Los males de Colombia se deben tanto a los defectos de sus gobernantes como a los de los opositores de los gobiernos de turno. En ambos bandos han primado los intereses particulares sobre los intereses generales. "Los piratas sólo reparten entre piratas", ya lo había dicho don Quijote de la Mancha. Es decir, las decisiones fundamentales las han tomado siempre al margen de los ojos de la ciudadanía.
También por el sistema de gobierno centralista que ha primado. Por el bipartidismo excluyente ―ya en el olvido― y el vicio de los departamentos grandes de acaparar las mayores inversiones públicas. Por las culturas, cuyas diferencias siguen empleándose para distanciar y no para fortalecer su diversidad. Igualmente, han influido las distancias geográficas, que han hecho parte de las razones por las cuales las poblaciones cercanas a las cordilleras tengan hoy un mayor progreso evidente.
Unos y otros (opositores y gobernantes) han puesto por delante los prejuicios, la intolerancia, la visión única, y no las lecciones aprendidas de la historia, la flexibilidad, y la apertura mental.
En el pasado remoto esto implicó que no se hubieran alcanzado consensos vitales que propendieran por el progreso socioeconómico de los colombianos en todos los puntos cardinales del país. Razón por la cual hemos sufrido la violencia (de toda índole), la pobreza (incluso extrema), la desigualdad (de las más altas del mundo), y la corrupción (en todos los niveles sociales).
Ha sido esa relación perversa, en algunos casos, entre los gobernantes y los opositores de turno, la que ha derivado en prácticas como las cuotas burocráticas en el gobierno ―mediante las denominadas coaliciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, frecuentemente―, que aunque no son ilegitimas nunca han procedido en favor del bienestar general del país.
En el momento actual, precisamente, por primera vez con un gobierno de izquierda en el poder, la también primeriza oposición de la derecha ha desarrollado un ejercicio poco perspicaz de la contradicción. Por ejemplo, dos de sus mayores aportaciones han sido la instrumentalización del insulto estéril y la demonización del adversario mediante ataques personales, como fórmula para obtener beneficios políticos.
«Pareciera que lo importante, como se ve, es la discordia y la fabricación de motivos nuevos para odios viejos», como lo dijera Jorge Luis Borges al Diario Crítica, de Buenos Aires en 1933, refiriéndose a la situación del mundo de entonces. Con la tenebrosa diferencia de que hoy esa hiel se disemina a velocidad de crucero con el sortilegio de los algoritmos y la multiplicación en las redes sociales.
Los gobiernistas de hoy, y que ayer fueron oposición, tampoco han contribuido mucho a desenrudecer la discusión. Se les ha visto abrazar por reacción posiciones tan impugnables como cercanas a las que combatían antes. Como la del ex senador Gustavo Bolívar insinuando que la Colombia Humana, tiene personas sin experiencia en la defensa del gobierno. Lo que resulta irrelevante dado que la izquierda debía estar preparada para gobernar hace rato. Y no darle rango de 'novatada' a sus errores.
Eventos como el "fuera Petro", la "vaca por la 5G", de un lado; el "discurso contra empresarios", la "descalificación de la prensa", del otro lado, son las pruebas de una disensión que ha cedido demasiado trecho a la proporcionada opinión desdeñado los argumentos de peso. La fuerza instintiva ha estado por encima de la fuerza de la razón.
Ambas partes han demostrado no estar lo suficientemente dispuestas, mucho menos maduras, a unir sus intereses contradictorios en un único interés común a la nación, que no son otros que ponerle freno a la abundancia de necesidades que asfixia por doquier a Colombia.
En vez de aprender de los errores y no persistir en su negación, como lo plantea Carl Jung, la oposición parece más preocupada por recobrar el gobierno, solamente, y los que gobiernan por retenerlo a cómo de lugar. Los «supremos intereses de la nación» han quedado a merced de los vendavales políticos que sobrevienen a diario. Los chismes de un lado y del otro han alimentado viejos rencores y desatado polémicas inútiles.
Así ningún progreso estructural será posible en Colombia. Ojalá que pudiera darse lo antes posible una regeneración del espíritu de la política nacional.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.