No somos nuestras respuestas. Somos nuestras preguntas. Habitamos un mundo virtual que en superficie pareciera igual al de siempre, pero que a centímetros de ese plano es abrumadoramente distinto al que teníamos hace un año, o antes de la ya lejana pandemia, antes del teletrabajo, antes de la IA.
Venimos siendo instruidos de maneras imperceptibles para construir una relación con las máquinas, quizás una que no podemos entender por la estructura protagonista/antagonista que ha tenido la cultura de occidente.
El otro ha sido percibido siempre como un potencial enemigo y la simbiosis no es la primera elección a la hora de establecer relaciones. No lo hicimos así con el planeta, del que nos sentíamos superiores, y no lo hacemos así en la vida diaria, cuando antes de buscar un consenso queremos una imposición. Nos planteamos siempre relaciones de sumisión, de esclavitud, de poder, de colonialismo y no de reciprocidad y avance.
Esta visión radical y guerrerista nos llevó a pensar, por ejemplo, en que los destinos estaban sellados por deseos iracundos de dioses lejanos, los únicos seres que podían poner su talón sobre nuestra nuca, los únicos que podrían “ganarnos”. Entonces, las respuestas que en su momento diera el oráculo, o las que hoy arroje Google, son irrelevantes, ni siquiera tienen que ser verdad, o aproximarse a ella. Hoy, como entonces, son las preguntas que nos hacemos lo que da a los dioses información.
Lo que ellos sabrían de nosotros, estaría más bien en lo que criaturas que apenas estrenan su inteligencia, preguntan: ¿a qué le teme un humano del siglo V antes de Cristo? ¿A que le teme uno de este siglo? ¿Como quiere gastar sus denarios un soldado romano? ¿Dónde puede irse de vacaciones un empleado público? ¿Cuándo explotará el Vesubio? ¿Cuál es la categoría del siguiente huracán? Que le pide a Afrodita una quinceañera griega? ¿Cuándo serán azules las palomitas del mensaje de WhatsApp?
Hoy la tecnología aún está a nuestro servicio, alimentándose de nuestras dudas, conociéndonos desde adentro como un esclavo servil que no pretende la libertad, del cambio de paradigma piramidal en el que cree ciegamente occidente, dependerá nuestro futuro.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.
