Los invito a enmarcar la reflexión de este domingo en el valor del matrimonio. Un proyecto bellísimo que enfrenta situaciones complejas. Somos conscientes que vivimos en una época en la que es más común escuchar de divorcios, separaciones y uniones de hecho que de hogares establecidos con el vínculo sagrado del matrimonio. Sin embargo, siempre será bueno recordar el proyecto de Dios sobre la vida matrimonial.
Hay dos verbos que nos ayudan a centrar la reflexión, se trata de los verbos unir y separar. Dice el Evangelio: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10, 9). Notemos que el verbo predilecto de Dios es unir, mientras que la tendencia humana es a separar.
Cuenta una leyenda que cuando Dios crea una mujer, toma un corazón en la mano y lo parte por la mitad, y medio corazón lo coloca en su cuerpo y el otro medio lo pone en el cuerpo de un varón. Y ambos son enviados así al mundo, cada cual con su medio corazón. Cuando los dos crecen, notan que no tienen más que medio corazón y deben entregarse a la búsqueda del otro medio que a cada uno le falta. Pero aquí viene la dificultad, ¿dónde estará ese medio corazón que a cada uno le falta?, ¿estará cerca?, ¿estará lejos?... Ninguno de los dos lo sabe.
Por eso añade la leyenda que ni ella ni él deben descansar hasta que encuentren el medio corazón que a cada uno le falta y con el que están llamados a vivir toda la vida. Una vez que lo encuentran, tienen que unir los dos medios corazones para formar uno solo. Y para lograrlo sólo hay un pegamento, el pegamento del amor. Dice también la leyenda que algunas mujeres y algunos varones salen de las manos de Dios con un corazón entero, porque fueron escogidos para consagrar su vida a Dios en la Vida Religiosa y el Sacerdocio.
Ratificamos que el verbo preferido de Dios es el verbo unir, mientras que el verbo separar hace parte de la tendencia humana y es consecuencia de nuestra dureza de corazón. El ideal de Cristo para las parejas de vivir unidas para siempre, enfrenta dificultades y crisis, algunas de las cuales se tornan insalvables. Esas crisis causan sufrimiento, y son fruto de la dureza de corazón del ser humano. Lo dice el texto bíblico que “Moisés permitió dar acta de divorcio y repudiar por la dureza de corazón” (Mc 10, 5).
La dureza de corazón su produce cuando el diálogo y el respeto se pierden y los gritos aparecen; cuando ante las dificultades hay ausencia de perdón y presencia de rencor; cuando los dos dejan de mirar el mismo objetivo y cada uno toma su rumbo; cuando en vez de alimentar el amor se abre campo a la rutina desgastante. Es en la dureza del corazón donde se origina la separación de los hogares.
Cuando el verbo separar empieza a sonar en la pareja, hay que ayudar a entender que una crisis no hay que calificarla como fracaso del amor, sino como una situación que hace parte del caminar de la pareja. Pero, inmediatamente hay que intervenir sin dejar que las distancias se vuelvan infranqueables. Una manera de ablandar el corazón es mediante un diálogo sincero y sereno, para poder descubrir las causas y situaciones que han dado lugar a la ruptura, tratar de esclarecer lo que no ha funcionado y los errores cometidos, seguramente, por parte de ambos cónyuges. El fruto del diálogo es encontrar la mejor solución, que beneficie a los cónyuges y a los hijos; ojalá fuera la reconstrucción del matrimonio, en otras será la ruptura. Hay que evitar separar; esa es la última opción que se debe buscar, nunca la primera.
Digamos algo del verbo unir. A este verbo hay que ponerle toda la atención, pues la unión de corazones ofrece a la humanidad grandes aportes en estos tiempos de crisis que vivimos. Primer aporte, la comunión y la complementariedad. “No conviene que el hombre este solo, voy a hacerle alguien como él que le ayude” (Gen 2, 18). Dios ha pensado en cada uno de nosotros, somos su obra maestra, sin repeticiones; las otras personas son también obra maestra de Dios sin repeticiones. Todos somos creación divina, y cuando logramos vivir juntos, nos complementamos, y alcanzamos altos niveles de felicidad; cuando compartimos casa común y permitimos que Dios Creador haga parte de nuestra vida comunitaria habrá un mejor mundo. El individualismo no es el ambiente para los seres humanos; es la comunión y la complementariedad donde encontramos felicidad.
Segundo aporte, la fidelidad y la indisolubilidad. “Los dos serán una sola carne” (Mc 10, 8). El proyecto original de Dios para el matrimonio implica fidelidad e indisolubilidad. Son valores que en vez de aprisionar a los esposos e impedirles crecer, les aportan libertad y felicidad. ¡Qué bueno para los esposos saber que alguien lo ama hasta el final! ¡Qué bueno encontrar a alguien para entregarle el corazón!¡Qué bueno saber que a pesar de las dificultades pueden contar con el apoyo de alguien que los ama y les dará siempre la mano! Eso da felicidad. El proyecto originario de Dios para el matrimonio es que los dos se unan para "ser una sola carne" e iniciar una vida compartida en la mutua entrega, en una comunión de amor.
Tercer aporte, la dignidad y la igualdad. “esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2, 23). Esa unión está basada en el respeto y la igualdad de ambos cónyuges. Para el cristianismo, hombre y mujer han sido creados con la misma dignidad e igualdad. Dios no ha creado la mujer sometida al varón. La desigualdad y el dominio del varón sobre la mujer son las consecuencias de la dureza de corazón que daña las relaciones conyugales.
El prototipo o modelo de la unión conyugal lo encontramos en Cristo y la Iglesia. Al esposo por excelencia, “a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte” (Hb 2, 7s). A la Iglesia la vemos “como parra fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa” (Sal 127).
Este proyecto sigue vigente y es intocable, no se puede manipular a capricho nuestro. Este proyecto se convierte en un gran aporte para la humanidad. El matrimonio según el proyecto original de Dios produce felicidad, protege la vida, nos pone a vivir en armonía buscando lo mejor para todos. Procuremos hacer todo lo posible para que las dos partes de corazón, estén siempre juntas y sean una sola carne. Estos son mi madre y mis hermanos, los que buscan unir corazones.