En las penas amorosas se huye de todo lo que recuerde el amor fallido. Se regresa cuando se pueden tolerar las conversaciones que lo involucren a él o a ella. Cuando se huye de la familia se escogen lugares remotos, alejados, distantes. De la furia de la muerte de un ser amado, se divaga.
Corría el mes de enero del 2018 ya había tomado la decisión de irme. De andar. Así como quien no quiere la cosa terminé en el Sud Este asiático, cuando se hizo otoño volví a casa. ¿Qué significa no poder habitar un lugar? El deseo se enciende de a poco. El deseo se enciende con la pena que golpea despiadada el corazón.
Hay quienes se van de la tierra que los vio nacer y no vuelven. ¿Añoran? Sí pero no vuelven… Ese no poder estar se da como un desespero fastidioso de no hallarse. No encontrarse con la gente, con las cosas, con uno mismo. Cuando me fui tenía donde escampar, es decir que me detenía a agarrarme de la rutina y de los encuentros con conocidos. Viaje por un año. Uno se va huyendo de esas cosas que le cuesta tramitar, gestionar, digerir. Hay que habitar y deshabitar.
Me he encontrado con quienes han vendido todo para dedicarse solo a viajar. Y con otros que llevan viajando catorce meses continuos la fatiga se les tomó el cuerpo. Yo me atiborre de trece países en nueve meses. Cuando uno decide irse no hay quien lo ataje.
Algunos lugares los visité porque los soñé como México. A otros simplemente llegué evitando incurrir en irregularidades de permanencia. A Vietnam porque me imaginé en la Bahía de Ha long la cual no visité por una mala pasada de mi estado de salud y Camboya porque estaba en la frontera.
A donde voy es que el mismo viaje lo va llevando a uno. Cuando golpea la pena lo que emerge es un ya no puedo estar más aquí… En otras circunstancias como la enfermedad, amenazas contra la vida y la integridad, falta de oportunidades o exposición al conflicto armado el tránsito es otro.
Se comienza a habitar poco a poco los lugares que resuenan como seguros. Las penas se tantean desde afuera. Hay una parte del Yo que cuida del herido. Esta división o disociación es una de las principales defensas frente al trauma. Uno se va para volver a estar con uno mismo.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.