suceder fue que se abriera la puerta del cielo. Porque Jesús viene a ofrecernos vida y felicidad; está decidido a soportar sufrimientos que no le correspondían a él sino a nosotros (Cfr Is 53, 10 – 11), con el fin de abrir puertas, de ofrecer una puerta de salida a la humanidad que se hallaba culpablemente cerrada. Jesús viene a abrir puertas que conduzcan a la vida, a la justicia, al amor, y al bien. Dios quiere abrirnos la puerta el cielo para que seamos capaces de mirar hacia lo alto, en vez de quedarnos como las gallinas, que pasan la vida escarbando la tierra para tratar de alimentarnos de las basuras que encontramos en ella. Cuánta gente apenas champalea la vida, sin nadar a gusto porque no tiene algo que lo jalone hacia arriba, los afanes del mundo no permiten ver al cielo. No agota la mundanidad. Un creyente se alimenta del pan bajado del cielo, y así puede darle sabor de cielo a su caminar por este mundo. No basta que la puerta del cielo esté abierta, Jesús quiere abrir otras puertas.

Comienza su misión golpeando en la puerta del corazón de cada uno de nosotros, como dice el libro del apocalipsis, “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Esta puerta se abre en primer lugar para acoger a Jesucristo que ha venido del cielo. No tengamos miedo en abrir la puerta a Jesús porque, como dice el salmo: “los ojos del Señor están puestos en quien le teme, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre”; además porque no viene como un entrometido fastidioso, pues “no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Hb 4, 15).

Esta puerta la abrimos cada uno de nosotros y se abre con la llave de la fe. Donde hay fe, se abre el corazón y Jesús entra; donde no hay fe no hay lugar para el Señor. Cuando Jesús entra en la vida encontramos caminos de salida para la realización de nuestros sueños y para caminar hacia la felicidad. Muchas personas han cerrado la puerta a Jesús, y así mismo se han encerrado en una privacidad cómoda, de la que el Papa Francisco dice que no es más que un lento suicidio. La puerta cerrada a Dios nos encierra en el egoísmo cruel, en el sin sentido, en la amargura que desbarata el corazón, en la mundanidad que no permite mirar hacia arriba y encontrar luz en lo alto. Preguntémonos, ¿está abierta la puerta de mi corazón para que el Señor siga y se hospede en mi vida?

Pero Jesús espera que se abra otra puerta, y es la puerta del servicio fraterno. Esta puerta permite comunicarnos entre hermanos, salir hacia los demás, y que los demás puedan entrar en nuestra casa. Tenemos que aprender a salir para servir, de la misma manera como el Señor salió de la casa del Padre para venir no ha ser servido, sino a servir. El mundo cierra puertas y se vuelve violento, insolidario, injusto. Nuestro testimonio de cristianos es abrir puertas, dispuestos a salir a servir a quien nos necesite, inclusive hasta sacrificarnos por los demás.

El mundo cambiará cuando abramos las puertas a Dios y a los demás. María Santísima es la mujer de puertas abiertas. “Hágase en mí según tu Palabra” fue su respuesta, y el Hijo del Hombre se encarnó en su vientre; pero en seguida abrió la puerta de la fraternidad y se dispuso a servir a su prima Isabel y a interceder por todos aquellos a quienes se les ha terminado el vino del amor. Estos son mi madre y mis hermanos, los que viven su vida de puertas abiertas.

 

Última actualización ( Lunes, 21 de Octubre de 2024 05:03 )  

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